El príncipe y el juguetero


Había una vez un pequeño príncipe acostumbrado a tener cuanto quería. Tan caprichoso era que no permitía que nadie tuviera un juguete si no lo tenía él primero. Así que cualquier niño que quisiera un juguete nuevo en aquel país, tenía que comprarlo dos veces, para poder entregarle uno al príncipe.

Cierto día llegó a aquel país un misterioso juguetero, capaz de inventar los más maravillosos juguetes. Tanto le gustaron al príncipe sus creaciones, que le invitó a pasar todo un año en el castillo, prometiéndole grandes riquezas a su marcha, si a cambio creaba un juguete nuevo para él cada día. El juguetero sólo puso una condición:

Mis juguetes son especiales, y necesitan que su dueño juegue con ellos - dijo - ¿Podrás dedicar un ratito al día a cada uno?

¡Claro que sí! - respondió impaciente el pequeño príncipe- Lo haré encantado.

Y desde aquel momento el príncipe recibió todas las mañanas un nuevo juguete. Cada día parecía que no podría haber un juguete mejor, y cada día el juguetero entregaba uno que superaba todos los anteriores. El príncipe parecía feliz.

Pero la colección de juguetes iba creciendo, y al cabo de unas semanas, eran demasiados como para poder jugar con todos ellos cada día. Así que un día el príncipe apartó algunos juguetes, pensando que el juguetero no se daría cuenta. Sin embargo, cuando al llegar la noche el niño se disponía a acostarse, los juguetes apartados formaron una fila frente él y uno a uno exigieron su ratito diario de juego. Hasta bien pasada la medianoche, atendidos todos sus juguetes, no pudo el pequeño príncipe irse a dormir.

Al día siguiente, cansado por el esfuerzo, el príncipe durmió hasta muy tarde, pero en las pocas horas que le quedaban al día tuvo que descubrir un nuevo juguete y jugar un ratito con todos los demás. Nuevamente acabó tardísimo, y tan cansado que apenas podía dejar de bostezar.

Desde entonces cada día era aún un poquito peor que el anterior. El mismo tiempo, pero un juguete más. Agotado y adormilado, el príncipe apenas podía disfrutar del juego. Y además, los juguetes estaban cada vez más enfadados y furiosos, pues el ratito que dedicaba a cada uno empezaba a ser ridículo.

En unas semanas ya no tenía tiempo más que para ir de juguete en juguete, comiendo mientras jugaba, hablando mientras jugaba, bañándose mientras jugaba, durmiendo mientras jugaba, cambiando constantemente de juego y juguete, como en una horrible pesadilla. Hasta que desde su ventana pudo ver un par de niños que pasaban el tiempo junto al palacio, entretenidos con una piedra.

Hummm, ¡tengo una idea! - se dijo, y los mandó llamar. Estos se presentaron resignados, preguntándose si les obligaría a entregar su piedra, como tantas veces les había tocado hacer con sus otros juguetes.

Pero no quería la piedra. Sorprendentemente, el príncipe sólo quería que jugaran con él y compartieran sus juguetes. Y al terminar, además, les dejó llevarse aquellos que más les habían gustado.

Aquella idea funcionó. El príncipe pudo divertirse de nuevo teniendo menos juguetes de los que ocuparse y, lo que era aún mejor, nuevos amigos con los que divertirse. Así que desde entonces hizo lo mismo cada día, invitando a más niños al palacio y repartiendo con ellos sus juguetes

Y para cuando el juguetero tuvo que marchar, sus maravillosos 365 juguetes estaban repartidos por todas partes, y el palacio se había convertido en el mayor salón de juegos del reino.

Pedro Pablo Sacristan

Michelina, la campeona de Constancilandia

Michelina es una dulce, linda y observadora gatica que vive hace muchos años en la granja de Constancilandia. Michelina es ágil y graciosa porque todos los días, muy temprano, se retira al jardín interior de la gran Casona de Constancilandia y allí durante una hora, practica todos los movimientos que ha aprendido de sus amigos, los animales de la granja. Muy cariñosamente llama a este lugar el gimnasio de Michelina.

A Michelina se le ve con frecuencia rondando por todos los sitios de la granja y como es tan observadora, se le queda grabado en sus ojos verdes rasgados, todo lo que hacen sus amigos porque hay que decir la verdad, todos son amigos de Michelina.

Ella sabe muchas cosas. Sabe cuáles son los secretos para tener siete vidas y ella como no es egoísta, quiere que todos los niños los conozcan para que crezcan sanos, ágiles y fuertes como ella.

Hace mucho tiempo, cuando Constancilandia no tenía límites, se organizó en la región un campeonato de saltos, atletismo y gimnasia. De todas partes llegaban micos, patos, conejos, jirafas, ranas a inscribirse en las competencias. Sólo el Mico Alejandro y Michelina se inscribieron en las tres competencias.

El primer día compitieron por carrera de atletismo de cien metros. El Mico Alejandro, el Conejo Serafín y Michelina, la gata, se colocaron listos en la línea de partida y cuando sonó el disparo que daba la orden de salida, en un abrir y cerrar de ojos, Michelina con su cuerpo elástico y gracioso tocaba la línea anaranjada que había sido señalada como la meta. Ese día, los aplausos llegaron hasta las nubes. Michelina, la gatica de Constancilandia, le había ganado al Conejo Serafín, el rey de las carreras, quien jadeante, llegó en un segundo puesto.

El segundo día era la competencia de saltos. Habían colocado unas lindas manzanas rojas con unas cintas que prendían de las ramas de un laurel. Los competidores, el Mico Alejandro, la Ranita Croac-Croac y Michelina. La Ranita Croac-Croac pensó: "esto es muy fácil", brincó cinco veces pero no logró atrapar la manzana. Igualmente hizo Alejandro sin obtener éxito.

Michelina se retiró unos metros del árbol de laurel, lo observó, respiró profundo e inició una veloz carrera y justo debajo de la parte donde estaban las manzanas dio un gran salto y para sorpresa de todos, en vez de una, dos manzanas alcanzó. Esta vez, los aplausos llegaron hasta el cielo y Michelina fue la triunfadora de la prueba de saltos.

El tercer día, era la competencia de gimnasia. Michelina había dormido lo suficiente para sentirse relajada y tranquila esa mañana. Pidió que para hacer sus ejercicios gimnásticos le acompañara un fondo musical, "Claro de Luna" del maestro Beethoven. Apareció Michelina en el escenario de la prueba y, a los acordes de esa sonata, Michelina brincó, voló, jugó, caminó, maniobró y bailó con tal donaire, agilidad y precisión que cuando terminó, fueron tantos, tantos los aplausos que en el cielo, la luna y las estrellas se unieron a los animales de Constancilandia para gritar al unísono:

-¡Viva Michelina, la campeona de Constancilandia!-

Pasaron los días y en todas partes sólo se escuchaba la noticia, "Michelina, una gata graciosa y ágil es la triple campeona de las Olimpiadas de la región.

Margarita Osorio Villegas

El reloj

Ésta es la historia de una hermosa familia formada por Juan, su esposa Elvira y tres pequeños hijos. Era una hermosa familia, feliz pero muy pobre porque Juan, desde algún tiempo se había quedado sin empleo.

Poco a poco habían ido vendiendo sus pertenencias para poder sobrevivir. En aquella modesta sala no quedaba nada de valor, las paredes estaban desnudas y en las vitrinas no quedaba ni un adorno. Sólo quedaba aquel Reloj de madera. Se sabía que había sido comprado en Europa casi a principios de siglo para ser regalo de bodas del tatarabuelo de Juan, quien tuvo fama de hombre bondadoso y caritativo..

Desde entonces, aquel precioso Reloj de madera con su brillante péndulo fue parte importante de la familia y había pasado de generación en generación. Se contaban muchas historias acerca de él: que si era mágico, que si concedía deseos, que si había sido fabricado por los mismos ángeles, en fin, mil narraciones todas ellas mágicas..

Poco tiempo después de que Juan y Elvira contrajeron matrimonio, aquel fino y hermoso Reloj llegó a acompañar su vida marcando segundo a segundo el gran amor que se tenían y que sabían inculcar en sus tiernos niños.

Era ya Año Nuevo y aquella casa sólo había sido decorada con los viejos adornos que cuidadosamente guardaba Elvira, y aunque había un gran amor entre todos, no dejaban de añorar las fiestas y reuniones que ahora sólo vivían en sus recuerdo. Era cinco de enero y al día siguiente los niños buscarían los juguetes y regalos que este año, su padre no podría comprar. . . ¡hacían falta tantas cosas en ese hogar. . .! ¡Los Reyes Magos no llegarían!

El día había transcurrido como todos, las pocas provisiones se agotaban y la madre se esforzó por dar de comer a sus hijos y a Juan, quien había llegado fatigado, más del alma que del cuerpo: no había encontrado nada. . . ¡seguía sin trabajo! Después de haber tomado la sopa que amorosamente le ofreció Elvira, jugó un buen rato con sus hijos, quienes más por hambre que por cansancio, se durmieron una larga siesta.

