En la casita más linda del barrio de los animales de Minilandia vivía muy feliz Migarabí, una gatita pequeña, hermosa, olorosa y bella que disfrutaba con la música y la poesía. Era una de las hijas de Micifuz, el gato que hacía cumplir la ley gatuna en la villa de Minilandia. Sus vecinos la adoraban porque siempre estaba contenta y risueña, se portaba muy bien con todo el mundo y cualquiera que se cruzara con ella recibía una sonrisa o una palabra amable.
Como era muy alegre e inteligente la mayoría de los animales de aquel pueblo quería casarse con ella. Pero Migarabí no encontraba nadie que la enamorara. Casi todos los días, llegaba algún pretendiente hasta la puerta de su casa para pedir su mano y ella a todos les hacía la misma pregunta:
- ¿Sabes cantar y recitar poesías?
Pero ninguno de sus enamorados podía responder que sí, porque la mayoría no sabía ni cantar, ni recitar ningún poema, algunos sabían cantar, pero no sabían recitar y los que sabían recitar, no sabían cantar.
Pasaron cientos de animales por su casa: Curro, el burro, que lanzó tal rebuzno que asustó a todo el mundo; Pérez, el oso perezoso, tan grande y torpe que le rompió dos macetas de geranios; Teodoro, el toro, que aseguraba haber cantado en un coro, pero que cuando abría la boca sólo emitía horribles mugidos; un caballo bayo que cuando relinchaba desafinaba; el cuervo Lorenzo que lanzó tal graznido que asustó a una hormiga amiga que estaba de visita; Paco, un macaco flaco que lo único que sabía era hacer monerías; el cerdo Guillermo, que olía tan mal que lo echaron del pueblo y hasta un gato de trapo llamado Garabato, que no pudo decir nada porque se le habían agotado las pilas alcalinas.
II
Hasta que un día llegó al pueblo el Señor Ruiz, un guapo ruiseñor de larga cola y pardo plumaje que embelesó a todos con sus armoniosos trinos y gorjeos. El ruiseñor Ruiz había viajado por todo el mundo y había aprendido canciones de diferentes países y culturas. Conocía las melodías más bonitas y románticas, las baladas más hermosas y las canciones de amor más apasionadas. También recitaba de carrerilla muchísimos poemas, modernos y antiguos, alegres y tristes, largos y cortos, de olores, de colores y hasta de sabores.
En cuanto se conocieron Migarabí y el Señor Ruiz se sintieron atraídos el uno por el otro y todos los días, sin faltar uno, el ruiseñor iba a casa de la gatita para cantarle y contarle sus aventuras y sus largos viajes por todo el mundo. Cantaba tan bien que los vecinos abrían las ventanas de sus casas de par en par y las farolas y los árboles de la calle se inclinaban para escucharle mejor. El Señor Ruiz se enamoró locamente de Migarabí, por eso cuando ella le pidió que le enseñara a cantar, aceptó encantado:
- A cantar, a una linda gatita, yo enseñaba y un beso en cada nota ella me daba. Y aprendió tanto que de todo sabía, ¡menos de canto!
Migarabí aprendió mucho de todo y, poco a poco, se fue enamorando de aquel ruiseñor que le susurraba hermosas palabras de amor:
- Migarabí, flor de alhelí, hazme feliz, ¡quiéreme a mí!
Y siempre estaban juntos porque ya no podían separarse el uno del otro, y las bellas palabras manaban sin cesar del pico del ruiseñor:
- Migarabí, la más bella flor de mi jardín, linda rosa de pitiminí.
Migarabí nunca se cansaba de escucharle porque todo lo que oía le sonaba a poesía. Por eso no permitía que el Señor Ruiz se callara ni un momento y, continuamente, le hacía preguntas sobre los lejanos lugares que había visitado y las hermosas cosas que había visto y cuando llegaba la noche le preguntaba por las estrellas.
