La magia de los cuentos

Hace muchos años, en un pueblito llamado “El buen leer” ocurrió un hecho muy curioso. Cuenta la historia que los habitantes del pueblo amaban la lectura. En todos los hogares había una biblioteca, por pequeña que fuera. Ningún niño se iba a la cama sin haber leído o escuchado un cuentito de boca de sus papás. Los libros vivían felices pasando de mano en mano. Sabían que, gracias a ellos, los niños aprendían, soñaban e imaginaban. Pasaban sus días alegremente, haciéndose compañía unos a otros.

En esos tiempos, un libro era un excelente regalo de cumpleaños, incluso Papá Noel llenaba su bolsa con ejemplares de todos los tamaños y colores. Cierto día, llegó al pueblito una bruja que no había tenido la suerte de poder leer en su infancia y a quien sus papás jamás le habían contado un cuentito.

Se instaló en una casa alejada con una televisión como única compañía. Como se aburría bastante, comenzó a observar a todos y cada uno de los habitantes del pueblo, todos eran cultos, divertidos y con una imaginación prodigiosa. Quiso entablar conversación con sus vecinos y a pesar de ser muy bien recibida, al tiempo se dio cuenta que poco tema tenía para compartir.

No era lo mismo hablar de aquello que veía en la televisión que de historias fantásticas, de misterio o de amor. La brujita sintió envidia por todo aquello que desconocía y que tanto enriquecía a la gente del pueblo. Decidió entonces que, para estar en igualdad de condiciones, haría desaparecer todos los libros de “El buen leer”.

- ¡Hablaremos de las mismas cosas!. ¡Ya nadie sabrá más que yo, ahora seremos todos iguales! –dijo para sí.

La decisión más acertada hubiera sido comenzar a leer ella también, pero la envidia es un pésimo sentimiento que sólo nos hace tomar decisiones equivocadas.

Preparó una pócima maloliente y tomó su escoba. Sobrevoló todo el pueblo salpicando con el líquido verde cada hogar, cada escuela, cada libro. En pocos minutos, todos los libros del pueblo habían desaparecido y habían sido reemplazados por televisores. Nadie entendía lo ocurrido.

Las bibliotecas comenzaron a caerse debido al peso de los aparatos. Los niños se acostaban tristes, ya que sus papás no podían leerles un cuento. En poco tiempo la fisonomía del pueblo cambió. Los niños soñaban cosas feas, imaginaban poco, y comenzaban a olvidar palabras y datos importantes que habían aprendido.

Todo el pueblo se iba empobreciendo día a día. Ir a la escuela se complicaba pues sin libros, no era fácil estudiar. Las mamás cocinaban sólo cosas muy sencillas pues las mejores recetas que atesoraban en valiosos libros ya no estaban. Los jueces estaban en problemas, pues no recordaban de memoria todas las leyes y no podían aplicarlas como era debido.

La única que estaba feliz era la envidiosa brujita quien ahora sentía que no era tan diferente al resto de la gente. Pero sabido es que lo que no se hace con amor, no funciona.

La brujita enfermó. Comenzó a dolerle mucho la pancita y tuvo que llamar al médico del pueblo.

- Yo debería recetarle un remedio, pero la dosis justa se encontraba en el libro de medicina que ya no tengo, no creo poder hacer mucho –le dijo el doctor revisándola.

- No importa –dijo la brujita- iré a la farmacia, seguro allí podrán ayudarme.

Llegó a la farmacia tomándose la panza pues le dolía mucho, tampoco tuvo éxito.

- Lamento no poder ayudarla –dijo el farmacéutico –todos los remedios venían con un libro de indicaciones que ha desaparecido.

- Bueno, no importa, ya pasará –contestó orgullosa la bruja.

Regresó a su casa, dispuesta a acostarse y ver un rato de televisión para ver si se distraía y se le calmaba el dolor, pero no pudo hacerlo porque se había cortado la luz. El aburrimiento era mucho, las horas no pasaban más y el dolor tampoco.

- ¿Qué puedo hacer? -se preguntaba la dolorida brujita, quien sin televisión se sentía perdida.

Mientras tanto, la gente del pueblo extrañaba sus amados libros, para quien conoce el valor de la lectura, sabe bien que no hay televisión que reemplace un buen libro.

- Algo debemos hacer –dijo el alcalde muy preocupado- no puede ser que nos resignemos a no leer más, no me explico qué ha pasado con los libros.