Mientras Elvira tejía, pensaba en voz alta en lo que compraría si tuviera un poco de dinero: a Luis, el mayor, una pelota blanca, grande y hermosa y aquel camión amarillo que estaba en lo alto de la vitrina de la juguetería del centro. Para Cristina, la hermosa niña de seis años que arrullaba su gastado suéter como un bebé, el muñeco que abre y cierra los azules ojos cuando uno lo mueve y el juego de té, con cucharitas de miniatura. . . Y a Paquito, el más pequeño que tenía tres años, le compraría el triciclo rojo brillante, para que paseara orgulloso en él; ¡qué cuadro tan hermoso!. . . Para Juan, una camisa y un pantalón nuevos, y leche, y pan y tal vez una gran rosca de Reyes, y chocolate caliente y. . .¡pero todo era un sueño! Un sueño que acompañaba el incesante paso de las horas marcadas por aquel elegante Reloj que miraba como mudo testigo esta triste escena. . .

-¡Ya sé!, ¡El Reloj! - gritó de pronto Juan- venderemos el Reloj, y así tendremos dinero para nuestros hijos. . . ¡Mira, mira! ¡Es una valiosa antigüedad!

- No, no mi amor, ni lo pienses. Ese Reloj es lo único que nos queda. Recuerda que es una reliquia de familia y siempre ha estado con nosotros.

- Sí, lo sé, pero esto es un caso desesperado. Si lo vendemos, con lo que nos den compraremos lo que deseas y seguramente nos quedará algo para ir viviendo mientras consigo trabajo - decía esto Juan mientras su esposa lo miraba con gran ternura, - también te compraré unos buenos zapatos, tus pies están muy lastimados - y al decir esto su voz se quebró.

- Deja, deja, no es nada. Y del Reloj, ni pensarlo. Aún recuerdo la tarde en que tu padre lo puso en nuestras manos. Le prometimos conservarlo siempre. . .

- Ya sé todo eso, y porque sé que es un objeto valioso creo que solucionaría nuestros problemas por algún tiempo - Juan ya no puede contener el llanto, su tristeza y amargura se ha convertido en lágrimas- Es día de Reyes y mis hijos no tendrán juguetes, ni una cena, nada, nada. . .

Elvira toma entre sus manos aquel sufrido rostro y lo besa amorosamente.

- Algo sucederá, un milagro, nosotros hemos sido buenos, no hacemos mal a nadie; algo nos tiene preparado Dios. Ya no sufras - y mientras decía esto Elvira también lloraba; sus palabras estaban llenas de fe y esperanza. Era una oración que confiadamente elevaba al cielo.

A las voces de sus padres el más pequeño se había despertado y con sus grandes ojos inundados de lágrimas miró a sus padres y les preguntó con inocente voz:

- ¿Por qué lloran? ¿Ustedes también tienen hambre?

Mientras la madre consuela al niño, aquel buen hombre toma con gran cuidado el hermoso Reloj, su carátula brillante y bien pulida parece alegrarse por el uso que se le va a dar. Lo cubre con su vieja chamarra y sale de la casa.

- Mami - dice la niña que se ha levantado- ya es de noche, ¿a dónde fue mi papá?

- Salió a caminar un poco, pero no tardará.

Luis, que es un niño muy inteligente de inmediato nota la ausencia del Reloj y pregunta: - ¿ venderán también el Reloj mamá?

- No sé, no sé hijo,- contesta la madre- pero no te preocupes más; tu padre siempre sabe hacer lo correcto.

En esos momentos, Juan dirigía sus decididos pasos hacía una elegante zona. Su antiguo jefe le había dicho que cuando quisiera deshacerse del Reloj, él lo compraría a muy buen precio.. El aire era tan frío que aguijoneaba la piel de Juan. Si vendía aquel fino Reloj tal vez se comprara una chamarra aunque fuera usada.

En eso iba pensando cuando sin saber de dónde, salió un anciano; su barba blanca cubría casi totalmente un rostro demacrado.

- Hijo, ayúdame, no he comido nada en tres días y estoy tan cansado. . . dame algo - le pidió a Juan.

- Lo siento señor, no tengo nada, yo también estoy muy pobre - contestó Juan - pero tal vez dentro de poco, si le vuelvo a ver, pueda ayudarle en algo.

- Gracias , hijo, anda no te entretengo. . .

Aún no se reponía de la sorpresa del encuentro cuando otro pordiosero cansado y sucio, con el rostro negro y lustroso invadido por las lágrimas, se interpuso en su camino y le dijo:

-¡Hey amigo!, necesito un doctor, estoy enfermo, he caminado mucho, ¿puedes tú ayudarme ?

- No , soy tan pobre como tú; siento lo que te sucede pero no puedo detenerme; si estás por aquí cuando regrese, tal vez pueda auxiliarte.

Y siguió Juan su camino pensando en el gran sufrimiento de esos pobres. Él por lo menos estaba joven y fuerte pero era injusto que ancianos como aquellos no tuvieran en donde refugiarse. Caminó algunas calles y al poco tiempo, llegó hasta donde un hombre se quejaba débilmente, sin poderlo evitar se acercó.

- ¿Que le sucede señor?

- No puedo moverme más, llevo varios días mendigando y nadie se ha detenido a socorrerme. Mira, mis piernas casi no me sostienen y por si fuera poco debo llevar alimentos a mis nietos que se han quedado huérfanos. Si tú pudieras. . .

- En este momento no puedo, tengo que hacer un negocio, pero si te encuentro un poco más tarde seguramente que lo haré. . .

Y caminó rápidamente para no tener más encuentros que le hicieran sentir tan mal.

Casi llegaba a su destino cundo a su paso salió un hombre maduro de porte muy especial, su rostro reflejaba una gran serenidad y acercándose a él le dijo:

- ¿A donde te diriges en una noche tan fría Juan? Deseo comprarte lo que llevas ahí.

Temiendo un asalto, Juan trató de cubrir el Reloj, pero algo en la voz de aquel hombre le inspiró confianza.

-¿Cómo sabes lo que llevo y cómo sabes mi nombre?

- Eso no importa por ahora, ten toma este dinero- Juan tomó el dinero y lo contó rápidamente.

- Pero, esto es mucho menos de lo que creí obtener. , Tengo muchas necesidades.

- Es suficiente para lo que necesitas, dame el Reloj, no pierdas tiempo, muchos esperan por ti. . . - dicho esto aquel hombre tomó el Reloj y se fue silenciosamente.

Entre confuso y disgustado, Juan inició el regreso y se topó con el hombre que le había hablado de sus nietos.

- Señor , señor, - le llamó Juan acercándose a él- vaya a dar de comer a sus nietos y coma usted también, quisiera darle un poco más pero no obtuve tanto como esperaba. . .- no alcanzó a decir más, el hombre tomó el dinero y se fue dando las gracias con una mirada.

Contando lo que le restaba y haciendo cálculos iba Juan, cuando vio a lo lejos al hombre negro que pedía caridad, se le acercó y poniendo algunos billetes en su mano le dijo:

-Ten, ve por el doctor, compra medicinas y con esto, podrás cenar bien esta noche . ¡Cuídate mucho!

-Gracias, Juan, esto tendrá su recompensa. . .

Grande fue la sorpresa para Juan el escuchar que también ese desconocido sabía su nombre pero cuando quiso preguntar algo, aquel hombre ya no estaba. . .

Siguió caminando Juan hacia su casa cuando vio al anciano de barba blanca. Estaba ahí, con su rostro demacrado por falta de alimento; con su mirada triste y con su delgado cuerpo lleno de frío. . .

-Ten, - le dijo resignadamente Juan, entregándole lo que le quedaba- cómprate una buena comida, no es mucho pero creo que alcanzará, y llévate también mi chamarra ya es muy vieja pero a ti te hace más falta.

El anciano no pudo responder, tan emocionado estaba. Y Juan regresó a casa más pobre de lo que había salido, porque ahora no tenía ni el Reloj.

Era más de medianoche y sólo Elvira estaba despierta cuidando cada ruido, tratando de adivinar los pasos de su esposo.

- Elvira , Elvira, ya llegue - dijo en voz baja para no despertar a sus hijos

- ¿Cómo te fue?, ¿Lo vendiste? ¿Tienes dinero?

- Me fue muy bien, me siento muy contento, pero no traigo dinero. ¡Todo fue tan extraño. . . escucha: - y la mujer escuchaba sin perderse una palabra y tan entretenidos estaban en su plática que no se percataron de los ruidos que había fuera de la humilde casa.

- Hiciste bien, Juan. Siempre hay alguien con más necesidad que uno mismo - dijo la comprensiva mujer y cuando lo abrazaba escucharon que llamaban a la puerta y grande fue la sorpresa cuando al abrir no encontraron a nadie. Solamente estaban los regalos con los que Juan y Elvira habían soñado y un sobre con dinero, no mucho pero lo necesario para comer algunos días. Y otro sobre con una nota preciosamente escrita que decía:

-" Juan, sabemos cuanto amas a tu familia y aun así preferiste ayudar al necesitado. Pronto encontrarás un buen trabajo. Nunca cambies porque la bondad siempre es premiada. Con gratitud y cariño. Melchor, Gaspar y Baltasar. Los Tres Reyes Magos.

