La historia de la rana bonita

Un día bonito de primavera salieron Oskar y sus compañeros de clase de excursión a un prado enorme donde había un gran lago. Habían pensado hacer un pic-nic, pero antes decidieron jugar un rato.

Todos los niños se pusieron a jugar al escondite y Oskar se escondió detrás de un enorme árbol que había a un lado de la pradera, cerquita de la orilla. De repente, vio como algo saltaba por el césped justo al lado de él. "¡Una rana!", exclamó.

Oskar cogió la ranita y empezó a mirarla muy de cerca.

"¡Qué bonita es!" pensó y en seguida llamó a sus amigos para que la vieran.

Todos los niños querían cogerla y se turnaban para mirarla y tocarla. La rana estaba muy contenta de estar con tantos niños.

Cuando se hizo la hora de comer, la educadora llamó a los niños para ir a la orilla del lago. Entonces, Oskar se iba a meter la ranita en el bolsillo para llevársela consigo cuando la educadora y los otros niños le dijeron que no se podía llevar la rana.

- ¿Por qué? preguntó Oskar triste y enojado.

- Algunos animales quieren estar libres y no les gusta vivir encerrados en una casa - le contestaron.

- Pero yo voy a cuidarla muy bien y, además, ¡es mía porque la encontré yoooo! - gritó Oskar.

- Deja libre a la ranita ahora y vámonos al lago a comer que todos los niños están esperando- dijo su educadora bien enfadada. A ti no te gustaría vivir encerrado.

Oskar dejó la ranita libre y cuando ya todos se dirigían al lago, volvió sin que nadie se diera cuenta, cogió la ranita y se la metió en el bolsillo del pantalón.

Los niños se sentaron a orillas del agua con toallas y todos empezaron a comer sus bocadillos. Oskar comía contento y feliz sin que nadie supiera que la ranita estaba en su bolsillo.

Por la tarde, cuando todos estaban jugando, Oskar oyó un sollozo apenas perceptible. Por un momento, se paró para pensar de dónde podría venir y, al final, se dio cuenta y abrió su bolsillo del pantalón. Allí dentro estaba la ranita llorando y bien encogida:

- ¿Qué te pasa? le preguntó Oskar.

- No me lleves contigo, por favor, déjame libre, te lo pido por favor, decía la ranita con sus sollozos.

Oskar se quedó paralizado por un momento, no sabía lo que hacer y al final dijo:

- Pero ranita, yo no pretendo hacerte ningún daño, es sólo que me pareces muy bonita y me gustaría tenerte como amiga y mascota, te prometo no hacerte daño.

- Si de verdad quieres que sea tu amiga, lo seré pero, por favor, déjame libre y podemos vernos aquí en el prado siempre que quieras.

- Pero, ¿cómo te puedo encontrar en el prado cada vez que venga? Seguro que no te encontraría, que te habrías marchado.

- Mira, puedes ponerme un nombre secreto que solo sepamos tú y yo y cuando vengas al prado me llamas y yo te prometo que saldré a jugar contigo. Además, puedes venir siempre que quieras porque yo vivo aquí.

- Bueno, pues te llamaré,….mmmmmmmmm…, te llamaré Bonita. ¿De acuerdo? Te aseguró que volveré muy pronto -dijo Oskar y enseguida la dejó libre por el prado.

Oskar no podía dejar de pensar en su nueva amiga y cuando llegó el sábado le pidió a sus padres ir al prado y hacer pic-nic.

- Bonitaaaa, sal, ya estoy aquí - gritó Oskar al llegar.

La ranita vino enseguida saltando hacia Oskar y se subió en su mano para darle la bienvenida. Oskar estaba tan contento que no podía parar de reír y de abrazar a Bonita.

Pasaron el día juntos, hablando y jugando y, sobre todo, saltando.

A partir de entonces, Oskar iba cada sábado al prado a reunirse con Bonita. Le contaba secretos del colegio y de sus amigos y Bonita le enseñaba muchas cosas sobre la naturaleza y otros animales.

Un sábado de otoño Oskar fue como siempre al prado y por mucho que gritó, corrió y llamó a Bonita, ella no apareció. Oskar la llamó desesperadamente una y otra vez, pero Bonita no aparecía por ningún sitio. Oskar lloró y lloró toda la tarde y se preguntaba una y otra vez que le podría haber ocurrido a la ranita.

- Quizá otro niño la encontró y se la llevó, o a lo mejor, ha muerto la pobre Bonita - se decía.

Oskar no dejó de pensar en ella toda la semana. Estaba muy triste y no se podía concentrar en el colegio; sólo tenía a Bonita en la cabeza.

Un día, cuando volvía del colegio pasó por una tienda de animales, se paró a mirar y decidió entrar a ver los animales que tenían. Dio unas cuantas vueltas por los acuarios de peces, por las tortugas, las serpientes pero, de repente, Oskar no podía creer lo que sus ojos estaban viendo.

- ¡Bonita! ¿Qué haces aquí? ¿Te han encerrado?

La rana estaba loca de alegría. -Sácame de aquí, por favor, Oskar ¡- decía una y otra vez. Un hombre me recogió en el prado, le parecí tan bonita que me trajo aquí para venderme. Sálvame, por favor.

Oskar sacó a Bonita de la urna sin que nadie se diera cuenta, se la metió en el bolsillo de su pantalón como había hecho el día que la encontró y salió de la tienda en cuanto pudo.

Esta vez la ranita iba muy contenta dentro del bolsillo. Cuando llegaron a casa de Oskar, éste le propuso que se quedara esa noche en su casa y que al día siguiente la llevaría al prado y la dejaría libre. A Bonita le pareció una idea estupenda. Así que esa tarde se divirtieron mucho. Oskar le hizo unas cuantas fotos a la ranita para colgarlas en su habitación y luego comieron palomitas y esa noche se acostaron muy tarde.

A la mañana siguiente cuando Oskar despertó, estaba Bonita mirándolo fijamente desde su ventana.

- ¿Qué pasa?- preguntó un poco asustado.

- Tengo una idea para proponerte y espero que te parezca bien - dijo la rana.

- ¿Qué? - preguntó Oskar un poco pensativo.

- He estado mirando y veo que tienes un jardín muy grande con mucho césped y un pequeño estanque. Quizá podría quedarme a vivir en tu jardín y así evitaría que alguien me volviera a coger y llevar a algún sitio cerrado.

- ¡Siiiiiiiiiiiiiii! - gritó Oskar, loco de alegría. No lo podía creer. ¡Bonita quería quedarse con él!

Así pudo estar con Bonita cada día después del colegio y se la enseñaba a sus amigos y se bañaba con ella en el estanque.

Y, además, Bonita fue una rana muy, muy feliz viviendo en el precioso jardín de Oskar.

María Luisa Navarro Chova

Doris Elena Martínez Arango