- Hemos buscado por todas partes y nada encontramos –comentó un niño.

- Yo creo que la bruja algo tiene que ver en todo esto. Al poco tiempo que ella llegó desaparecieron todos y cada uno de nuestros libros – agregó un papá.

- ¡Es cierto! –dijo el alcalde- averiguaremos si ha sido ella y le daremos un buen escarmiento –propuso.

- ¿Irá a prisión? –preguntó el niño.

- ¡Y sin televisión! –contestó el alcalde.

Todo el pueblo comenzó a acusar a la brujita y a proponer diferentes castigos para ella.

Todos, menos el niño que pensaba bien distinto.

– ¡Esperen, esperen! – gritó el niño para que todos lo escuchen- esto no es lo que nos han enseñado los libros. De ellos hemos aprendido el valor de la justicia y de la palabra, déjenme a mí, verán que pronto todo vuelve a la normalidad. Todos callaron y el alcalde le permitió al pequeño que se ocupara del asunto.

Entusiasmado con su misión, el niño fue a visitar a la brujita, quien seguía molesta por su dolor de panza. Golpeó la puerta, se presentó y al ver su cara de dolor, le preguntó en qué podía ayudarla.

– En nada, pequeño, no eres doctor, ni farmacéutico, y aún menos electricista para arreglar el corte de luz –le dijo la bruja muy seria.

– Si estuviese entretenida, el dolor pasaría más pronto –contestó el pequeño.

– Tu lo has dicho, pero ya ves, no puedo ver televisión, por lo tanto me aburriré mucho y tu nada puedes hacer al respecto.

– No crea señora, tengo una idea –dijo el niño. Le pidió que se sentase en un sillón y le contó uno de los cuentos que sus papás le habían leído muchas noches.

De a poco, el dolor se fue pasando. La magia del cuento fue envolviendo el corazón y la imaginación de la brujita, quien se transportó por un instante a tierras lejanas y desconocidas. Por primera vez en su vida, alguien le contaba un cuento, le regalaba una historia, un momento compartido, le abría las puertas a un mundo desconocido y hermoso.

– Bella historia por cierto ¿En qué programa de televisión la has visto? –preguntó la asombrada brujita.

– Es un cuento, mi preferido. Me lo leían mis papás casi todas las noches, por eso lo se de memoria. Bueno, antes de que todos los libros desaparecieran claro está- contestó triste el pequeño.

– ¿Tienes otro para contarme? –pidió la brujita entusiasmada. Entre príncipes, princesas, sapos encantados y valientes caballeros, la tarde pasó tan rápido que ninguno de los dos se dio cuenta.

El niño volvió a su casa. En su camino de regreso se dio cuenta que no había preguntado nada acerca de la desaparición misteriosa de los libros, pero igual estaba contento, sentía que había hecho algo importante. Al despedir al pequeño, la brujita ya sola en su casa, recordó cada una de las historias relatadas por el niño y sobre todo, recordó la magia que la había envuelto mientras las escuchaba.

Se dio cuenta que nunca, jamás, un programa de televisión había despertado en ella tal sentimiento y decidió enmendar su error. Volvió a preparar una pócima, pero esta vez con efecto contrario. Tomó su escoba y volvió a sobrevolar todo el pueblo. Al poco tiempo, todos y cada uno de los libros volvieron a su lugar.

El amanecer encontró a cada biblioteca poblada de ejemplares. Hogares, colegios, librerías, todos volvían a tener sus libros como si jamás hubiesen salido de allí. Nadie fue a prisión sin televisión y nunca supieron bien cómo y por qué los libros habían desaparecido. Suponían que la brujita algo había tenido que ver en el asunto, pero ya no importaba.

Ahora era ella quien tenía la biblioteca más completa del pueblo, leía cuanto podía y se sentía feliz. La brujita aprendió mucho leyendo: historia, geografía, literatura, pero lo más importante fue que supo que nada en el mundo reemplaza la magia de un libro sostenido entre las manos o de un hermoso cuento leído por un ser querido.

Fin

Liana Castello

El abeto Aniceto

Cierto día en que me aburría me fui a pasear a un abetal que cerca de casa había y entablé conversación con un abeto gigantón que su historia me contó.