¡Era un milagro! , el milagro que esperaba Elvira. . .

Cuando el matrimonio entró a la casa todo estaba en silencio. . . solamente lo interrumpía el acompasado ritmo del Reloj de Madera que satisfecho reposaba en la mesita de la esquina.

Juan y Elvira vivieron para siempre felices, modestos y honrados, buenos y caritativos. De los tres ancianos que Juan conoció aquella noche, no se supo nunca nada. . .

Ernestina Olmedo Núñez

El pez ecológico

Donde las aguas son cristalinas y todas las especies tú las puedes observar, allí tenía su castillo Principito, el heredero del mar. Él era hijo de Neptuno y de la Reina Isamar, y como niño travieso, no dejaba de explorar.

En un descuido de sus padres, quiso conocer más el mar, buscó al caballito dorado y empezó a flotar y flotar, las profundidades inmensas eran un lejano lugar.

Se encontraba en la superficie y quería todo observar, se acercó más a la orilla, donde el hombre cada día va su sustento a buscar. Pero, ¡oh, Dios mío! ¿Qué pasaba en ese lugar? Allí no había peces, ni mariscos, ni nada que pudiera sacar.

Para poder explicárselo debió observar, observar, se acercó aún más a la orilla donde los niños suelen jugar, pero ¡qué horror, Dios mío! ¿por qué tanta suciedad? El pececito no comprendía como el hombre no podía pensar que echando desperdicios, aguas sucias y basura, contaminaba el mar.

Al verlo tan asustado, sus padres no lo pudieron castigar. Qué le pasaba a Principito, los dos corrieron a preguntar.

El pequeño, todo nervioso, no era claro al narrar pero sus padres comprendieron lo que él quería explicar.

Buscaron entonces sus corceles dorados y del pequeño se hicieron acompañar, recorrieron el mismo camino que antes había hecho el pequeño, hasta que la orilla pudieron alcanzar.

Lo que los Reyes veían no lo podían soportar, el Rey estaba desconcertado y la Reina por igual.

Le pidieron al Tatita Dios les aconsejara que podían realizar, y Él, con su gran sabiduría, iluminó al rey del mar.

Él hizo que todas las especies se reunieran en el fondo del mar, les dijo que todos ellos debían colaborar, porque si el hombre no comprendía el daño que estaba haciendo, ellos algo debían tramar.

Y esto fue lo que hicieron por muchos y muchos largos días, nadie podía salir de su hogar. Así, él comprendería y trataría de ayudar.

Los hombres iban y venían cada día con sus embarcaciones vacías. Y esto continuaba día tras día, Hasta que cayeron en una gran desesperación, porque aunque el mar les permitía navegar, no había peces ni especies marinas que sacar.

Todos se reunieron entonces, en la sede local llamaron a los sabios del lugar, pero nadie sabía que podía ser lo que ocurría.

Asombrados miraron alrededor del mar y vieron la suciedad que había y el más anciano dijo con gran sabiduría, si ustedes no limpian, luego serán los culpables de que un día en esta querida mar no encontremos comida.

Pero con lo que estamos haciendo, hemos ido terminando todas las posibilidades de vida. Así que empiecen a limpiar y limpiar toda esa suciedad y verán que en el mar los peces aparecerán.

Primero se negaban a creer, pero como los niños son los más empeñosos, ellos fueron los primeros que empezaron a limpiar e imitando su ejemplo, los padres también se pusieron a limpiar.

Cuando estaba todo muy limpio, la playa era un hermoso lugar, el mar se veía cristalino y las olas venían a jugar.

Entonces el anciano sabio les dijo a los pescadores del lugar, ahora que habéis limpiado pueden ir a navegar, verán que el mar complacido su esfuerzo va a premiar.

Así todos lo hicieron e iban cantando a la mar. Principito y sus padres habían venido a observar, y como todo estaba limpio, dieron la esperada señal, todos los peces salieron y los pescadores los pudieron atrapar.

Pero como los hombres del mar son sabios, por la dura faena que les toca realizar comprendieron entonces lo que les había sucedido y se comprometieron a velar porque su querida mar fuera un lugar muy limpio y tranquilo donde sus hijos pudieran jugar.

Y desde ese día todos juntos velaron por la ecología.

Principito y sus papás están felices allá donde la mar es tibia, limpia y tranquila. Y todos los de sus especies viven sus hermosas vidas.

Moraleja: Si tu cuidas que en tu playa no echen basuras, ni aguas sucias estarás velando por la ecología, cooperando con la descontaminación. Pide a tus padres y amigos que hagan lo mismo y así en el futuro podremos contar con las ricas especies que nos entrega la mar.

Elena Beatriz Núñez Araya

La historia de la rana bonita

Un día bonito de primavera salieron Oskar y sus compañeros de clase de excursión a un prado enorme donde había un gran lago. Habían pensado hacer un pic-nic, pero antes decidieron jugar un rato.

Todos los niños se pusieron a jugar al escondite y Oskar se escondió detrás de un enorme árbol que había a un lado de la pradera, cerquita de la orilla. De repente, vio como algo saltaba por el césped justo al lado de él. "¡Una rana!", exclamó.

Oskar cogió la ranita y empezó a mirarla muy de cerca.

"¡Qué bonita es!" pensó y en seguida llamó a sus amigos para que la vieran.

Todos los niños querían cogerla y se turnaban para mirarla y tocarla. La rana estaba muy contenta de estar con tantos niños.

Cuando se hizo la hora de comer, la educadora llamó a los niños para ir a la orilla del lago. Entonces, Oskar se iba a meter la ranita en el bolsillo para llevársela consigo cuando la educadora y los otros niños le dijeron que no se podía llevar la rana.

- ¿Por qué? preguntó Oskar triste y enojado.

- Algunos animales quieren estar libres y no les gusta vivir encerrados en una casa - le contestaron.

- Pero yo voy a cuidarla muy bien y, además, ¡es mía porque la encontré yoooo! - gritó Oskar.

- Deja libre a la ranita ahora y vámonos al lago a comer que todos los niños están esperando- dijo su educadora bien enfadada. A ti no te gustaría vivir encerrado.

Oskar dejó la ranita libre y cuando ya todos se dirigían al lago, volvió sin que nadie se diera cuenta, cogió la ranita y se la metió en el bolsillo del pantalón.

Los niños se sentaron a orillas del agua con toallas y todos empezaron a comer sus bocadillos. Oskar comía contento y feliz sin que nadie supiera que la ranita estaba en su bolsillo.

Por la tarde, cuando todos estaban jugando, Oskar oyó un sollozo apenas perceptible. Por un momento, se paró para pensar de dónde podría venir y, al final, se dio cuenta y abrió su bolsillo del pantalón. Allí dentro estaba la ranita llorando y bien encogida:

- ¿Qué te pasa? le preguntó Oskar.

- No me lleves contigo, por favor, déjame libre, te lo pido por favor, decía la ranita con sus sollozos.

Oskar se quedó paralizado por un momento, no sabía lo que hacer y al final dijo:

- Pero ranita, yo no pretendo hacerte ningún daño, es sólo que me pareces muy bonita y me gustaría tenerte como amiga y mascota, te prometo no hacerte daño.

- Si de verdad quieres que sea tu amiga, lo seré pero, por favor, déjame libre y podemos vernos aquí en el prado siempre que quieras.

- Pero, ¿cómo te puedo encontrar en el prado cada vez que venga? Seguro que no te encontraría, que te habrías marchado.

- Mira, puedes ponerme un nombre secreto que solo sepamos tú y yo y cuando vengas al prado me llamas y yo te prometo que saldré a jugar contigo. Además, puedes venir siempre que quieras porque yo vivo aquí.

- Bueno, pues te llamaré,….mmmmmmmmm…, te llamaré Bonita. ¿De acuerdo? Te aseguró que volveré muy pronto -dijo Oskar y enseguida la dejó libre por el prado.

Oskar no podía dejar de pensar en su nueva amiga y cuando llegó el sábado le pidió a sus padres ir al prado y hacer pic-nic.

- Bonitaaaa, sal, ya estoy aquí - gritó Oskar al llegar.

La ranita vino enseguida saltando hacia Oskar y se subió en su mano para darle la bienvenida. Oskar estaba tan contento que no podía parar de reír y de abrazar a Bonita.

Pasaron el día juntos, hablando y jugando y, sobre todo, saltando.

A partir de entonces, Oskar iba cada sábado al prado a reunirse con Bonita. Le contaba secretos del colegio y de sus amigos y Bonita le enseñaba muchas cosas sobre la naturaleza y otros animales.

Un sábado de otoño Oskar fue como siempre al prado y por mucho que gritó, corrió y llamó a Bonita, ella no apareció. Oskar la llamó desesperadamente una y otra vez, pero Bonita no aparecía por ningún sitio. Oskar lloró y lloró toda la tarde y se preguntaba una y otra vez que le podría haber ocurrido a la ranita.

