Mi Planta Naranja-Lima




Capítulo I 

EL DESCUBRIDOR DE LAS COSAS 

Zezé es un niño pobre, que vive en un barrio marginal de Río de Janeiro. Es un niño muy inteligente, y vuela con su imaginación hasta límites insospechados. Totoca es el hermano mayor de Zezé. Éste lo admira, y aspira a ser como él, Zezé cree que Totoca lo sabe todo, pero él sólo se preocupa por sobrevivir en tan difícil ambiente. 

Zezé está aprendiendo a cruzar la gran carretera. Es algo peligroso, porque hay mucho tráfico, y ya hubo accidentes. Yendo ensimismado en sus ensoñaciones, sorprende a su hermano con sus incansables ansias de saber. Van hablando de su tío Edmundo, loco para algunos, pero al que Zezé admira. La admiración es mutua, puesto que el chico pasa todo el tiempo que puede con él. Un día, llega a casa y les demuestra que es capaz de leer. Ha aprendido él sólo, y su tío es el que queda sorprendido. Totoca, debido a su ignorancia, no llega más allá que a pensar en que es algo malo para su joven hermano, puesto que tendrá que entrar en la escuela antes de lo debido. 

Zezé tiene su propio mundo interior, y suple loa falta de bienes materiales con una poderosa imaginación, capaz de trasladarle al mundo imaginario de sus héroes: los cow-boys del cine. 

Capítulo II 


UNA CIERTA PLANTA DE NARANJA-LIMA 

Zezé habla de su familia. Él es el protegido de su hermana Lalá, y el responsable del pequeño del todo; Luis. Luis disfruta con Zezé, porque este le trata con cariño, y Zezé, pese a su corta edad, es capaz de entender todo lo que quiere su hermanito. Su inteligencia le permite adivinar el mundo adulto (el pretendiente de su hermana, le da caramelos con un fin que él sabe). A Zezé no le interesa que la gente le conozca de verdad, y muchas veces, finge no enterarse de las cosas. 

Pero Zezé necesita emociones, y como todo niño, es travieso. Este día, cansado de imaginar junto con su hermanito, corta la cuerda de la ropa en la que la vecina había tendido. Todo el mundo sabe que ha sido él. Tiene fama de travieso, y cuando vuelve a casa, sabe que Lalá le va a pegar, cosa a la que está acostumbrado... 

Cierto día, su madre llega a casa y les comunica que se van a cambiar de casa. Nadie sabe que Zezé y Totoca ya han visto la nueva casa, y disimulan. Zezé siente lástima de su madre, que trabaja de sol a sol desde que era pequeña, pero tiene la ilusión de que la Navidad (en la que nace el niño Dios) traiga soluciones para la desgracia familiar. 

Cuando llegan a la nueva casa, cada uno “coge un árbol”, porque es la tradición. Gloria, coge el más grande y Antonio también coge un árbol robusto y fuerte. El pobre Zezé, se tiene que conformar con una pequeña planta de naranja-lima. Zezé llora desconsolado, pese 

a que Gloria (que es la que más le aprecia) intenta consolarle. Al final, Zezé se autoconsuela y en su interior, de vida a la planta, con la que comienza a hablar. Zezé tiene un nuevo amigo (también habla con un murciélago). La autodeterminación del niño es tan fuerte, que acaba adorando a la planta, poco después de haberla repudiado. Al final llega a la conclusión de qyue su planta es la mejor. 

Capítulo III 


LOS FLACOS DEDOS DE LA POBREZA 

Zezé está preocupado por su amigo Luciano (el murciélago). Se va a cambiar de casa y espera y desea que el animal vaya con él. Zezé le transmite la preocupación a su tío Edmundo, que lo sabe casi todo. Edmundo miente al crío con intención de olvidar el tema, pero Zezé es un niño que piensa mucho y no se deja engañar. 

Zezé se entera de que al día siguiente, van a repartir juguetes entre los niños pobres. Sería la primera vez que recibiera un juguete en navidad, y está muy ilusionado. Le promete a su hermanito que le va a llevar. Pero llega el día y no tiene quien le acompañe. Intenta engañar a su hermana pero esta no les quiere llevar, por lo que decide vestir a su hermanito, y ablandarla. Al final, consigue el permiso de esta para que vayan, siempre que les lleva alguien, y este alguien es Don Pasión, el cartero, que los deja solos en cuanto Gloria desaparece. 

Zezé y Luis no llegan a tiempo y se quedan sin regalo. Luis llora desconsolado, y contagia la tristeza a su hermano. 