Resulta que Aniceto (que así se llamaba el abeto) era, allá de joven, pequeño y algo canijo porque, por mucho que lo intentaba, al sol no alcanzaba. Todos a su alrededor eran enormes abetos, más altos que montañas, y la luz le tapaban de modo que Aniceto se conformaba con algún rayo que otro que a ellos se les escapaba.

Aniceto probó a estirarse, pero no pudo. Probó a retorcer sus ramas, pero no pudo. Probó a pedirles a los grandones que se apartaran un poco, pero no le hicieron caso ninguno. Y así pasó la primavera, y pasó el verano, y pasó el otoño y llegó el invierno, y todos los abetos, incluido Aniceto, quedaron adormilados bajo una manta de blanca nieve.

Y me contó el abeto que, ese invierno, cuando más aletargado estaba, despertó repentinamente porque alguien lo estaba sacudiendo. El pequeño Aniceto, asustado, notó que lo arrancaban del suelo y luego se lo llevaban del abetal en el que había nacido. Lo llevaron, me dijo mi amigo el abeto, a una casa muy bonita y calentita. Lo plantaron en una maceta muy bonita y luego lo regaron.

Aniceto no sabía qué ocurría pero, viendo que nada pasaba, se fue tranquilizando. Al cabo de un rato de estar allí, vio el abeto que toda la familia se acercaba a donde él estaba cargados de cajas llenas de cosas brillantes y curiosas que le fueron poniendo encima. Aniceto me contaba que, por supuesto, él no comprendía nada de nada; que veía bolas y cintas y estrellas y otras cosas, que le hacían cosquillas mientras colgaban bolas brillantes de sus ramas y que, aunque lo estaba pasando bien, no sabía qué ocurría.

De pronto, todo acabó, dejaron de ponerle cosas, la familia se apartó de él y el papá dijo: -Apagad las luces. Cuando las luces se apagaron, el abeto pudo verse reflejado en la ventana del salón y se quedó asombrado y encantado con lo que veía: Aniceto brillaba y resplandecía lleno de luz y de colores, nunca se había visto tan guapo como en ese momento y, al parecer, la familia opinaba lo mismo porque todos aplaudieron y sonrieron encantadísimos.

Me contó el gran abeto, mientras yo tomaba asiento, que aquello de ser un árbol de Navidad le había gustado bastante. Y que la Navidad (una fiesta que él no conocía) le pareció una fiesta estupenda y que disfrutó muchísimo todo el tiempo que estuvo en aquella casa lleno de adornos de colores, sintiendo el calorcito de la chimenea, rodeado de regalos y viendo a aquella familia pasárselo tan bien.

Aniceto estaba tan feliz que le hubiera gustado para siempre quedarse allí pero al acabar la Navidad, le quitaron todos los adornos y lo sacaron de la maceta. El pobre abeto se sintió, otra vez, triste y asustado. ¿Qué iban a hacer con él ahora que la Navidad había acabado? Por segunda vez en su vida, el abeto hizo un viaje en automóvil y, tras mucho, muchísimo rato llegaron a un bosque lleno de abetos como él, igual de jóvenes y pequeños.

Y la familia con la que había pasado aquella Navidad tan especial, le buscó un lugar estupendo, cerca de otros abetos, con una vista estupenda y, lo mejor de todo, con mucha, mucha luz del sol y allí lo plantaron de nuevo. Aniceto ya no tenía que estirarse o retorcerse para conseguir algún rayito de sol, ahora recibía todo el que necesitaba y, además, tenía amigos con los que charlar.

Y el pequeño abeto creció y creció y creció hasta convertirse en el gigantesco abeto con el que yo pasé un rato charlando y que me contó, también, que aquella familia siguieron visitándolo cada Navidad y que a él le encantaban aquellas visitas en que lo abrazaban y acariciaban su tronco con mucho cariño.

Lo último que me dijo Aniceto es que aquellas fueron unas fiestas geniales pero que lo mejor de todo fue el inmenso regalo del sol y de la amistad. Antes de irme abracé su tronco y le prometí que volvería a visitarlo la próxima Navidad.