- Quizá otro niño la encontró y se la llevó, o a lo mejor, ha muerto la pobre Bonita - se decía.

Oskar no dejó de pensar en ella toda la semana. Estaba muy triste y no se podía concentrar en el colegio; sólo tenía a Bonita en la cabeza.

Un día, cuando volvía del colegio pasó por una tienda de animales, se paró a mirar y decidió entrar a ver los animales que tenían. Dio unas cuantas vueltas por los acuarios de peces, por las tortugas, las serpientes pero, de repente, Oskar no podía creer lo que sus ojos estaban viendo.

- ¡Bonita! ¿Qué haces aquí? ¿Te han encerrado?

La rana estaba loca de alegría. -Sácame de aquí, por favor, Oskar ¡- decía una y otra vez. Un hombre me recogió en el prado, le parecí tan bonita que me trajo aquí para venderme. Sálvame, por favor.

Oskar sacó a Bonita de la urna sin que nadie se diera cuenta, se la metió en el bolsillo de su pantalón como había hecho el día que la encontró y salió de la tienda en cuanto pudo.

Esta vez la ranita iba muy contenta dentro del bolsillo. Cuando llegaron a casa de Oskar, éste le propuso que se quedara esa noche en su casa y que al día siguiente la llevaría al prado y la dejaría libre. A Bonita le pareció una idea estupenda. Así que esa tarde se divirtieron mucho. Oskar le hizo unas cuantas fotos a la ranita para colgarlas en su habitación y luego comieron palomitas y esa noche se acostaron muy tarde.

A la mañana siguiente cuando Oskar despertó, estaba Bonita mirándolo fijamente desde su ventana.

- ¿Qué pasa?- preguntó un poco asustado.

- Tengo una idea para proponerte y espero que te parezca bien - dijo la rana.

- ¿Qué? - preguntó Oskar un poco pensativo.

- He estado mirando y veo que tienes un jardín muy grande con mucho césped y un pequeño estanque. Quizá podría quedarme a vivir en tu jardín y así evitaría que alguien me volviera a coger y llevar a algún sitio cerrado.

- ¡Siiiiiiiiiiiiiii! - gritó Oskar, loco de alegría. No lo podía creer. ¡Bonita quería quedarse con él!

Así pudo estar con Bonita cada día después del colegio y se la enseñaba a sus amigos y se bañaba con ella en el estanque.

Y, además, Bonita fue una rana muy, muy feliz viviendo en el precioso jardín de Oskar.

María Luisa Navarro Chova

Doris Elena Martínez Arango

El gatico Danilo

Danilo era un gatico inteligente, de pelo amarillo y desordenado que tenía que ir a la gatiguardería cada vez que papá gato y mamá gata, salían a trabajar. Papá gato era un felino ágil y despierto que trabajaba atrapando a los ladrones que robaban la comida del gatimercado. Mamá gata trabajaba tejiendo ropa de lana para bebés gato.

A Danilo no le gustaba ir a la gatiguardería porque era muy estrecha y oscura , allí no podía saltar, ni correr , ni maullar a todo pulmón. Vivía tan triste y amargado que arañaba a los otros gaticos, les arrancaba los pelos, les pisaba la cola y les mordía las orejas. Cuando la gatimaestra le llamaba la atención, él se acurrucaba a jugar con un pedazo de lana, en un rincón, bajo unas escaleras donde ella no podía entrar. Todos le temían. Su gatimaestra decía que era el peor de los gatitos y él creía que eso era verdad.

Danilo le dijo a mamá gata que no le gustaba esa guardería, y ella respondió :

- "después de la navidad te llevaré a una gatiescuela que te va a encantar".

Pasaron una, dos, tres, cuatro semanas. Llegó la navidad y Danilo estuvo muy contento porque ya no tendría que volver a la estrecha gatiguardería. Y por fin llegó el día esperado por Danilo, en el que conocería su gatiescuela.

Tan pronto entraron los primeros rayos tibios del sol por la ventana de su gaticuarto, saltó de su cama y con un fuerte maullido llamó a mamá gata, quien estaba ocupada en la cocina preparándole un delicioso sandwich de atún , para su primer día de clase. Meneando la cola de alegría, cogió su lonchera, se despidió de mamá gata y se montó en el gatibus escolar.

Al llegar a la gatiescuela lo sorprendió ver tantos gatos de un lado a otro : gatitos, gatimaestros, gativigilantes, gatisecretarias, gatijardineros, gaticonductores, revueltos en un gran patio de árboles inmensos y jardines con flores de muchos colores.

Un ronroneo suave llegó hasta sus oídos, era la gatimaestra, una gata color pardo, jovial y alegre , de ojos color miel y pelos cortos quien con voz dulce llamaba a cada uno de los nuevos gatitos. "Timoleón, Mateo, Sabina, Danilo" . Al escuchar su nombre brincó como un resorte y se montó en una mesa para contestar con un fuerte maullido :

- " Aquí estoy ! " .

A la gatimaestra la tomó por sorpresa aquel comportamiento y le dijo:

-"Danilo bájate de la mesa que te puedes caer".

La gatimaestra recordó entonces lo que, alguna vez, le había advertido papá gato :

- ese gatito es una fiera, no hace caso, es muy grosero y hace lo que quiere. Tenga cuidado con él, para hacerse respetar, háblele durito, jálele las orejas o pellízquelo .

La gatimaestra inició el primer día de clases leyendo algunos poemas y luego hizo una ronda con los nombres , despues de saber como se llamaban todos los gatitos, ellos salieron a un descanso. Al cabo de un rato todos volvieron al gatisalón, la gatimaestra notó que faltaban tres gatitos, fue a buscarlos por todos los rincones del inmenso patio y encontró a Danilo, Yustín y Sebas jugando en la piscina de arena. La gatimaestra preguntó que si ellos habían escuchado la campana. Danilo refunfuñó, no prestó atención a aquellas palabras y se lanzó nuevamente a la piscina de arena. Yustín y Sebas se fueron con la gatimaestra hacia el gatisalón. Danilo regresó solamente, una hora después, cuando se cansó de jugar con la arena.

Sucesos parecidos se repitieron por muchos días : cierta vez corrió como gato desaforado, por la mitad del patio de la gatiescuela, detrás de sus amigos para bañarlos con agua. En otra ocasión subió hasta lo más alto del árbol de mangos a balancearse en sus ramas, mientras la gatimaestra lo llamaba pacientemente a su gatisalón. Sin esperarlo se quebró la rama sobre la que estaba parado Danilo y se pegó un golpe tan fuerte que salió sangre de su cola. Su gatimaesta se asustó mucho. Pero Danilo se paró al instante y dijo:

-" a mí no me duele, a mí no me duele " .

Las mantas de colores

En cierta ocasión la gatimaestra preparó una clase especial. Los gatitos debían jugar con mantas de muchos colores al ritmo de una agradable música de flautas. Por primera vez Danilo acompañó a sus amiguitos, saltó y bailó. Al verlo los demás gatitos se acercaron con sus mantas, lo taparon, lo destaparon y se arrastraron unos a otros montados encima de las telas coloridas.

Al cabo de un rato la gatimaestra preguntó a los pequeños ¿qué les había gustado?. Danilo abrió sus grandes ojos marrón y se apresuró a contestar :

- "esa música es muy bonita, me gusta mucho".

Alejo , el gatito blanco de pelos parados dijo:

- "qué juego tan rico, pasamos muy bueno".

Susy , la gatita gorda y colorada agregó:

- " tan lindas esas mantas, bailamos y nos divertimos".

Al final de aquel día la gatimaestra dijo a todos que le ofrecieran un aplauso a Danilo, porque había compartido con entusiasmo y había sonreido a sus amiguitos. Les pidió tambien que buscarán un amiguito y se dieran un fuerte abrazo de gato, antes de irse para la casa. Ella se dirigió hacia Danilo y ofreciéndole un abrazo, lo miró a los ojos y con la mayor de las ternuras le dijo :

- " que bien bailaste! ".

Danilo se quedó frío como una paleta, y no supo que decir , mientras su corazón palpitaba como un gato saltarín. Cogió su lonchera y se alejó en dirección al gatibus escolar. Después de aquel día Danilo se quedó en su gatisalón con los amiguitos y pedía a su gatimaestra que le pusiera música mientras todos pintaban o jugaban a leer sus primeros gaticuentos.

Sol, solecito

Un día de lluvia y mucho frío, la gatimaestra les indicó que llamaran al sol recitando juntos el poema " Baja pronto solecito ". Y todos los gatitos entonaron con energía:

- "solecito, solecito te queremos saludar, baja pronto a la tierra haz que todo brille ya. Resplandece , resplandece dentro de mi corazón para que con alegría comience hoy mi labor ".