Llega la cena de Nochebuena.Zezé continúa soñando con un regalo, pero al fin Totoca le explica la realidad, y le aconseja que pierda las ilusiones, porque así no tendrá que llevarse una desilusión más grande todavía. Cuando Zezé comprende y se da cuenta de que va a pasar otras navidades sin regalo, se lamenta de la desgracia que tiene por ser pobre. El padre lo oye, y lleno de tristeza abandona el lugar. Todos regañan a Zezé porque ha herido al padre, que está en el paro y no puede traer dinero a casa. Le hacen creer que es una mala persona y él acaba pensando que en realidad es malo, se llega a plantear la posiblidad de que en su navidad particular no nace el niño Dios, sino el niño Diablo. 

Zezé quiere remediar el desagravio que ha cometido con su padre y sale a lustrar zapatos con la intención de ganar el suficiente dinero para comprarle un regalo. Zezé tiene un alto sentido de la responsabilidad, y es franco y honrado, pero también tiene su orgullo, y rechaza el dinero de todo aquél que duda de sus intenciones para con el dinero. Al final, reune el dinero suficiente para comprarle a su padre un paquete de tabaco. Cuando se lo da, 

éste rompe a llorar de la emoción ante el detalle de su pequeño. Zezé se impresiona y llora también. Es demasiado sensible para el mundo en el que vive. 

Capítulo IV 

EL PAJARITO, LA ESCUELA Y LA FLOR. 

La familia se traslada finalmente a la nueva casa. Zezé sigue “hablando con su planta”, pero no es suficiente. Aunque se ha propuesto ser bueno, no puede por menos que hacer una travesura, en la que pega un susto de muerte a una mujer embarazada. Esto le cuesta a Zezé una zurra. 

A los pocos días, comienzan las clases. La maestra enseguida siente un gran cariño por Zezé, (y viceversa), ante un alumno tan brillante y cariñoso, pese a las dificultades que tiene que superar. Una vez más, da muestras de su honradez, cuando la maestra se presta a ayudarle económicamente, y él se niega, porque hay una chica que es más pobre que él. También, roba una flor para regalársela a su maestra, y cuando esta le descubre y le explica que esto no está bien, le crea un cargo de conciencia tal, que el niño está convencido de que es una mala persona. En realidad, la maestra, abrumada, piensa todo lo contrario. 

Zezé le explica a Minguito (su planta) una nueva travesura, que hacen los mayores, pero que el se propone superar. Se trata de agarrarse a los coches cuando están en movimiento. Todos los chicos lo hacen, pero nadie ha logrado nunca realizar esta temible práctica en el mejor coche del barrio; el flamante coche del portugués. 

Capítulo V 


EN UNA CELDA HE DE VERTE MORIR 

Zezé se salta las clases, con el fin de ir a ver a alguien a quien admira: un músico callejero cuyas canciones le fascinan. En el camino tiene algún contratiempo, pero al fin encuentra al músico, y cuando lo hace, propone al músico (Ariovaldo) que le deje ir a cantar con él, a cambio de unas canciones para su hermana. La verdadera razón es que le gustaría cantar como Ariovaldo, y quiere que este le enseñe. 

Así pues,convence a su hermana, y una vez a la semana, el pequeño Zezé, se convierte en el compañero inseparable del músico, que enseguida le toma mucho cariño. 

Quiere la mala suerte que en uno de estos días, cuando el niño canta su canción favorita, a la que llaman “Fanny” (y que resulta de letra un tanto fuerte para un niño de su edad), una señora acusa a Ariovaldo de explotar laboralmente al niño. Zezé lo niega, pero su palabra en este momento no vale de nada, en el fondo es sólo un niño... 

Ariovaldo lo arregla y se marchan, se despiden hasta la próxima vez... 

SEGUNDA PARTE 


“Fue cuando apareció el Niño Dios con toda su tristeza” 

Capítulo I 


EL “MURCIÉLAGO” 

Zezé le cuenta a Minguito su fabuloso plan; va a hacer el “murciélago” en el coche del Portugués. Cuando todos le vean llegar a la escuela, pensarán mucho mejor de él. 

Lleva todo planeado, y durante varios días ha estado vigilando el coche, pero cuando llega el momento, todo se viene abajo. El portugués se da cuenta, y le caza cuando se encarama en el automóvil. 

Comienza la reprimenda. Zezé se siente humillado, porque el Portugués le regaña delante de todo el mundo. En un arrebato de ira, Zezé jura que cuando sea más mayor, matará a ese fanfarrón gigante. 

Así de enrabietado llega a la escuela, cuando le sale al paso su hermano Totoca, que mediante engaños, le convence para que luche contra un chico más mayor, que como es natural, le propina otra paliza más al pobre Zezé. Poco a poco se desengaña un poco más. 

Está aprendiendo que la vida no es como en su interior se presenta. La vida es dura, y lo está aprendiendo a golpes. 