Fin

Dolores Espinosa

La princesa de fuego

Hubo una vez una princesa increíblemente rica, bella y sabia. Cansada de pretendientes falsos que se acercaban a ella para conseguir sus riquezas, hizo publicar que se casaría con quien le llevase el regalo más valioso, tierno y sincero a la vez. El palacio se llenó de flores y regalos de todos los tipos y colores, de cartas de amor incomparables y de poetas enamorados. Y entre todos aquellos regalos magníficos, descubrió una piedra; una simple y sucia piedra. Intrigada, hizo llamar a quien se la había regalado. A pesar de su curiosidad, mostró estar muy ofendida cuando apareció el joven, y este se explicó diciendo:

- Esa piedra representa lo más valioso que os puedo regalar, princesa: es mi corazón. Y también es sincera, porque aún no es vuestro y es duro como una piedra. Sólo cuando se llene de amor se ablandará y será más tierno que ningún otro.

El joven se marchó tranquilamente, dejando a la princesa sorprendida y atrapada. Quedó tan enamorada que llevaba consigo la piedra a todas partes, y durante meses llenó al joven de regalos y atenciones, pero su corazón seguía siendo duro como la piedra en sus manos. Desanimada, terminó por arrojar la piedra al fuego; al momento vio cómo se deshacía la arena, y de aquella piedra tosca surgía una bella figura de oro. Entonces comprendió que ella misma tendría que ser como el fuego, y transformar cuanto tocaba separando lo inútil de lo importante.

Durante los meses siguientes, la princesa se propuso cambiar en el reino, y como con la piedra, dedicó su vida, su sabiduría y sus riquezas a separar lo inútil de lo importante. Acabó con el lujo, las joyas y los excesos, y las gentes del país tuvieron comida y libros. Cuantos trataban con la princesa salían encantados por su carácter y cercanía, y su sola prensencia transmitía tal calor humano y pasión por cuanto hacía, que comenzaron a llamarla cariñosamente "La princesa de fuego".

Y como con la piedra, su fuego deshizo la dura corteza del corazón del joven, que tal y como había prometido, resultó ser tan tierno y justo que hizo feliz a la princesa hasta el fin de sus días

Pedro Pablo Sacristán

Los experimentos de la señorita Elisa

La señorita Elisa aquel fin de semana les propuso uno de sus famosos trabajos sobre experimentos. A sus alumnos les encantaba aquella forma de enseñar, en la que ellos mismos tenían que pensar experimentos que ayudaran a comprender las cosas. Muchos tenían que ver con las ciencias o la química, pero otros, los que más famosa la habían hecho, tenían que ver con las personas y sus comportamientos. Y aquella vez el tema era realmente difícil: la libertad. ¿Cómo puede hacerse un experimento sobre la libertad? ¿Qué se podría enseñar sobre la libertad a través de experimentos?

Estas y otras preguntas parecidas se hacían los alumnos camino de sus casas. Pero ya se habían lucido con otros experimentos difíciles, y aquella vez no fue una excepción. El lunes llegaron con sus experimentos listos, y fueron mostrándolos uno a uno. Fueron muy interesantes, pero para no hacer muy larga la historia, la señorita Elisa me ha pedido que sólo cuente los experimentos de Amaya, Carlos y Andrea, que le gustaron mucho.

Amaya llevó 5 cajas de colores y le dio a elegir a la profesora. La maestra, agradecida, escogió la caja rosa con una sonrisa. Luego Amaya sacó 5 cajas amarillas, se acercó a Carlos y le dio a elegir. Carlos contrariado, tomó una cualquiera. La señorita Elisa, divertida, preguntó a Amaya cómo se llamaba el experimento.

- Lo he titulado "Opciones". Para que exista libertad hay que elegir entre distintas opciones. Por eso Carlos se ha enfadado un poco, porque al ser las cajas iguales realmente no le he dejado elegir. Sin embargo la señorita Elisa estaba muy contenta porque pudo elegir la caja que más le gustó.

Carlos había preparado otro tipo de ejercicio más movido: hizo subir a la pizarra a la maestra, a Lucas, un chico listo pero vaguete, y a Pablo, uno de los peores de la clase. Entonces, dividió la clase en tres grupos y dijo dirigiéndose al primer grupo:

- Voy a haceros una pregunta dificilísima; podéis elegir a cualquiera de los tres de la pizarra para que os ayude a contestarla. Quien acierte se llevará una gran bolsa de golosinas.

Todos eligieron a la maestra. Entonces Carlos dijo a los del segundo grupo:

- La misma pregunta va a ser para vosotros, pero tenéis que saber que a Pablo, antes de empezar, le he dado un papel con la pregunta y la respuesta.