Después la gatimaestra les dijo que jugaran a escribir el poema, pues ellos se lo sabían de memoria, y que además dibujaran al amigo sol. A Danilo no le gustaba jugar a escribir. Cuando la gatimaestra los invitaba a ser escritores él nuevamente se alejaba a jugar con lana. Entusiasmados los amiguitos de Danilo se pusieron a escribir y a dibujar. Muchos llenaron una hoja con sus escritos y algunos solo media. Pintaron soles amarillos, naranjados y rojos, tristes y alegres, grandes como una pelota y pequeños como una bolita de cristal.

Entretenido con su lana en un lado del gatisalón, Danilo miraba y miraba lo que sucedía. Momentos después, en medio de una algarabía gatuna, todos los gatitos pegaron en una pared sus escritos y dibujos.

-" Ahora cada uno va a ponerse carita feliz , si considera que su trabajo está bien hecho y carita triste si cree que su trabajo no está bien " dijo la gatimaestra.

Todos se pusieron carita feliz … menos Danilo, quien se quedó tan mudo como una pared. Sonó la señal para salir a descanso y con agilidad gatuna todos tomaron sus loncheras para salir al patio. Danilo prefirió quedarse solo en su gatisalón. Cuando regresaron los gatitos y la gatimaestra se llevaron una sorpresa: en la exposición había un nuevo sol amarillo con cara sonriente y un montón de garabatos. Todos se preguntaron: ¿ de quién es ese sol ?. La gatimaestra supo de inmediato de quien se trataba y preguntó:

- " Danilo ¿ qué carita te pondrías feliz o triste ?" .

Y el respondió:

- " pues feliz, no ve que ya hice mi trabajo ".

La gatimaestra pidió a todos que le dieran un aplauso a Danilo porque había cumplido muy bien con la pequeña tarea del día. Yuli la gatita más alegre de la clase dijo :

- " Demos un abrazo a Danilo" y sin pensarlo todos se fueron encima del gatito, quien se sentía muy feliz. Emocionado le dijo a su gatimaestra que iba a ayudarle a repartir los materiales para hacer las tareas diarias. Sorprendida le dijo que si y le dio más abrazos de gato, mientras un fuerte chorro de luz entraba al gatisalón. Era el amigo solecito que por fin había llegado para calentar el día y el corazón de todos los gatos.

Una bruja al revés

Lo que voy a contar es una de las tantas historias de Brújula, la bruja miedosa, que sale de viaje un lunes de primavera con sol. Prepara su atadito de ropa, deja todo arreglado, monta su escoba vieja y saluda a su amiga Liebre y al compadre Lechuzón. Ellos se quedan tranquilos porque saben que Brújula no se perderá. De eso están seguros.

Brújula despega como siempre: voltereta por aquí, voltereta por allá y más allá. Toma vuelo, hincha sus pulmones y ZUMMMMM, empieza el viaje, más rápido que su amiga Liebre y con los ojos abiertos como los del compadre Lechuzón. Juega con su escoba y bailotea en el cielo gris. Vueltas redondas, giros en zigzag, caídas en tirabuzón. Dale que dale a las vueltas, a los giros y a las caídas.

De pronto, el gris del cielo se rompe porque Brújula se encuentra con una cosa blanca y suavecita que anda paseando por ahí.

- ¿Quién sos? -pregunta la cosa blanca y suavecita.

- Soy Brújula y tengo escoba para volar.

- Con lo que me gustaría volar en escoba. Yo me desparramaría toda en tu pollera larga y sería una nube-escoba que vuela. ¿Querés?

- No, las escobas son para las brujas. Y sin mas explicaciones, sigue su viaje más rápido que su amiga Liebre y con los ojos abiertos como los del compadre Lechuzón.

El cielo empieza a ponerse rojo, rojo y caliente también, tan caliente que le dan ganas de arrancarse el vestido negro, porque el calor le ahoga la garganta. Pero una bruja sin vestido negro no es una bruja. Y Brújula es una bruja con todo: vestido negro, nariz ganchuda, pelos duros y risa ruidosa, aunque con miedo. Eso sí.

En el cielo aparece una luz cada vez mas caliente, caliente y roja.

- ¿Quién sos? -pregunta la luz roja.

- Soy Brújula y tengo escoba para volar.

- ¿Sabés que me gustaría andar en escoba? Me engancharía en tu pelo y sería un sol-escoba que vuela. ¿Querés?

- No, las escobas son para las brujas.

Y otra vez de viaje. Más rápido que Liebre y con los ojos abiertos como los del compadre Lechuzón. Ella los recuerda y una lágrima chiquita se le engancha en el gancho de la nariz. ¡Que no lo sepa nadie, eh! Porque las brujas no lloran.

Da media vuelta de escoba y rumbo a casa. Mientras, el cielo se tiñe de negro como Brújula. El miedo le vuelve otra vez pero se lo aguanta. Si se enteraran Liebre y Lechuzón, cuánto se reirían. Y eso a ella no le gustaría ni medio.

Todo el cielo se pone negro, de un negro renegrido. De pronto, tiquitic, tiquitic, tiquitic, tres puntitos blancos alumbran el negro del cielo y el de su vestido también.

- ¿Quién sos? -preguntan los tres puntitos blancos.

- Soy Brújula y tengo escoba para volar.

- Con lo que nos gustaría volar en escoba. . . nos prenderíamos en el volado de tu blusa y seríamos tres estrellas-escoba que vuelan. ¿Querés?

- No, las escobas son para las brujas.

Dice esto y siente que el miedo se le está viniendo otra vez. Y cuando el miedo se le mete adentro, le da más miedo todavía. Ya quisiera estar con Liebre y Lechuzón. Pero falta bastante.

En eso aparece Don Viento Fuerte fffffff, un poquito, fffffff, otro poquito y fffffffffffffff con todas las ganas. Brújula da vueltas para acá y para allá.

El vestido se le enreda en la escoba, la escoba se le resbala entre los dedos. Los dedos de Brújula tiemblan: los de las manos y los de los pies también. El temblor le sube desde el vestido todo negro a la garganta y le hace parar los pelos que se le ponen más duros que nunca.

Si, el miedo es muy grande. Más grande que el cielo de las Tres Marías, de la nube y del sol.

- ¿Qué te pasa, que estás tan temblorosa? -Le pregunta Viento Fuerte con su voz de ventarrón.

- Nada, es que, es que. . . se me hizo un poco tarde, sabés. Y mis amigos me esperan.

A Brújula le gustaría contarle que ella no da miedo como sus amigas brujas, que ella es la que tiene miedo. Pero no, faltaría más.

Se detiene un ratito y piensa muy seria: ¿Por qué no puedo ser miedosa?

Bueno, no es cuestión de perder tiempo. Liebre y Lechuzón la estarían esperando.

Acomoda su vestido, ordena su atadito de ropa, monta su escoba vieja y ZUMMMMM, otra vez de viaje.

Entre voltereta y voltereta y para espantar un poquito el susto que aún le queda, canta: Larali, laralá, soy una bruja con miedo y ya está, laralí, laralá. . .

Llega por fin a su casa un martes de primavera con sol.

Liebre y Lechuzón están muy tranquilos en la puerta, como si nada, seguros de que la amiga volvería.

Si no, no se llamaría Brújula, ¿no te parece?

Cristina Martín

La historia de don Casi

Había una vez en lo alto de un pueblo muy lejano, una casa muy grande y bonita. La casa tenía enormes rejas de oro, y dentro un inmenso jardín con una variedad inimaginable de flores, las flores más hermosas y raras, las podíamos encontrar ahí.

En medio de ese esplendoroso jardín había una fuente de la cual brotaba agua cristalina.

El dueño de esa casa tan grande, era un hombre al cual le gustaba mandar y gritar; este hombre se llamaba Casimiro y todas las personas que trabajaban para él le tenían mucho miedo. Las personas lo llamaban respetuosamente “Don Casi”.

Don Casi, no tenía familia, ni amigos y siempre parecía estar enfadado, pues andaba con el ceño fruncido.

Un día, paseando por su jardín, pasó cerca de la fuente y encontró a una niña bebiendo agua. Al verla, Don Casi, empezó a gritar:

-“¡Oye niña! ¿Qué haces ahí bebiendo agua de mi fuente?”.

A lo que la niña respondió:

- “Disculpe usted señor, es que pasaba por aquí y no pude evitar acercarme al ver las hermosas flores desde afuera, así que como la reja estaba abierta, entré para contemplarlas, luego vi el agua saliendo de esta hermosa fuente y como tenía un poco de sed me acerqué a beber un poco…”

-“¿Sí? – respondió Don Casi- “No me importa si te gustaron mis flores o si tenías sed, niña apestosa; lo único que quiero es que te largues de aquí”.

La niña al sentirse insultada, solo le respondió :

- “Señor , tiene usted la soberbia de un caballo y la lengua de un reptil” – Luego de decirle esas palabras, salió del lugar.

Don Casi, siguió caminando refunfuñando amargamente : “Niña tonta, ya me arruinaste el paseo, será mejor que vaya a descansar”. – y así lo hizo – se dirigió a la casa y subió a su habitación, se acostó en la cama y se quedó dormido.