- El nombre de las estrellas saber quería y un beso con cada nombre yo le pedía. ¡Qué noche aquella en que inventamos los nombres de mil estrellas!
Y ocurrió lo que ocurre siempre que un ruiseñor y una gatita se enamoran, que se casaron y vivieron felices y comieron perdices y a mi no me dieron porque no quisieron. Pero sigue atento que aquí no se acaba este cuento, porque está escrito a fuego lento, con sal y pimiento.
III
Todas las mañanas Migarabí salía a pasear con sus amigas y, mientras tanto, el Señor ruiseñor subía al tejado para contemplar las lejanas montañas nevadas y ver pasar las nubes. Le gustaba recordar sus largos viajes e imaginar que, subido en una de aquellas nubes, viajaba otra vez por todo el mundo.
Pero una triste mañana apareció un águila malvada que atrapó al ruiseñor en sus garras y se lo llevó volando. Lo único que pudo hacer el valiente Señor Ruiz fue arrancarle una pluma al águila y dejarla caer en el tejado.
Cuando Migarabí regresó, su esposo el ruiseñor no salió a recibirla como todos los días y aunque llamaba y llamaba, nadie le contestaba. Buscó por toda la casa, corrió por el pasillo pintado de amarillo, entró en el cuarto de baño y en la cocina, subió al desván, salió al tejado y allí encontró la pluma del águila. Entonces comprendió lo que había ocurrido y se le partió de pena el corazón, ¡el águila malvada de
Migarabí sabía que ya no podría vivir sin su amor, el ruiseñor, así que, sin decir nada a sus amigos ni a su familia, se colgó su mochila amarilla a la espalda y, sin volver la vista atrás, se dirigió con paso firme hacia la montaña dispuesta a rescatarlo.
IV
Mientras caminaba hacia la gran Montaña del Cuervo iba pensando en el Señor Ruiz y en las cosas que tendría que hacer para salvarlo, aunque ni siquiera sabía si todavía estaría vivo:
- ¿Se lo habrá comido el águila malvada?. ¿Por qué se lo habrá llevado?. Mi ruiseñor está muy delgado y es poca comida para un águila tan grande.
De repente unas voces que provenían de un pozo cercano la despertaron de sus pensamientos. Al asomarse descubrió a un conejito blanco, flotando en el fondo del pozo, pidiendo socorro:
- Por favor, gatita guapa, ¡ayúdame a salir de aquí!
Migarabí le arrojó una cuerda y cuando el conejito salió del pozo le explicó lo que le había ocurrido:
- Esta mañana cuando intentaba beber agua me he caído en el pozo y ninguno de los animales que ha pasado ha querido entretenerse a ayudarme porque tenían mucha prisa. Tú has sido la única que me ha socorrido. Como premio te voy a regalar estas sandalias mágicas.
Migarabí metió las sandalias en la mochila y siguió caminando hacia la montaña. Al poco rato se encontró con un burrito que cojeaba porque se había clavado un trozo de madera en la pezuña.
- Gatita linda, ¿puedes ayudarme?
Migarabí le arrancó la astilla que le hacía daño y el burrito se puso tan contento que le regaló una capa mágica que, también, metió en la mochila.
V
Cuando llegó al pie de la montaña no se paró ni un segundo a descansar, comenzó inmediatamente a subir porque tenía muchas ganas de encontrar al Señor Ruiz, pero como era una gatita pequeñita y los gatos no saben escalar montañas llegó un momento en que no pudo avanzar más. Miró hacia arriba y se dio cuenta que todavía le faltaba muchísimo para llegar a la cima, donde ella suponía que viviría el águila malvada. Lo único que podía hacer era retroceder. Entonces se acordó de los regalos y sacó de la mochila las sandalias y la capa. Aunque le habían dicho que eran objetos mágicos le parecieron unas sandalias y una capa normales, sin nada especial. Se probó las sandalias y como por arte de birlibirloque aparecieron unas pequeñas alitas en las suelas que la levantaron del suelo y le permitieron volar, era como si estuviese flotando por el aire. Entonces se puso rápidamente la capa para averiguar si también tenía poderes mágicos y lo que ocurrió fue ¡qué se hizo invisible!