Capítulo II 


LA CONQUISTA 
Zezé evita al portugués siempre que puede. Se ha jurado a si mismo que algún día será lo suficientemente grande y fuerte como para matarle, sin embargo, todas las mañanas éste le saluda con dos bocinazos desde su coche. 

Una mañana, tentado por la fruta de la vecina, se propone coger alguna pieza para comer, pero le ven, y en su huída, se clava un cristal en el pie. Traumatizado, piensa que aún así le pegarán, y resuelve no decir nada con el fin de salvarse de otra paliza. Sin embargo, entra en casa, y su hermana, en la que confía le cura. Zezé se plantea muchas cosas. ¿por qué todo el mundo le pega?, ¿nadie le quiere?... Logra que su hermana se apiade de él, y le guarde el secreto. Por una vez, alguien le ha ayudado, le ha entendido, no le ha pegado. 

Al día siguiente Zezé no puede caminar por causa de la herida, pero es tozudo y se empeña en ir a la escuela. Cuando llega al cruce de la carretera, sucede algo inesperado: El portugués detiene su coche y se ofrece a llevarle, al ver que está cojo. 

En un principio, Zezé se niega; ¿cómo va a montar en el coche con su enemigo mortal?.. 

Pero este, lejos de odiar a Zezé, siente lástima, y tras examinarle la fea herida, le lleva al médico, para que le cure. Después le lleva a su casa. Zezé, cambia de opinión; su enemigo mortal era la persona que ahora más quería en este mundo. 

Capítulo III 


CONVERSACIONES DE AQUÍ Y ALLÁ 


Con el corazón del portugués ganado, Zezé no busca refugio en su planta. Gana en normalidad de sus juegos, juega a las bolas y no necesita hacer travesuras para hacerse notar. Quiere al Portugués con locura, y cuando tiene tiempo libre, queda con él. A Zezé le gusta estar con este hombre, porque aprende mucho, y además, nadie le maltrata cuando está con su amigo. 

El colmo de la felicidad llega cuando el hombre le dice al niño que “son amigos” y que “el coche es de los dos”. Zezé se abre definitivamente a el Portugués, a su amigo. 

Con esta amistad, cada día necesita menos a Minguito (su planta), que se “enfada con él”. 

Capítulo IV 


DOS PALIZAS MEMORABLES 


Zezé aprende a hacer globos de papel. Con toda su ilusión y el dinero que puede conseguir compra papel y se dispone a enseñar a su hermanito Luis, pero es la hora de comer y Jandira, una de sus hermanas no tiene paciencia. Llama a comer a los hermanos, y Zezé continúa haciendo su trabajo. Jandira se lía a golpes con Zezé, y éste , incapaz de entender esta violencia sin sentido, se revela e insulta a su hermana, que lejos de calmarse, le sigue pegando y le rompe el globo. Zezé, loco de ira, sigue insultando a su hermana. Totoca se mete de lado de Jandira y entre los dos le propinan una brutal paliza, que para gracias a la intervención de Gloria, que es la única que muestra verdadero afecto por su hermano. 

Zezé se recupera con los cuidados de su hermana, y está en casa para que nadie vea la brutalidad que hen cometido con el. Decide estar al lado de su padre, para no cometer ninguna barbaridad. 

Lo que más hecha de menos es a su amigo el portugués. De repente, le viene a la cabeza la musiquilla de Ariovaldo, y comienza a cantar. Incomprensiblemente para él, ante la letra de la canción, su padre pierde la cabeza y le propina otra paliza, tan fuerte que apunto está de matarlo. El padre, en un momento de ira, descarga toda su frustración contra su hijo, y una vez más, Gloria salva a su hermano. 

Zezé, en su dolor, se promete a sí mismo que esta será la última paliza que recibirá, aunque para ello tenga que morir. No entiende porqué le tiene que ocurrir esto a él. 

Se lamenta de haber nacido. 

Capítulo V 



SUAVE Y EXTRAÑO PEDIDO 

Zezé se recupera de las palizas, y ha perdido las ilusiones. Su hermana Gloria está preocupada, pero él está ausente. Sólo una cosa le mantiene con ganas de vivir, y es su amigo el Portugués, y eso es lo que el niño hace cuando sale a la calle; ir a buscarle. 

Cuando llega a la cafetería, le pide que le lleve fuera de allí; Zezé quiere hablar con su amigo. Zezé le cuenta todo a su amigo, que queda escandalizado ante tanta crueldad. Lo peor es que en el fondo, Zezé justifica la violencia para con él mismo, porque cree que es un diablo, un chico malo. 