A la mañana siguiente, al despertar, Don Casi empezó a gritar para que le traigan el desayuno; en eso se abrió la puerta y la empleada al entrar a la habitación, tiró la bandeja con el desayuno y empezó a gritar asustada; en eso llegaron las demás personas que trabajaban para Don Casi y lo que vieron los horrorizó. En la cama había un animal con cabeza de caballo, cuerpo y lengua de serpiente ; todos trataron de golpearlo y matarlo pero el extraño animal empezó a arrastrarse y escapó.

El extraño animal se arrastró y arrastró tan rápido que no lograron alcanzarlo, hasta que cansado se detuvo cerca de las orillas de un río, al acercarse a beber agua y ver su reflejo empezó a gritar y llorar :

- “No puede ser…me he convertido en una horrible criatura…Yo Casimiro…¿Y ahora qué hago?

En eso el agua del río empezó a elevarse y comenzó a hablarle:

- “Casimiro, Casimiro; ayer una niña se acercó a beber agua y tú la insultaste, ese es tu castigo por malvado”.

Casimiro respondió:

- “Sí, lo recuerdo; pero estoy arrepentido…”

El agua del río dijo:

- “Si estás arrepentido busca una flor de siete colores, ve a la plaza del pueblo, busca a la niña que insultaste y entrégale la flor; promete que aprenderás a tratar bien a la gente, si lo haces de todo corazón volverás a tener tu aspecto de antes, si tu arrepentimiento no es real, te quedarás tal y como estás ahora…¡Ah! pero tienes solo hasta el medio día de mañana”.

Casimiro se apresuró para ir en busca de la flor de siete colores, no sabía si esa flor existía o no; las horas pasaban, ya había recorrido casi todos los lugares donde había flores; pero le faltaba recorrer un lugar: “Su jardín”.

Se dirigió a su jardín cuidando de no ser visto por la gente, empezó a recorrer todo el lugar y cuando ya estaba perdiendo las esperanzas vio la flor de siete colores, la sacó cuidadosamente de la tierra cuidando de no dañar las raíces y se dirigió al pueblo.

El reloj del pueblo empezó a dar las once campanadas y Casimiro aún no llegaba a la plaza…

Las fuerzas casi empezaban a abandonarlo hasta que llegó a la plaza y todas las personas que estaban ahí empezaron a gritar y a correr muy asustadas. La niña que estaba también en la plaza corría aterrorizada, pues esa extraña criatura, la empezó a perseguir a ella. De pronto se detuvo, pues tenía a esa horrible cosa delante de ella… estaba paralizada, sin saber qué hacer, temblando, transpirando… El extraño animal (Don Casi) empezó a hablar y dijo:

- “Por favor no te asustes, soy Don Casi; me convertí en este horrible ser porque te traté mal ayer y sé que a muchos también los he tratado mal; ahora estoy arrepentido, les pido que me perdonen pues de ahora en adelante, prometo respetarlos y no ser un viejo gruñón”.

Al terminar de decir esas palabras, colocó la flor delante de la niña… cayó desmayado y lo que ocurrió asombró más aún a las personas, ese extraño animal empezó a transformarse hasta convertirse en Don Casi.

Cuando despertó Don Casi empezó a mirarse para ver si realmente había recobrado su aspecto anterior y al darse cuenta de que así era, empezó a saltar y a abrazar sonriente a todas las personas.

Miró a la niña, la abrazó con una ternura insospechada en él, cuando se separó de ella; la niña tomó la flor de siete colores, le empezaron a salir unas alas en la espalda, se elevó y suspendida unos segundos en el aire, miró a Don Casi, le sonrió, besó la flor de siete colores, le guiñó un ojo y se marchó volando por los aires.

Desde ese día Don Casi ya no fue el mismo; sonreía, trataba bien a las personas, abrió las rejas de su casa para que todos pudiesen ver sus flores y beber agua de su fuente.

Gaby Higashionna

Muchas gracias a todos los visitantes de este sitio por tenernos en cuenta, y que dios los ilumine

La pequeña luciérnaga.

Había una vez una comunidad de luciérnagas que vivía en el interior del tronco de un altísimo lampati, uno de los árboles más majestuosos y viejos de Tailandia. Cada anochecer, cuando todo se quedaba a oscuras y en silencio y sólo se oía el murmullo del cercano río, todas las luciérnagas abandonaban el árbol pan llenar el cielo de destellos. Jugaban a hacer figuras con sus luces bailando en el aire para crear un sinfín de centelleos luminosos más brillantes y espectaculares que los de un castillo de fuegos artificiales.

Pero entre todas las luciérnagas que habitaban en el lampati, había una muy pequeñita a la que no le gustaba salir a volar.

—No, no, hoy tampoco quiero salir a volar —decía todos los días la pequeña luciérnaga—. Id vosotros que yo estoy muy bien en casita.

Tanto sus abuelos, como sus padres, hermanos y amigos, esperaban con ansiedad a que llegara la noche para salir de casa y brillar en la oscuridad. Se lo pasaban tan bien que no comprendían cómo la pequeña luciérnaga no les acompañaba nunca. Le insistían una y otra vez para que fuera con ellas a volar, pero no había manera de convencerla. La pequeña luciérnaga siempre se negaba.

— ¡Qué no quiero salir a volar! —Repetía la pequeña luciérnaga—. ¡Mira que sois pesados, eh!

Toda la comunidad de luciérnagas estaba muy preocupada por la actitud de la pequeña.

—Hemos de hacer algo con esta hija —decía su madre angustiada—. No puede ser que la pequeña no quiera salir nunca de casa.

—No te preocupes, mujer —añadía su padre intentando calmarla—. Ya verás como todo se arregla y cualquier día de éstos sale a volar con nosotros:

Pero pasaban los días y la pequeña luciérnaga seguía encerrada sin salir de casa.

Un anochecer, cuando todas las luciérnagas habían salido a volar, la abuela luciérnaga se acercó a la pequeña y le preguntó con toda la delicadeza del mundo:

— ¿Qué te sucede, mi pequeña niña? ¿Por qué nunca quieres salir de casa? ¿Cuál es la razón por la que nunca quieres venir a volar e iluminar la noche con nosotros?

— No me gusta volar —respondió la pequeña luciérnaga.

—Pero ¿por qué no te gusta volar ni mostrar tu luz? —insistió la abuela.

—Pues. —Explicó por fin la pequeña luciérnaga—, para qué he de salir si con la luz que tengo nunca podré brillar como la luna. La luna es grande y brillante y yo a su lado no soy nada. Soy tan pequeñita que a su lado no soy más que una ridícula chispita. Por eso nunca quiero salir de casa y volar, porque nunca brillaré como la luna.

La abuela escuchó con atención las razones que le dio la pequeña l ciénaga.

—¡Ay, mi niña! —Dijo con una sonrisa—. Hay una cosa de la luna que has de saber y que, por lo visto, desconoces. Y lo sabrías si al menos salieras de casa de vez en cuando. Pero como no es así, pues, claro, no lo sabes.

— ¿Qué es lo que debo saber de la luna y que no sé? —preguntó la pequeña luciérnaga presa de la curiosidad.

—Has de saber que la luna no tiene la misma luz todas las noches —Respondió la abuela—. La luna es tan variable que cambia todos los días. Hay noches en que está radiante, redonda como una pelota brillando desde lo más alto del cielo. Pero, en cambio, hay otros días en que se esconde, su brillo desaparece y deja al mundo sumido en la más profunda oscuridad.

— ¿De veras que hay noches en que se esconde la luna? —se sorprendió la pequeña.

— ¡Que sí, mi niña! —continuó explicando la abuela—. La luna cambia constantemente. Hay veces que crece y otras que se hace pequeña. Hay noches en que es enorme, de un color rojo, y otros días en que se hace invisible y desaparece entre las sombras o detrás de las nubes. La luna cambia constantemente y no siempre brilla con la misma intensidad. En cambio tú, pequeña luciérnaga, siempre brillarás con la misma fuerza y siempre lo harás con tu propia luz.

La pequeña luciérnaga se quedó asombrada ante las explicaciones de la abuela. Nunca se habría podido imaginar que la luna fuera tan variable que brillaba o que se apagaba según los días. Ya partir de entonces, la pequeña luciérnaga salió cada noche del interior del gran lampati para salir a volar con su familia y sus amigos. Y así fue cómo la pequeña luciérnaga aprendió que cada uno ha de brillar con su propia luz.

Magdalena y la hormiga Catalina

A Magdalena le habían crecido los pies y papá pensó que necesitaría unos zapatos un poco más grandes.

- Compraremos unos zapatos nuevos- dijo papá.

El padre tomó de la mano a su hija y comenzaron a pasear fijándose en todos los escaparates.

- Hay zapatos de todos los colores; dijo el papá de Magdalena.

Pero papá sabía cual era el color favorito de Magdalena. De pronto Magdalena dio un grito:

- ¡Ahí están!. ¡Qué bonitos son!.

En medio del escaparate había unos bonitos zapatos de color rojo, con un par de enormes lazos azules.

