El conejo Desparejo no lo podía creer. Parado frente a los estantes de la juguetería, estaba ansioso. Todo despeinado de tanto pensar.
Hoy podía elegir todos los juguetes que quisiera. Uno de cada uno. Y esta vez sin que nadie le dijera:
—No, ese juguete es muy grande.
—No, ése es muy caro.
—No, a ése ya lo tenés.
—No, no y no ¡Ese hace mucho ruido!
Desparejo se había ganado un premio. El “Sorteo Anual del Día del Conejo”. Un premio que había esperado muchas veces y esta vez, increíblemente, le había tocado a él. Respiró hondo y empezó a elegir. Para llevarse los juguetes a casa, su mamá tuvo que contratar a un camión. Eran tantos que ocuparon toda la casa. Entonces, se preparó para jugar.
Todos, absolutamente todos los juguetes que eligió hacían ruido. ¡MUCHO RUIDO!
Para poder jugar con todos al mismo tiempo, como él quería, su mamá tuvo que llevarlo a una fábrica de pilas. Tardó dos días en ponerle las pilas a cada uno.
Una vez preparados, los encendió uno a uno, feliz.
El cuarto de Desparejo se llenó de a poco de todo tipo de ruidos. Pi pi pi suaves se mezclaban con bocinas infernales. Chicharras y sirenas armaban una orquesta. Musiquitas en inglés salían de teléfonos que sonaban de muchas y ruidosas maneras.
Al rato, se acercó su mamá:
—Por favor, Desparejo, apagá aunque sea algunos juguetes.
Desparejo no hizo caso. Seguía apretando los botones, muy concentrado.
Su papá le ordenó:
—¡Basta!, el ruido es insoportable.
Su hermano, que al principio estaba contentísimo con tantos chiches, protestó:
—¡No me gustan tus ruidos!
Desparejo siguió como si nada.
Una hora más tarde, la vecina de al lado, furiosa, golpeó a la puerta:
—Desparejo, ¡apagá ya ese ruido!
Nada.
Vino el portero de enfrente.
Y el carnicero de a la vuelta.
Pero nada.
Los vendedores de toda la cuadra (incluso el de la juguetería).
Nada.
La gente de la biblioteca se tapaba las orejas con los libros mientras iban hasta la casa de Desparejo:
—¡APAGÁ YA ESE RUIDO! —dijeron todos.
Nada.
Los chicos del jardín y las maestras. El barrendero, la cantante de ópera con su caniche y hasta un señor con sombrero que hablaba en inglés, vinieron.
—¡¡¡¡Shhhhhhhhhhh!!!!
Pero Desparejo tampoco podía escucharlos.
Llamaron a la policía. Vinieron los bomberos y hasta el presidente en helicóptero.
Pero el conejo seguía jugando muy feliz.
Finalmente, una a una las pilas de los juguetes se gastaron. No fue de golpe. Fue tan despacio que Desparejo ni se dio cuenta. Hasta que el ruido paró del todo.
Un silencio increíble se sintió en el barrio.
Desparejo se quedó mudo. Inmóvil. Mirando a sus juguetes silenciosos.
Todos, el presidente, los bomberos, el policía, los vecinos de a la vuelta, enfrente y al lado. Los de la biblioteca, los nenes del jardín y sus maestras, la cantante de ópera, el señor del sombrero, el barrendero, los papás de Desparejo y su hermano suspiraron aliviados.
Ahora, el “Premio Anual del Día del Conejo” cambió. Ya no se puede elegir cualquier juguete de la juguetería. Sólo se pueden elegir los juguetes que no hacen ruido.
Desparejo está ansioso. Espera ganar nuevamente el sorteo. Pero ya no planea elegir los juguetes que hacen ruido. Ahora quiere elegir los juguetes que encienden luz.
¡MUCHA LUZ!
Texto e imagen: Paula Fränkel