El portugués se emociona, y comienza a explicarle a Zezé cosas que, de haberlas sabido antes, le hubiesen permitido escapar de muchas palizas. Zezé está maravillado, y le pide a el portugués que lo adopte como su hijo. Este, sabe que la propuesta es imposible, pero le promete a su infantil amigo que le va a tratar como si lo fuera. Zezé vuelve a sonreir, y besa a su amigo, porque3 es alguien a quien realmente quiere. 

Capítulo VI 



DE PEDAZOS Y PEDAZOS SE FORMA LA TERNURA 

La amistad de Zezé y el portugués se consolida. Ya no son amigos, son padre e hijo. Confían plenamente el uno en el otro. El Portugués habla de cuando era niño, y Zezé habla de lo que hará cuando sea mayor. Quiere viajar más allá de las montañas. Quiere ser como su amigo, un hombre sabio e importante. 

Totoca pide dinero a Zezé para ir al cine, y este se lo deja. Zezé no tiene rencor con su hermano. Se entera de que su padre tiene trabajo, parece que las cosas van a mejorar, pero también se entera que van a ensanchar la calle, y tendrán que talar su planta de naranja-lima. Es una noticia terrible, pero Zezé se consuela llendo al cine con su amigo el Portugués. Estando él, Minguito no tiene tanta importancia. 

Zezé tiene prohibida la entrada en el cine, debido a una travesura que realizó, pero no cabe en sí de orgullo cuando su amigo le invita a entrar, y no tienen más remedio que dejarle, porque se responsabiliza de él. Junto a este hombre, Zezé no tiene nada que temer, además, no hay nada imposible de realizar. 

Capítulo VII 


EL MANGARATIBA 

Todo va viento en popa, las clases son un éxito y todos admiran a Zezé, que ya no es “malo”, sino listo e inteligente, pero algo terrible sucede. 

El Mangaratiba es el tren que pasa por el barrio. Zezé se entera de que se ha llevado un coche por delante. 

Cuando se entera que el coche accidentado es el de Don Manuel Valadares, es decir, su amigo del alma, no se lo quiere creer, pero entra en un estado de Shock. En su casa, a la que no quiere ir y es llevado por su hermano, insinúan que finge para llamar la atención, pero una vez más, Gloria sale en su defensa y expone la realidad: Zezé ha perdido las ilusiones por completo, está muy enfermo y se va a morir, es más, se quiere morir. 

Todo es inútil, Zezé permanece en su estado depresivo, no reacciona. Ni siquiera Don Ariovaldo, el músico logra despertar el interés de Zezé. 

Pero poco a poco comenzó a mejorar. Zezé no tiene ganas de vivir, pero mejora día tras día físicamente, y comienza a verlo todo desde otra perspectiva. De repente su planta ya no habla, y la selva del amazonas en la que jugaba con Luis, no son sino cuatro arbustos.... Ya no fluyen los personajes por su cabeza. Su planta ha dado su primera flor. 

Capítulo VIII 

SON TANTOS LOS VIEJOS ÁRBOLES 

El padre de Zezé ya tiene trabajo, y consuela a su hijo. Le dice que se van a cambiar de casa y así no sentirá la pérdida de su planta. De repente, parece que todo el mundo se preocupa de Zezé y que todo el mundo le entiende. 

Ya es tarde, Zezé no piensa como antaño, su planta ya ha sido cortada. 

Capítulo IX 

LA CONFESIÓN FINAL 


Es una carta del Zezé adulto, dirigida al difunto Manuel Valadares. Se lamenta de la niñez perdida, pero no por perderla, sino por el modo de hacerlo. La escuela de la vida en esas circunstancias es demasiado dura para que un niño lo sea durante mucho tiempo. 

La magia de los cuentos

Hace muchos años, en un pueblito llamado “El buen leer” ocurrió un hecho muy curioso. Cuenta la historia que los habitantes del pueblo amaban la lectura. En todos los hogares había una biblioteca, por pequeña que fuera. Ningún niño se iba a la cama sin haber leído o escuchado un cuentito de boca de sus papás. Los libros vivían felices pasando de mano en mano. Sabían que, gracias a ellos, los niños aprendían, soñaban e imaginaban. Pasaban sus días alegremente, haciéndose compañía unos a otros.

En esos tiempos, un libro era un excelente regalo de cumpleaños, incluso Papá Noel llenaba su bolsa con ejemplares de todos los tamaños y colores. Cierto día, llegó al pueblito una bruja que no había tenido la suerte de poder leer en su infancia y a quien sus papás jamás le habían contado un cuentito.

Se instaló en una casa alejada con una televisión como única compañía. Como se aburría bastante, comenzó a observar a todos y cada uno de los habitantes del pueblo, todos eran cultos, divertidos y con una imaginación prodigiosa. Quiso entablar conversación con sus vecinos y a pesar de ser muy bien recibida, al tiempo se dio cuenta que poco tema tenía para compartir.