Con las sandalias mágicas subió volando hasta la cima y desde lo más alto miró en todas direcciones pero no pudo ver ningún nido de águila, ni nada que se le pareciera. En aquel momento oyó, a lo lejos, una triste melodía:
- El nido del águila está lleno de sol, en el nido del águila canta un ruiseñor, ¡ay mi amor!, bajo el olivo en flor.
¡Era la voz del Señor Ruiz!. Su querido ruiseñor estaba vivo y era como si le estuviera enviando un mensaje de socorro, giró la cabeza hacia donde venía la música y, debajo de un olivo, vio un gran nido. Se puso la capa mágica para que el águila malvada no pudiera descubrirla y, mientras seguía escuchando las canciones del Señor Ruiz, se fue acercando muy lentamente.
- Las abejas sacan miel de las flores y melodías, del amor, los ruiseñores. Este ruiseñor de triste llanto, cantando al amor y a las estrellas, espera a una gatita bella para regalarle su hermoso canto.
Se acercó lo suficiente y pudo ver al Señor Ruiz atado al nido con una cadena, cumpliendo condena, pidiendo la cena, con cara de pena. Ahora lo comprendió todo, el águila malvada había raptado al ruiseñor porque quería aprender a cantar hermosas melodías.
Migarabí no perdió la paciencia y esperó durante mucho rato a que se durmiera el águila. Cuando se hizo de noche el cielo se sembró de bellas estrellas y ella se sintió mejor después de saludar a sus brillantes amigas. A todas las conocía por su nombre porque se lo había enseñado el Señor Ruiz. Les pidió fuerzas y suerte para salvar a su amor, el ruiseñor.
Entonces muy despacito, sin hacer ruido y sin quitarse la capa mágica, se fue acercando al nido. Cuando llegó, después de comprobar que el águila estaba completamente dormida, cortó la cadena que sujetaba al Señor Ruiz, lo abrazó y lo tapó con la capa para hacerlo también invisible. Lenta y silenciosamente se alejaron del nido y hasta que no estuvieron bien lejos no se atrevieron a hablar para no despertar al águila malvada.
VI
El Señor Ruiz le contó que el águila lo había raptado porque quería aprender las bonitas canciones y melodías que él conocía, por eso le obligaba a cantar, sin descanso, durante todo el día, desde el amanecer hasta la puesta de sol. Pero el águila malvada fue incapaz de aprender nada porque para poder cantar cosas hermosas se necesita un alma grande y generosa como la del Señor Ruiz.
Desde entonces el Señor Ruiz sólo canta a Migarabí y a nadie más y ya nunca sube al tejado, mira pasar las nubes a través de los cristales, con las ventanas bien cerradas. La gatita y el ruiseñor vivieron un tierno amor eterno, porque duró para siempre y cuando alguien dice para siempre, quiere decir para toda la vida.
Y después de muchos años de vivir juntos, felices y contentos, una romántica noche de luna llena, abrazados en el balcón de su casa, contemplando una estrella con perfil de margarita, sintieron la llamada de las estrellas:
- Las abejas sacan miel de las flores y melodías del amor los ruiseñores. Cantando al amor y a las flores bellas, con tu voz ¡llegarás a las estrellas!
Lentamente, sin que se dieran cuenta, les fue envolviendo un polvo cósmico que les hizo sentirse brillantes y ligeros y, mientras sus cuerpos cambiaban, ellos se miraban y se hablaban sin palabras, porque comprendían lo que les estaba ocurriendo y, de repente, se encendió la luz de sus almas y se transformaron en estrellas. Desde entonces viven felices en el cielo y nos saludan todas las noches. Y aquí se acaba este cuento, como me lo contaron te lo cuento.
Francisco José Briz Hidalgo