Melisa ata un extremo y después engancha el rulo abierto del signo de pregunta con otro que saca del bolsillo.
—¿Cómo se cerrará este rulo? —Y busca la pinza del abuelo. Hace fuerza porque el signo de pregunta se le mueve en las manos. Ya tiene una larga hilera, todos enganchados. Y otros cerca del limonero. Los deja así y regresa a la casa.
—Acá estoy, mamá —dice Melisa. Y corre hasta la cocina—. ¿Qué vamos a comer?
—¡Andá a lavarte las manos!
Y Melisa guarda la nueva pregunta en el bolsillo porque sabe que es inútil insistir cuando la mamá está cocinando. Después de comer, el papá está cansado y se sienta en el sillón un rato. Melisa aprovecha para acercarse y hablar con él.
—¿Por qué, papi, no va a venir la tía para mi cumple?
—Meli, andá a dormir temprano porque si no mañana no te levanta nadie. Beso. ¡Vamos!
Y ella guarda la pregunta en el bolsillo. Cuando llega al lado de su cama, saca una y otra y otra más… y las pone en la mesa de luz. Se acuesta con su pijama de soles y lunas bordadas.
Melisa sueña que está en el patio de su casa y ata una punta con otra, engancha rulos a otros rulos y levanta una pared de signos de pregunta y otra y otra más. Construye una torre alta. Después, el resto del castillo, una fortaleza de signos cuidadosamente enlazados.
Melisa también sueña con un puente de rulos panzones, palitos moldeables y puntos que se pegan como imanes. Y comienzan a llegar signos de pregunta que caminan. Y todo se puebla. Es un castillo ruidoso en donde las preguntas suenan vivarachas y libres. Se escuchan entre sí y se atan y desatan, juegan y resbalan por las curvas de los rulos. El sonido es casi una canción… y los signos de pregunta bailan…
“Por allí, por aquí, allá va, es ahora, te espera, no, no vienen, te escucho, más tarde, en la esquina…”
La letra va diciendo mientras todo se sacude. Y después se escucha otra canción más lenta…
“Esta tarde, está enojada, hay fideos, te extraño, voy a ir, no me gusta, besos, no quiero, a la noche te llamo, claro que voy, no me cuenten, a las tres…”
Y el baile se detiene y hay un ruido fuerte que sacude al castillo: “Riiiing”.
El despertador de Melisa desarma el sueño en el aire. ¡Plaf! La alfombra se cubre pero los signos de pregunta se esconden en los pelitos abrigados y se tapan.
—Melisa, apurate, dice la mamá —. Y Melisa remolonea resbalando por el puente que la baja del sueño a la cama.
—Ya voy…
Melisa abre la canilla de agua caliente y espera hasta que el espejo se vuelva un pizarrón de niebla. Dibuja.
¿?¿¿????¿¿¿¿?¿?
La mamá golpea la puerta.
—Dale, Meli. Te estamos esperando.
—Ya voy…
Melisa sube al auto y acercándose a los padres por el respaldo de los asientos les pregunta:
—¿Puedo ir a lo de la tía hoy?
Y el papá le dice:
—Sentate, Melisa, que no veo para atrás.
Mientras viajan, Melisa ata un extremo y después engancha el rulo abierto del signo de pregunta con otro que saca del bolsillo. ¿Cómo se cerrará este rulo? Mientras busca con qué, se distrae un momento. Respira muy cerca del vidrio. Y dibuja. Una tía y una nena de la mano, que caminan.
Graciela Vega