Lo que voy a contar es una de las tantas historias de Brújula, la bruja miedosa, que sale de viaje un lunes de primavera con sol. Prepara su atadito de ropa, deja todo arreglado, monta su escoba vieja y saluda a su amiga Liebre y al compadre Lechuzón. Ellos se quedan tranquilos porque saben que Brújula no se perderá. De eso están seguros.
Brújula despega como siempre: voltereta por aquí, voltereta por allá y más allá. Toma vuelo, hincha sus pulmones y ZUMMMMM, empieza el viaje, más rápido que su amiga Liebre y con los ojos abiertos como los del compadre Lechuzón. Juega con su escoba y bailotea en el cielo gris. Vueltas redondas, giros en zigzag, caídas en tirabuzón. Dale que dale a las vueltas, a los giros y a las caídas.
De pronto, el gris del cielo se rompe porque Brújula se encuentra con una cosa blanca y suavecita que anda paseando por ahí.
- ¿Quién sos? -pregunta la cosa blanca y suavecita.
- Soy Brújula y tengo escoba para volar.
- Con lo que me gustaría volar en escoba. Yo me desparramaría toda en tu pollera larga y sería una nube-escoba que vuela. ¿Querés?
- No, las escobas son para las brujas. Y sin mas explicaciones, sigue su viaje más rápido que su amiga Liebre y con los ojos abiertos como los del compadre Lechuzón.
El cielo empieza a ponerse rojo, rojo y caliente también, tan caliente que le dan ganas de arrancarse el vestido negro, porque el calor le ahoga la garganta. Pero una bruja sin vestido negro no es una bruja. Y Brújula es una bruja con todo: vestido negro, nariz ganchuda, pelos duros y risa ruidosa, aunque con miedo. Eso sí.
En el cielo aparece una luz cada vez mas caliente, caliente y roja.
- ¿Quién sos? -pregunta la luz roja.
- Soy Brújula y tengo escoba para volar.
- ¿Sabés que me gustaría andar en escoba? Me engancharía en tu pelo y sería un sol-escoba que vuela. ¿Querés?
- No, las escobas son para las brujas.
Y otra vez de viaje. Más rápido que Liebre y con los ojos abiertos como los del compadre Lechuzón. Ella los recuerda y una lágrima chiquita se le engancha en el gancho de la nariz. ¡Que no lo sepa nadie, eh! Porque las brujas no lloran.
Da media vuelta de escoba y rumbo a casa. Mientras, el cielo se tiñe de negro como Brújula. El miedo le vuelve otra vez pero se lo aguanta. Si se enteraran Liebre y Lechuzón, cuánto se reirían. Y eso a ella no le gustaría ni medio.
Todo el cielo se pone negro, de un negro renegrido. De pronto, tiquitic, tiquitic, tiquitic, tres puntitos blancos alumbran el negro del cielo y el de su vestido también.
- ¿Quién sos? -preguntan los tres puntitos blancos.
- Soy Brújula y tengo escoba para volar.
- Con lo que nos gustaría volar en escoba. . . nos prenderíamos en el volado de tu blusa y seríamos tres estrellas-escoba que vuelan. ¿Querés?
- No, las escobas son para las brujas.
Dice esto y siente que el miedo se le está viniendo otra vez. Y cuando el miedo se le mete adentro, le da más miedo todavía. Ya quisiera estar con Liebre y Lechuzón. Pero falta bastante.
En eso aparece Don Viento Fuerte fffffff, un poquito, fffffff, otro poquito y fffffffffffffff con todas las ganas. Brújula da vueltas para acá y para allá.
El vestido se le enreda en la escoba, la escoba se le resbala entre los dedos. Los dedos de Brújula tiemblan: los de las manos y los de los pies también. El temblor le sube desde el vestido todo negro a la garganta y le hace parar los pelos que se le ponen más duros que nunca.
Si, el miedo es muy grande. Más grande que el cielo de las Tres Marías, de la nube y del sol.
- ¿Qué te pasa, que estás tan temblorosa? -Le pregunta Viento Fuerte con su voz de ventarrón.
- Nada, es que, es que. . . se me hizo un poco tarde, sabés. Y mis amigos me esperan.
A Brújula le gustaría contarle que ella no da miedo como sus amigas brujas, que ella es la que tiene miedo. Pero no, faltaría más.
Se detiene un ratito y piensa muy seria: ¿Por qué no puedo ser miedosa?
Bueno, no es cuestión de perder tiempo. Liebre y Lechuzón la estarían esperando.
Acomoda su vestido, ordena su atadito de ropa, monta su escoba vieja y ZUMMMMM, otra vez de viaje.
Entre voltereta y voltereta y para espantar un poquito el susto que aún le queda, canta: Larali, laralá, soy una bruja con miedo y ya está, laralí, laralá. . .
Llega por fin a su casa un martes de primavera con sol.
Liebre y Lechuzón están muy tranquilos en la puerta, como si nada, seguros de que la amiga volvería.
Si no, no se llamaría Brújula, ¿no te parece?
Cristina Martín