No era lo mismo hablar de aquello que veía en la televisión que de historias fantásticas, de misterio o de amor. La brujita sintió envidia por todo aquello que desconocía y que tanto enriquecía a la gente del pueblo. Decidió entonces que, para estar en igualdad de condiciones, haría desaparecer todos los libros de “El buen leer”.

- ¡Hablaremos de las mismas cosas!. ¡Ya nadie sabrá más que yo, ahora seremos todos iguales! –dijo para sí.

La decisión más acertada hubiera sido comenzar a leer ella también, pero la envidia es un pésimo sentimiento que sólo nos hace tomar decisiones equivocadas.

Preparó una pócima maloliente y tomó su escoba. Sobrevoló todo el pueblo salpicando con el líquido verde cada hogar, cada escuela, cada libro. En pocos minutos, todos los libros del pueblo habían desaparecido y habían sido reemplazados por televisores. Nadie entendía lo ocurrido.

Las bibliotecas comenzaron a caerse debido al peso de los aparatos. Los niños se acostaban tristes, ya que sus papás no podían leerles un cuento. En poco tiempo la fisonomía del pueblo cambió. Los niños soñaban cosas feas, imaginaban poco, y comenzaban a olvidar palabras y datos importantes que habían aprendido.

Todo el pueblo se iba empobreciendo día a día. Ir a la escuela se complicaba pues sin libros, no era fácil estudiar. Las mamás cocinaban sólo cosas muy sencillas pues las mejores recetas que atesoraban en valiosos libros ya no estaban. Los jueces estaban en problemas, pues no recordaban de memoria todas las leyes y no podían aplicarlas como era debido.

La única que estaba feliz era la envidiosa brujita quien ahora sentía que no era tan diferente al resto de la gente. Pero sabido es que lo que no se hace con amor, no funciona.

La brujita enfermó. Comenzó a dolerle mucho la pancita y tuvo que llamar al médico del pueblo.

- Yo debería recetarle un remedio, pero la dosis justa se encontraba en el libro de medicina que ya no tengo, no creo poder hacer mucho –le dijo el doctor revisándola.

- No importa –dijo la brujita- iré a la farmacia, seguro allí podrán ayudarme.

Llegó a la farmacia tomándose la panza pues le dolía mucho, tampoco tuvo éxito.

- Lamento no poder ayudarla –dijo el farmacéutico –todos los remedios venían con un libro de indicaciones que ha desaparecido.

- Bueno, no importa, ya pasará –contestó orgullosa la bruja.

Regresó a su casa, dispuesta a acostarse y ver un rato de televisión para ver si se distraía y se le calmaba el dolor, pero no pudo hacerlo porque se había cortado la luz. El aburrimiento era mucho, las horas no pasaban más y el dolor tampoco.

- ¿Qué puedo hacer? -se preguntaba la dolorida brujita, quien sin televisión se sentía perdida.

Mientras tanto, la gente del pueblo extrañaba sus amados libros, para quien conoce el valor de la lectura, sabe bien que no hay televisión que reemplace un buen libro.

- Algo debemos hacer –dijo el alcalde muy preocupado- no puede ser que nos resignemos a no leer más, no me explico qué ha pasado con los libros.

- Hemos buscado por todas partes y nada encontramos –comentó un niño.

- Yo creo que la bruja algo tiene que ver en todo esto. Al poco tiempo que ella llegó desaparecieron todos y cada uno de nuestros libros – agregó un papá.

- ¡Es cierto! –dijo el alcalde- averiguaremos si ha sido ella y le daremos un buen escarmiento –propuso.

- ¿Irá a prisión? –preguntó el niño.

- ¡Y sin televisión! –contestó el alcalde.

Todo el pueblo comenzó a acusar a la brujita y a proponer diferentes castigos para ella.

Todos, menos el niño que pensaba bien distinto.

– ¡Esperen, esperen! – gritó el niño para que todos lo escuchen- esto no es lo que nos han enseñado los libros. De ellos hemos aprendido el valor de la justicia y de la palabra, déjenme a mí, verán que pronto todo vuelve a la normalidad. Todos callaron y el alcalde le permitió al pequeño que se ocupara del asunto.

Entusiasmado con su misión, el niño fue a visitar a la brujita, quien seguía molesta por su dolor de panza. Golpeó la puerta, se presentó y al ver su cara de dolor, le preguntó en qué podía ayudarla.

– En nada, pequeño, no eres doctor, ni farmacéutico, y aún menos electricista para arreglar el corte de luz –le dijo la bruja muy seria.

