Los osos se fueron acomodando en la cueva. Había asamblea general. Al frente, sobre una roca, el Oso Ambicioso presidía la reunión. A su derecha y a su izquierda, sobre rocas más chicas, estaban
El Oso Ambicioso gruñó para aclararse la garganta.
—Como todos saben —dijo—, los osos tenemos un problema.
En la primera fila,
—Nuestros sabios antepasados —siguió el presidente—, el Oso Goloso y
Un poco apartada,
—Con el tiempo —dijo el Oso Ambicioso— las cosas empezaron a desmejorar. El Oso Bullicioso tuvo algunos contratiempos.
—Al mío lo quiero borrar de la existencia —rugió
—Pues los nuestros, sin embargo, son de gran valor —dijeron a coro el Oso Presuntuoso y el Oso Vanidoso.
—A mí me hicieron una verdadera chanchada —gruñó el Oso Asqueroso.
—Debemos resolver el problema de los osos —dijo el Oso Ambicioso cuando pudo hacerse oír otra vez—. Y el motivo de esta asamblea es escuchar propuestas para lograrlo.
El Oso Fastidioso ya estaba levantando la mano.
—Fácil —dijo en cuanto le dieron la palabra—. Usemos nombres de personas. El Oso Ignacio.
Los rugidos de indignación no lo dejaron seguir.
—¡No caeremos tan bajo! —protestaba
—¡Nadie se conformará con tan poco! —repetía el Oso Pretencioso.
A partir de entonces, nadie esperó que el Oso Ambicioso le diera la palabra.
—¡Ya lo tengo! —rugió
—¡No, de objetos! —rugió todavía más fuerte el Oso Escandaloso—. El Oso Trampolín.
—¡Ni hablar! —rugió por dos
El ruido, dentro de la cueva, llegó a ser ensordecedor. De nada servían los intentos del Oso Ambicioso,
Poco a poco la algarabía se fue calmando, los osos y osas se sentaron otra vez, y el silencio volvió a la cueva. El Oso Ambicioso pensó que era su deber darle la palabra a
—Estimados osos, estimadas osas —dijo pausadamente
Algunos osos y osas ya estaban bostezando, pero en general la concurrencia se daba cuenta de que
—¿Y entonces qué? —rugió mientras se tiraba de los pelos.
—Existe un recurso infinito —dijo
—¿Cuál? ¿Cuál? —pidieron varios osos y osas.
—¡Ese recurso es el de los números! —dijo
Al principio hubo un silencio profundo, mientras los osos pensaban. El Oso Perezoso aprovechó para dormir una siesta.
—Yo digo que sí —anunció desde el fondo
—¡Yo dije que sí primero! —rugió el Oso Jactancioso—. ¡Aunque nadie me haya escuchado!
—Yo lamento decir que sí —gruñó
Y de esta forma, poco a poco, los osos y las osas fueron dando su aprobación a la idea de
—Hubiéramos empezado por acá —dijo por último, sin poder contenerse.
Todos aplaudieron, rugieron, gruñeron y golpearon el piso para mostrar su entusiasmo. Todos, claro, menos el Oso Silencioso, que sólo movió la cabeza de arriba para abajo.
Un rato después, relajados y alegres, los osos salieron de la cueva al sol radiante de la tarde. Tan contentos estaban que hasta le quitaron la cadena al Oso Peligroso, que por esta vez no mordió a nadie.
Al poco tiempo nacieron dos hermanos. De acuerdo con la decisión tomada en la asamblea, los padres les pusieron por nombres
Hasta que, mil quinientos años más tarde…
Los osos se fueron acomodando en la cueva. Había asamblea general. El Oso Once Millones Cuatrocientos Setenta Y Dos Mil Ciento Veinticinco, que presidía la reunión, gruñó para aclararse la garganta.
—Como todos saben —dijo—, los osos tenemos un problema.
Eduardo Abel Gimenez