Entre las quejas de los del primer grupo, los del segundo eligieron sonrientes a Pablo. Luego Carlos siguió con los últimos:

- Os toca a vosotros. Lo que les he contado a los del segundo grupo era mentira. El papel se lo había dado a Lucas.

Y entre abucheos de unos y risas de otros, Pablo mostró las manos vacías y Lucas enseñó el papel con la pregunta y la respuesta. Po supuesto, fue el único que acertó la difícil pregunta que ni la maestra ni Pablo supieron responder. Mientras los ganadores repartían las golosinas entre todos, Carlos explicó:

- Este experimento se llama "Sin verdad no hay libertad". Demuestra que sólo podemos elegir libremente si conocemos toda la verdad y tenemos toda la información. Los grupos 1 y 2 parecía que eran libres para elegir a quien quisieran, pero al no saber la verdad, realmente no eran libres, aun sin saberlo, cuando eligieron. Si lo hubieran sabido su elección habría sido otra

El experimento de Andrea fue muy diferente. Apareció en la clase con Lalo, su hámster, y unos trozos de queso y pan, y preparó distintas pruebas.

En la primera puso un trozo de queso, cubierto con un vaso de cristal, y al lado un pedazo de pan al aire libre. Cuando soltó a Lalo, este fue directo al queso, golpeándose contra el vaso. Trató de llegar al queso durante un buen rato, pero al no conseguirlo, terminó comiendo el pan. Andrea siguió haciendo pruebas parecidas durante un rato, un pelín crueles, pero muy divertidas, en las que que el pobre Lalo no podía alcanzar el queso y terminaba comiendo su pan. Finalmente, colocó un trozo de queso y otro pan, ambos sueltos, y Lalo, aburrido, ignoró el queso y fue directamente a comer el pan. El experimento gustó mucho a todos, y mientras la señorita Elisa premiaba a Lalo con el queso que tanto se había merecido, Andrea explicó:

- El experimento se llama "Límites". Demuestra que lo, lo sepamos o no, nuestra libertad siempre tiene límites, y que no sólo pueden estar fuera, sino dentro de nosotros, como con mi querido Lalo, que pensaba que no sería capaz de coger el queso aunque estuviera suelto.

Muchos más experimentos interesantes se vieron ese día, y puede que alguna vez los contemos, pero lo que está claro es que los niños de la clase de la señorita Elisa terminaron sabiendo de la libertad más que muchos mayores.

Pedro Pablo Sacristán

Cadena de sonrisas

La señorita Elisa aquel día había propuesto un nuevo reto a sus alumnos: la alegría, y lo había hecho en plan desafío de récord. Les había nombrado "recaudadores" de alegría, para ver qué se les ocurría con tal de provocar la alegría de los que les rodeaban. Y aunque todos hicieron cosas realmente encantadoras, aquella vez Carla Simpatías dejó a todos con la boca abierta.

Algunos días después del encargo de la señorita Elisa, Carla apareció cargando un gran saco.

- Aquí traigo toda la alegría que he recaudado en estos días -dijo sonriente.

Todos estaban expectantes, pero la niña no quiso mostrar el contenido del saco. En vez de eso, sacó una pequeña caja, tomó una cámara de fotos instantánea, y le entregó la caja a la maestra.

- Ábrala, señorita Elisa.

La profesora abrió la caja despacio y miró en su interior, y una gran sonrisa se dibujó en su rostro; en ese momento, Carla le hizo una fotografía. Luego le entregó la foto y un papel.

La maestra leyó el papel en silencio, y cuando terminó, señaló con gesto de sorpresa el gran saco.

- Así que eso es...

- ¡Sí! -interrumpió la niña, deshaciendo el nudo que cerraba el saco- ¡un gran montón de sonrisas!

Y del saco cayeron cientos de fotos, todas ellas de variadas y bellas sonrisas.

El resto de la clase lo dedicaron a explicar cómo a Carla se le había ocurrido iniciar una cadena para alegrar un poquito a las personas: en la caja sólo había una foto con una gran sonrisa, y todos, al abrirla, sentían la alegría que transmitía y respondían a su vez con una sonrisa, casi sin querer. Carla les sacaba una foto con su propia sonrisa, y les entregaba un papelito donde les pedía que hicieran lo mismo con otras personas, y le enviaran una copia de las fotografías a la dirección de su casa.