– Si estuviese entretenida, el dolor pasaría más pronto –contestó el pequeño.

– Tu lo has dicho, pero ya ves, no puedo ver televisión, por lo tanto me aburriré mucho y tu nada puedes hacer al respecto.

– No crea señora, tengo una idea –dijo el niño. Le pidió que se sentase en un sillón y le contó uno de los cuentos que sus papás le habían leído muchas noches.

De a poco, el dolor se fue pasando. La magia del cuento fue envolviendo el corazón y la imaginación de la brujita, quien se transportó por un instante a tierras lejanas y desconocidas. Por primera vez en su vida, alguien le contaba un cuento, le regalaba una historia, un momento compartido, le abría las puertas a un mundo desconocido y hermoso.

– Bella historia por cierto ¿En qué programa de televisión la has visto? –preguntó la asombrada brujita.

– Es un cuento, mi preferido. Me lo leían mis papás casi todas las noches, por eso lo se de memoria. Bueno, antes de que todos los libros desaparecieran claro está- contestó triste el pequeño.

– ¿Tienes otro para contarme? –pidió la brujita entusiasmada. Entre príncipes, princesas, sapos encantados y valientes caballeros, la tarde pasó tan rápido que ninguno de los dos se dio cuenta.

El niño volvió a su casa. En su camino de regreso se dio cuenta que no había preguntado nada acerca de la desaparición misteriosa de los libros, pero igual estaba contento, sentía que había hecho algo importante. Al despedir al pequeño, la brujita ya sola en su casa, recordó cada una de las historias relatadas por el niño y sobre todo, recordó la magia que la había envuelto mientras las escuchaba.

Se dio cuenta que nunca, jamás, un programa de televisión había despertado en ella tal sentimiento y decidió enmendar su error. Volvió a preparar una pócima, pero esta vez con efecto contrario. Tomó su escoba y volvió a sobrevolar todo el pueblo. Al poco tiempo, todos y cada uno de los libros volvieron a su lugar.

El amanecer encontró a cada biblioteca poblada de ejemplares. Hogares, colegios, librerías, todos volvían a tener sus libros como si jamás hubiesen salido de allí. Nadie fue a prisión sin televisión y nunca supieron bien cómo y por qué los libros habían desaparecido. Suponían que la brujita algo había tenido que ver en el asunto, pero ya no importaba.

Ahora era ella quien tenía la biblioteca más completa del pueblo, leía cuanto podía y se sentía feliz. La brujita aprendió mucho leyendo: historia, geografía, literatura, pero lo más importante fue que supo que nada en el mundo reemplaza la magia de un libro sostenido entre las manos o de un hermoso cuento leído por un ser querido.

Fin

Liana Castello

El abeto Aniceto

Cierto día en que me aburría me fui a pasear a un abetal que cerca de casa había y entablé conversación con un abeto gigantón que su historia me contó.

Resulta que Aniceto (que así se llamaba el abeto) era, allá de joven, pequeño y algo canijo porque, por mucho que lo intentaba, al sol no alcanzaba. Todos a su alrededor eran enormes abetos, más altos que montañas, y la luz le tapaban de modo que Aniceto se conformaba con algún rayo que otro que a ellos se les escapaba.

Aniceto probó a estirarse, pero no pudo. Probó a retorcer sus ramas, pero no pudo. Probó a pedirles a los grandones que se apartaran un poco, pero no le hicieron caso ninguno. Y así pasó la primavera, y pasó el verano, y pasó el otoño y llegó el invierno, y todos los abetos, incluido Aniceto, quedaron adormilados bajo una manta de blanca nieve.

Y me contó el abeto que, ese invierno, cuando más aletargado estaba, despertó repentinamente porque alguien lo estaba sacudiendo. El pequeño Aniceto, asustado, notó que lo arrancaban del suelo y luego se lo llevaban del abetal en el que había nacido. Lo llevaron, me dijo mi amigo el abeto, a una casa muy bonita y calentita. Lo plantaron en una maceta muy bonita y luego lo regaron.

Aniceto no sabía qué ocurría pero, viendo que nada pasaba, se fue tranquilizando. Al cabo de un rato de estar allí, vio el abeto que toda la familia se acercaba a donde él estaba cargados de cajas llenas de cosas brillantes y curiosas que le fueron poniendo encima. Aniceto me contaba que, por supuesto, él no comprendía nada de nada; que veía bolas y cintas y estrellas y otras cosas, que le hacían cosquillas mientras colgaban bolas brillantes de sus ramas y que, aunque lo estaba pasando bien, no sabía qué ocurría.