- Por favor papá, ¿puedo probármelos?- preguntó la niña.

Entraron en la zapatería y les atendió una señora.

- ¿Qué zapatos quieren ver?- dijo.

- ¡Esos!, los de color rojo- exclamó Magdalena entusiasmada.

Papá levantó a Magdalena del suelo y la sentó en una silla que tenía unas patas muy largas.

-Tendrás que aprender a atarte los cordones.

Papá explicó a la niña cómo tenía que atarse los cordones. A Magdalena no le pareció nada fácil.

- No importa, siempre habrá alguien que me los pueda atar; pensó.

A la mañana siguiente Magdalena llamó a su papá para que le atase los cordones de sus zapatos nuevos.

- Papá ¿podrías atarme los cordones?.

- Sabes que debes intentarlo tú sola, sino nunca aprenderás.

- ¡Ay, ay! Me duelen tanto las rodillas que no me puedo agachar se quejó Magdalena.

Su padre le ató los zapatos para que viera una vez más cómo se hacía. Pasó otro día y Magdalena pidió a su madre que le atase los zapatos.

-¡Ay, ay! Me duele la barriga. Mamá ¿podrías atarme los cordones de mis zapatitos rojos?.

- Mamá se los ató pero le recordó que si quería aprender debía intentarlo ella sola.

Pasaron los días y Magdalena seguía pidiendo que le atasen los cordones diciendo que ella no podía porque le dolía algo. Aquella tarde, mamá y papá estaban muy ocupados ordenando la casa cuando Magdalena les hizo la misma pregunta de siempre.

- ¿Podríais atarme los zapatos?, me duele . . .

Estaban tan ocupados que ni siquiera la dejaron terminar de hablar.

- Magdalena, siempre que tienes que atarte los zapatos dices que te duele algo. Es hora de que aprendas a hacerlo tú sola; dijo papá poniéndose serio.

Entonces Magdalena empezó a llorar. Veía tan difícil atarse los zapatos que no se atrevía a intentarlo. Salió al jardín y se sentó en la hierba. Lloró y lloró hasta que se dio cuenta que debajo de una maceta que había a su lado, estaba pasando algo.

-¡En fila!. ¡Fiiiiirmes!. ¡1,2,3,4,1,2,3,4!. ¡Cuánto hay que trabajar, no podemos descansar ni un minuto!.

Todas las hormigas trabajaban sin parar, unas traían miguitas de la cocina de Magdalena, otros traían semillas del campo y las más fuertes se encargaban de sacar las piedras de la entrada del hormiguero.

- Hoy es un día muy especial; les dijo la reina a todas las hormigas.

- Han nacido hormiguitas y tenemos mucho trabajo.

Todas las hormigas esperaban en fila a que la reina les dijera cuál era su trabajo. Catalina, la hormiga de zapatos rojos estaba un poco asustada porque no sabía que trabajo le iba a mandar la reina.

-A ver si me manda un trabajo fácil- pensó la hormiga Catalina mientras esperaba su turno.

- Vosotras cuatro os encargaréis de quitar las piedras del camino; dijo la reina a las hormigas más fuertes de la fila.

- Las de las patas más largas buscarán alimentos y tú enseñarás a los bebés.

Catalina estaba distraída pensando en que lo único que ella sabía hacer era atarsse los cordones de sus hermosos zapatos y no se dio cuenta de que la reina le estaba hablando a ella.

-¿Cómo te llamas?- preguntó la reina rozando sus antenas con las de Catalina.

- Me llamo Catalina majestad y no se cuidar bebés.

- Ya aprenderás; exclamó la reina. Todas tenemos que ayudar en este hormiguero porque pronto llegará el invierno.

- Catalina subió las tres escaleras que conducían a la guardería.

-¿Cómo voy a hacer? No se lo que tengo que hacer- pensó.

Al abrir la puerta de piedra, vió las antenitas de los bebés hormigas asomando por los barrotes de las cunitas. Como era la hora del desayuno, las hormiguitas se despertaron y empezaron a llorar.

- Buaaaaa.......buaaaaaa............buaaaaaaaa.- gritaban sin parar.

- ¿Qué les pasará?, ¿por qué gritan tanto?.

Catalina no entendía nada. Era por la mañana, acababan de despertarse y querían . . .

-¡Claro, su desayuno!. Tienen hambre, ¿qué les voy a dar?- se preguntó entonces Catalina.

De pronto llamaron a la puerta.

-Toc, toc es la hora del desayuno, traigo los cereales .

Era la hormiga Felipe que se encargaba de repartir la comida. Cuando Catalina puso los cereales en la mesa, los bebés comenzaron a llorar de nuevo porque no sabían comer.

- Calma, calma, yo les ayudaré. Primero pondremos la mesa- dijo Catalina a las hormiguitas.

- ¡Clis, clas, pum!. ¿Qué ha sido eso?.

Una de las hormiguitas había cogido todos los platos de una vez y con tanto peso se le cayeron al suelo y se rompieron en mil pedazos. Entonces Catalina comprendió que iba a tener que explicarles todo con mucha paciencia.

- Tendrás que llevar los platos uno a uno- le explicó Catalina moviendo sus antenas.

Una vez más golpearon la puerta.

- Toc, toc, es la hora de vestirse, traigo la ropa.

Era la hormiga María que se encargaba de lavar y planchar la ropa.

- Es la hora de vestirse, tomad vuestra ropa- dijo Catalina .

Mientras se fijaba en los bebés vio que todos habían intentado vestirse pero aquello era un desastre. La hormiga de los zapatos rojos movió sus antenas para enseñar a los bebés a vestirse.

-¡Ja, ja, ja, ja, ja!- Catalina y las hormiguitas se miraron y comenzaron a reírse, porque aquello empezaba a ser muy divertido.

A la hora de acostarse Catalina rozó sus antenas con las de las hormiguitas bebés para darles las buenas noches y enseguida se quedaron dormidas.

-¡Uf, qué cansada estoy!- exclamó Catalina.

Nuestra amiga se desvistió, se desató los cordones de sus hermosos zapatos rojos, se metió en la cama y se quedó dormida.

Al día siguiente las hormiguitas no lloraron tanto y día tras día fueron aprendiendo a mover las antenitas cuando querían algo. Pasado el tiempo la reina vino a visitar a Catalina y vio como las hormiguitas estaban poniendo la mesa todas contentas, mientras otras se vestían y ninguna lloraba sino que movían sus antenas cuando querían hablar.

- Has hecho un buen trabajo Catalina, les has enseñados muchas cosas a estas hormigas. Creo que ha llegado el momento de que yo descanse y tú ocupes mi lugar.

Entonces la reina puso a Catalina su corona.

- No olvides que es muy importante intentar hacer las cosas, ya ves que lo has conseguido. Si alguna vez me necesitas aquí estaré- dijo la reina rozando sus antenas con las de Catalina.

Catalina se dio la vuelta y tocó con sus antenas la nariz de la niña y le dijo:

-¿Ves?. Pensé que era difícil y al final lo he conseguido. Creo que tú también puedes hacerlo.

Magdalena se sentó en la escalera mirando sus zapatos. Cuando entró en casa los cordones de sus zapatos estaban atados.

- ¡Enhorabuena, lo has conseguido!- dijo su papá sonriendo.

Desde ese día Catalina aprendió muchas más cosas y ya no tuvo miedo de que al principio no le salieran bien.

INTRODUCCION.-

Este cuento va dirigido a niños de cuatro a seis años. La protagonista se encuentra ante un problema común a niños de esta edad: saber o aprender a realizar determinadas destrezas. El aprendizaje de algo nuevo siempre trae consigo unos factores a tener en cuenta, como son la seguridad personal que a esta edad todavía no está afianzada, los grados de habilidades motrices del niño/-a y la motivación que da lugar a la iniciativa a la hora de desempeñar nuevas tareas.

El cuento trata de una situación cotidiana en la que un padre acompaña a su hija de compras y posteriormente se presentan los roles familiares en el hogar. La intención es tratar temas del entorno del niño para hacer el relato interesante y principalmente significativo.

Magdalena, la protagonista, es una niña de la misma edad a quien va dirigido. Esta niña comparte con los lectores las mismas preocupaciones y miedos a la hora de aprender algo nuevo, por eso a los lectores no les resultará difícil comprender el mensaje del relato.

La aparición en el cuento de personajes animados hace que el niño sea capaz de superar una dificultad de su mundo real por medio de la fantasía.

Nuevamente aparecen en esta parte anécdotas y experiencias de la vida cotidiana con las que resulta fácil identificarse.

El final del cuento hace posible conectar el mundo real del niño con el de la imaginación de manera que el niño pierde ese miedo a realizar una tarea nueva ayudado por su personaje de fantasía.

La intención pues ha sido ésta, que el niño/-a aprenda a ser autónomo siendo capaz de tomar la iniciativa en cualquier experiencia nueva. Este cuento pretende partir del entorno y de las experiencias cotidianas del niño/-a, para conseguir mantener el interés en todo momento. La motivación aparece ligada a la afectividad como paso imprescindible para llegar al aprendizaje.