Y durante aquellos días y meses, el buzón de Carla no dejó de llenarse de las fotos de las sonrisas de tanta gente agradecida, ayudando a todos a comprender que el simple hecho de sonreir ya es un regalo para todo el mundo.

Pedro Pablo Sacristán

El Hada y la Sombra

Hace mucho, mucho tiempo, antes de que los hombres y sus ciudades llenaran la tierra, antes incluso de que muchas cosas tuvieran un nombre, existía un lugar misterioso custodiado por el hada del lago. Justa y generosa, todos sus vasallos siempre estaban dispuestos a servirle. Y cuando unos malvados seres amenazaron el lago y sus bosques, muchos se unieron al hada cuando les pidió que la acompañaran en un peligroso viaje a través de ríos, pantanos y desiertos en busca de la Piedra de Cristal, la única salvación posible para todos.

El hada advirtió de los peligros y dificultades, de lo difícil que sería aguantar todo el viaje, pero ninguno se asustó. Todos prometieron acompañarla hasta donde hiciera falta, y aquel mismo día, el hada y sus 50 más leales vasallos comenzaron el viaje. El camino fue aún más terrible y duro que lo había anunciado el hada. Se enfrentaron a bestias terribles, caminaron día y noche y vagaron perdidos por el desierto sufriendo el hambre y la sed. Ante tantas adversidades muchos se desanimaron y terminaron por abandonar el viaje a medio camino, hasta que sólo quedó uno, llamado Sombra. No era el más valiente, ni el mejor luchador, ni siquiera el más listo o divertido, pero continuó junto al hada hasta el final. Cuando ésta le preguntaba que por qué no abandonaba como los demás, Sombra respondía siempre lo mismo "Os dije que os acompañaría a pesar de las dificultades, y éso es lo que hago. No voy a dar media vuelta sólo porque haya sido verdad que iba a ser duro".

Gracias a su leal Sombra pudo el hada por fin encontrar la Piedra de Cristal, pero el monstruoso Guardián de la piedra no estaba dispuesto a entregársela. Entonces Sombra, en un último gesto de lealtad, se ofreció a cambio de la piedra quedándose al servicio del Guardián por el resto de sus días...

La poderosa magia de la Piedra de Cristal permitió al hada regresar al lago y expulsar a los seres malvados, pero cada noche lloraba la ausencia de su fiel Sombra, pues de aquel firme y generoso compromiso surgió un amor más fuerte que ningún otro. Y en su recuerdo, queriendo mostrar a todos el valor de la lealtad y el compromiso, regaló a cada ser de la tierra su propia sombra durante el día; pero al llegar la noche, todas las sombras acuden el lago, donde consuelan y acompañan a su triste hada.

Pedro Pablo Sacristán

Los problemillas del arca

En el arca de Noé los animales llevaban tanto tiempo que empezaron a organizar juegos y actividades para divertirse. Pero no tuvieron mucho cuidado, y en uno de los juegos, un pájaro carpintero terminó haciendo un agujero en el fondo del arca. El agujero empezó a crecer, y en poco tiempo comenzó a entrar muchísima agua. Uno a uno, disitintos animales trataron de arreglarlo, peleándose incluso por ser los que salvaran el barco, pero ni siquiera la presa del castor pudo hacer nada. Empezaron a asustarse y pensaron que el barco se hundiría, pero entonces la abeja explicó a todos cómo ellas siempre trabajaban todas juntas y en equipo, cada una haciendo lo que mejor sabía, y todos comenzaron a organizarse y ayudarse: los pájaros tiraban todos juntos del barco hacia arriba, los elefantes y otros animales grandes llenaban sus bocas de agua para sacarla del barco, los más rápidos iban de acá para allá juntando materiales que los que construían nidos y madrigueras utilizaban para arreglar el boquete cada vez mayor. Así, todos trabajando, consiguieron frenar un poco el hundimiento, pero no pararlo. Desesperados, siguieron buscando si faltaba algún animal por ayudar. Buscaron y buscaron, pero en el barco no había nadie más. Pero de repente, un pez se coló en barco, y los animales se dieron cuenta de que ¡aún no habían pedido ayuda a todos los animales del mar! Pidieron al pez que buscara ayuda para salvar el barco, y acudieron peces y peces, y hasta una gran ballena que terminó por cubrir el agujero mientras el resto de animales reparaban el barco. Y así fue como todos los animales se salvaron con la ayuda de todos

Pedro Pablo Sacristán