De pronto, todo acabó, dejaron de ponerle cosas, la familia se apartó de él y el papá dijo: -Apagad las luces. Cuando las luces se apagaron, el abeto pudo verse reflejado en la ventana del salón y se quedó asombrado y encantado con lo que veía: Aniceto brillaba y resplandecía lleno de luz y de colores, nunca se había visto tan guapo como en ese momento y, al parecer, la familia opinaba lo mismo porque todos aplaudieron y sonrieron encantadísimos.

Me contó el gran abeto, mientras yo tomaba asiento, que aquello de ser un árbol de Navidad le había gustado bastante. Y que la Navidad (una fiesta que él no conocía) le pareció una fiesta estupenda y que disfrutó muchísimo todo el tiempo que estuvo en aquella casa lleno de adornos de colores, sintiendo el calorcito de la chimenea, rodeado de regalos y viendo a aquella familia pasárselo tan bien.

Aniceto estaba tan feliz que le hubiera gustado para siempre quedarse allí pero al acabar la Navidad, le quitaron todos los adornos y lo sacaron de la maceta. El pobre abeto se sintió, otra vez, triste y asustado. ¿Qué iban a hacer con él ahora que la Navidad había acabado? Por segunda vez en su vida, el abeto hizo un viaje en automóvil y, tras mucho, muchísimo rato llegaron a un bosque lleno de abetos como él, igual de jóvenes y pequeños.

Y la familia con la que había pasado aquella Navidad tan especial, le buscó un lugar estupendo, cerca de otros abetos, con una vista estupenda y, lo mejor de todo, con mucha, mucha luz del sol y allí lo plantaron de nuevo. Aniceto ya no tenía que estirarse o retorcerse para conseguir algún rayito de sol, ahora recibía todo el que necesitaba y, además, tenía amigos con los que charlar.

Y el pequeño abeto creció y creció y creció hasta convertirse en el gigantesco abeto con el que yo pasé un rato charlando y que me contó, también, que aquella familia siguieron visitándolo cada Navidad y que a él le encantaban aquellas visitas en que lo abrazaban y acariciaban su tronco con mucho cariño.

Lo último que me dijo Aniceto es que aquellas fueron unas fiestas geniales pero que lo mejor de todo fue el inmenso regalo del sol y de la amistad. Antes de irme abracé su tronco y le prometí que volvería a visitarlo la próxima Navidad.

Fin

Dolores Espinosa

La princesa de fuego

Hubo una vez una princesa increíblemente rica, bella y sabia. Cansada de pretendientes falsos que se acercaban a ella para conseguir sus riquezas, hizo publicar que se casaría con quien le llevase el regalo más valioso, tierno y sincero a la vez. El palacio se llenó de flores y regalos de todos los tipos y colores, de cartas de amor incomparables y de poetas enamorados. Y entre todos aquellos regalos magníficos, descubrió una piedra; una simple y sucia piedra. Intrigada, hizo llamar a quien se la había regalado. A pesar de su curiosidad, mostró estar muy ofendida cuando apareció el joven, y este se explicó diciendo:

- Esa piedra representa lo más valioso que os puedo regalar, princesa: es mi corazón. Y también es sincera, porque aún no es vuestro y es duro como una piedra. Sólo cuando se llene de amor se ablandará y será más tierno que ningún otro.

El joven se marchó tranquilamente, dejando a la princesa sorprendida y atrapada. Quedó tan enamorada que llevaba consigo la piedra a todas partes, y durante meses llenó al joven de regalos y atenciones, pero su corazón seguía siendo duro como la piedra en sus manos. Desanimada, terminó por arrojar la piedra al fuego; al momento vio cómo se deshacía la arena, y de aquella piedra tosca surgía una bella figura de oro. Entonces comprendió que ella misma tendría que ser como el fuego, y transformar cuanto tocaba separando lo inútil de lo importante.

Durante los meses siguientes, la princesa se propuso cambiar en el reino, y como con la piedra, dedicó su vida, su sabiduría y sus riquezas a separar lo inútil de lo importante. Acabó con el lujo, las joyas y los excesos, y las gentes del país tuvieron comida y libros. Cuantos trataban con la princesa salían encantados por su carácter y cercanía, y su sola prensencia transmitía tal calor humano y pasión por cuanto hacía, que comenzaron a llamarla cariñosamente "La princesa de fuego".

Y como con la piedra, su fuego deshizo la dura corteza del corazón del joven, que tal y como había prometido, resultó ser tan tierno y justo que hizo feliz a la princesa hasta el fin de sus días

Pedro Pablo Sacristán

Los experimentos de la señorita Elisa

La señorita Elisa aquel fin de semana les propuso uno de sus famosos trabajos sobre experimentos. A sus alumnos les encantaba aquella forma de enseñar, en la que ellos mismos tenían que pensar experimentos que ayudaran a comprender las cosas. Muchos tenían que ver con las ciencias o la química, pero otros, los que más famosa la habían hecho, tenían que ver con las personas y sus comportamientos. Y aquella vez el tema era realmente difícil: la libertad. ¿Cómo puede hacerse un experimento sobre la libertad? ¿Qué se podría enseñar sobre la libertad a través de experimentos?