Mercedes García Vázquez

¿Dónde están todos?

Les voy a contar la historia de Fito, un oso grande y fuerte que vivía en una cueva en el bosque y a quien no le gustaba tener amigos. Todos los días por la mañana salía en busca de comida y a dar un paseo por el enorme bosque, pero caminaba siempre solo; las ardillas juguetonas lo veían pasar y gritaban

¿Fito, quieres venir a jugar con nosotras?

Pero Fito no hacía caso y seguía caminado. Después se encontraba al lobo quien le decía:

¡Fito!, ¡oso Fito! Ven, ayúdame a cazar, vamos ayúdame y te invito a comer.

Pero nuevamente no hacía caso y continuaba su camino. Más adelante estaba en su gran árbol el señor búho y también lo invitaba a platicar, pero Fito no se molestaba siquiera en voltear a verlo. Y así sucedía con todos los animales que se encontraba a su paso.

Cierto día, Fito se despertó y decidió ir a buscar comida, pero cuando salió de su cueva se llevó una gran sorpresa al ver que los animales del bosque habían desaparecido,

¿Pero qué ha sucedido? - se preguntó Fito –, ¿Dónde están todos? ¿Y el señor búho, el lobo y las pequeñas ardillas, a dónde se han ido?

Y empezó a caminar en busca de algo o alguien que pudiera explicarle lo que sucedía, así que camino y camino sin encontrar una pista que le ayudara a entender. Ya cansado de caminar decidió descansar bajo la sombra de un árbol; de pronto se quedó dormido. Más tarde escuchó unos extraños ruidos que lo despertaron, eran como piedras que caían. También escuchó algunas voces a lo lejos:

¡Hay! me he golpeado

A mí me duele todo

Yo caí sentada

¡Caíste sobre mí!

Fito fue corriendo hasta el lugar de donde salían las voces y al llegar se encontró unas pequeñas criaturas de diferentes colores y muy graciosas, eran redondas como pelotas, además tenían nombres raros. La bolita verde se llamaba Verdad y se encargaba de decir siempre la verdad, la amarilla Sonrisa y nunca estaba enojada, la azul tenía por nombre Amistad y le gusta tener amigos y jugar con ellos; la bolita naranja se llamaba Alegría, quien siempre estaba bailando, saltando y corriendo.

¿Quiénes son ustedes?- pregunto Fito

Somos las Bolitas Juguetonas y venimos del planeta de la Felicidad – contestaron todas al mismo tiempo

¿El planeta de la Felicidad?, ¿dónde está ese lugar?

Lejos, muy lejos de aquí – contestó Amistad

Sí, cerca del cielo – agrego Sonrisa

¿Y qué hacen aquí? ¿A qué han venido? – cuestionó Fito con gran curiosidad

Venimos a buscar a un oso. Es: grande y fuerte, tiene dos orejas, dos ojos, cuatro patas y mucho pelo, pero que vive en una cueva muy solo y sabemos que no le gusta tener amigos. Se llama Fito – dijo Alegría

¡Fito!, yo me llamo Fito y soy un oso.

¿Tú te llamas Fito? – exclamaron todas las Bolitas a una sola voz

Sí, pero, yo no las conozco, además no viven en el bosque y no quiero hablar con ustedes.

Fito, venimos a jugar contigo – agregó Amistad

Yo no quiero jugar – dijo Fito- además tengo hambre y sed. Adiós

Y así, Fito decidió irse y dejar a Sonrisa, Verdad, Amistad y Alegría. Se fue en busca de agua y comida, pero al ir caminando se dio cuenta nuevamente que estaba solo en el enorme bosque y los animales habían desaparecido, así que se puso triste.

Estaba cerca del lago tomando agua cuando escucho una voz, era Verdad:

Fito, Fito, te invitamos a jugar, ¿aceptas?

Otra vez tú, te he dicho que no quiero jugar, vete de aquí –agregó Fito

Sólo un momento, por favor, te vas a divertir mucho y además vamos a llegar a ser amigos – dijo Alegría

Anda oso necio, vamos a jugar – repuso Sonrisa

Nos divertiremos mucho y vas a aprender muchas cosas nuevas – agregó Amistad

No quiero aprender nada ni tener amigos – contestó el Oso

Y así transcurrió un rato tratando de convencer a Fito para jugar y ser amigos, hasta que lograron convencerlo: jugaron, brincaron, saltaron, treparon por los árboles, bailaron y pudieron divertirse mucho; Fito no se cansaba de sonreír, estaba contento y muy feliz; pero de pronto, el oso Fito empezó a correr y cayó en un pozo muy hondo y oscuro, se asustó mucho y gritó:

¡Auxilio! Que alguien me ayude, por favor ayúdenme.

Las Bolitas también se asustaron y trataron de ayudarlo, pero eran demasiado pequeñas y Fito era un oso muy grande y pesado, así que no podían sacarlo. Fito, cada vez estaba más asustado. Sonrisa desde afuera trataba de animarlo, diciéndole:

Oso Fito: no te asustes, te vamos a ayudar para que salgas. Tienes que ser valiente.

Y Fito, trataba de no asustarse, pero no lo lograba, así que empezó a llorar y a imaginarse que nadie lo ayudaría porque cuando él vivía en su cueva no hablaba con los animales, ni tenía amigos.

- Si al menos hubiera platicado con el señor búho, si hubiera jugado con las ardillas o ayudado a cazar al lobo, ellos serían mis amigos y en este momento que los necesito me auxiliarían – Todo esto pensaba Fito, mientras transcurría el tiempo dentro del pozo.

Entre tanto, Verdad, Amistad, Sonrisa y Alegría buscaban la manera de sacar a Fito, pero después de un tiempo se dieron cuenta de que por más esfuerzos que hacían no podían sacarlo. De pronto a Amistad se le ocurrió algo:

Llamemos a los animales del bosque, para que nos ayuden a sacar a Fito, porque si todos unimos nuestras fuerzas será más fácil y rápido sacarlo.

Si, tienes razón – repuso Alegría

Así lo hicieron. En un momento, llegaron las ardillas, el señor búho, el lobo, el castor, el mapache... todos fueron en auxilio del oso y cooperando todos juntos lo pudieron sacar del pozo.

Cuando Fito estuvo por fin fuera se sintió feliz y muy contento. Pero se sorprendió bastante al ver a todos los animales del bosque:

Pero, ¿no se habían ido ustedes del bosque, no estaban desaparecidos? cuestionó muy impresionado el gran oso

¡No! – Dijeron todos los animales

Entonces, ¿qué sucedió? – preguntó Fito

Yo te explicaré, -dijo Alegría- Mira, lo que sucedió fue que tú no podías ver a las ardillas, al lobo, al búho y a todos los animales porque no querías ser su amigo y cuando ellos te hablaban no les hacías caso

Además, siempre estabas enojado – repuso Sonrisa

Sí, todo fue porque tu no deseabas tener amigos, así que nosotras las Bolitas de Juguetonas decidimos darte una gran lección y usamos nuestra magia para que no pudieras ver a los animales con quienes vives en el bosque. – agregó Verdad

Ya aprendí que no podemos estar solos, necesitamos de amigos, sobre todo cuando vivimos juntos; no es bueno ignorarlos y no hacerles caso. Además, estoy contento, porque me di cuenta que a pesar de que yo era un oso grosero, todos me vinieron a ayudar cuando lo necesité. – dijo Fito

Claro, si todos vivimos juntos, no podemos olvidar que somos amigos. – dijo el sabio señor búho.

De esta manera, Fito, había aprendido la más bella lección de amor y se dio cuenta que lo querían mucho y ya no se sentiría solo.

Después de jugar un rato todos los animales, Fito y las Bolitas Juguetonas, Verdad dijo: - es hora de irnos, ya cumplimos nuestra misión y no podemos quedarnos más tiempo.

Sí, tienes razón – agregó Amistad

No queremos irnos, pero debemos regresar al planeta de la Felicidad – dijo Sonrisa

Sí, porque seguramente tendremos que cumplir alguna otra misión –comentó Alegría - y no olviden que todos podemos ser amigos y aprender a convivir.

¡No lo olvidaremos! - Dijeron los animales a una sola voz

¡Qué lástima que se tengan que ir! – dijo Fito – pero me han dejado algo muy grande, muchos pero muchos amigos.

Así, las Bolitas Juguetonas ya contentas de haber cumplido con éxito su misión se tomaron de las manos, voltearon al cielo, solo se veía la luna y muchas estrellas, dieron un gran salto y se perdieron entre ellas.

Adiós – gritaron las ardillas

Hasta pronto – dijo el lobo

Adiós, adiós – grito el oso

Mientras todos se despedían con entusiasmo y gran alegría; del cielo se oyó un grito:

-Pronto nos volveremos a ver. –gritaron las Bolitas Juguetonas

Y regresaron al planeta de la Felicidad, desde donde observan qué pueden hacer por los demás para que vivan felices.

Erika García Rosales