Estas y otras preguntas parecidas se hacían los alumnos camino de sus casas. Pero ya se habían lucido con otros experimentos difíciles, y aquella vez no fue una excepción. El lunes llegaron con sus experimentos listos, y fueron mostrándolos uno a uno. Fueron muy interesantes, pero para no hacer muy larga la historia, la señorita Elisa me ha pedido que sólo cuente los experimentos de Amaya, Carlos y Andrea, que le gustaron mucho.

Amaya llevó 5 cajas de colores y le dio a elegir a la profesora. La maestra, agradecida, escogió la caja rosa con una sonrisa. Luego Amaya sacó 5 cajas amarillas, se acercó a Carlos y le dio a elegir. Carlos contrariado, tomó una cualquiera. La señorita Elisa, divertida, preguntó a Amaya cómo se llamaba el experimento.

- Lo he titulado "Opciones". Para que exista libertad hay que elegir entre distintas opciones. Por eso Carlos se ha enfadado un poco, porque al ser las cajas iguales realmente no le he dejado elegir. Sin embargo la señorita Elisa estaba muy contenta porque pudo elegir la caja que más le gustó.

Carlos había preparado otro tipo de ejercicio más movido: hizo subir a la pizarra a la maestra, a Lucas, un chico listo pero vaguete, y a Pablo, uno de los peores de la clase. Entonces, dividió la clase en tres grupos y dijo dirigiéndose al primer grupo:

- Voy a haceros una pregunta dificilísima; podéis elegir a cualquiera de los tres de la pizarra para que os ayude a contestarla. Quien acierte se llevará una gran bolsa de golosinas.

Todos eligieron a la maestra. Entonces Carlos dijo a los del segundo grupo:

- La misma pregunta va a ser para vosotros, pero tenéis que saber que a Pablo, antes de empezar, le he dado un papel con la pregunta y la respuesta.

Entre las quejas de los del primer grupo, los del segundo eligieron sonrientes a Pablo. Luego Carlos siguió con los últimos:

- Os toca a vosotros. Lo que les he contado a los del segundo grupo era mentira. El papel se lo había dado a Lucas.

Y entre abucheos de unos y risas de otros, Pablo mostró las manos vacías y Lucas enseñó el papel con la pregunta y la respuesta. Po supuesto, fue el único que acertó la difícil pregunta que ni la maestra ni Pablo supieron responder. Mientras los ganadores repartían las golosinas entre todos, Carlos explicó:

- Este experimento se llama "Sin verdad no hay libertad". Demuestra que sólo podemos elegir libremente si conocemos toda la verdad y tenemos toda la información. Los grupos 1 y 2 parecía que eran libres para elegir a quien quisieran, pero al no saber la verdad, realmente no eran libres, aun sin saberlo, cuando eligieron. Si lo hubieran sabido su elección habría sido otra

El experimento de Andrea fue muy diferente. Apareció en la clase con Lalo, su hámster, y unos trozos de queso y pan, y preparó distintas pruebas.

En la primera puso un trozo de queso, cubierto con un vaso de cristal, y al lado un pedazo de pan al aire libre. Cuando soltó a Lalo, este fue directo al queso, golpeándose contra el vaso. Trató de llegar al queso durante un buen rato, pero al no conseguirlo, terminó comiendo el pan. Andrea siguió haciendo pruebas parecidas durante un rato, un pelín crueles, pero muy divertidas, en las que que el pobre Lalo no podía alcanzar el queso y terminaba comiendo su pan. Finalmente, colocó un trozo de queso y otro pan, ambos sueltos, y Lalo, aburrido, ignoró el queso y fue directamente a comer el pan. El experimento gustó mucho a todos, y mientras la señorita Elisa premiaba a Lalo con el queso que tanto se había merecido, Andrea explicó:

- El experimento se llama "Límites". Demuestra que lo, lo sepamos o no, nuestra libertad siempre tiene límites, y que no sólo pueden estar fuera, sino dentro de nosotros, como con mi querido Lalo, que pensaba que no sería capaz de coger el queso aunque estuviera suelto.

Muchos más experimentos interesantes se vieron ese día, y puede que alguna vez los contemos, pero lo que está claro es que los niños de la clase de la señorita Elisa terminaron sabiendo de la libertad más que muchos mayores.

Pedro Pablo Sacristán