No. No es que mi tío sea un cocodrilo. Es que, a veces, las palabras suenan enredadas y hay que hacer un esfuerzo para decir lo que uno quiere decir. Y aunque siempre me divierta jugar con las palabras, esta vez se trata del genio y figura de mi tío Coco. Por eso aclaro: no. El pobre no es dientudo ni feroz, ni tiene la culpa de que se le haya instalado semejante inquilino en el bolsillo. Un cocodrilo. Verde furioso. Guardián de todas las monedas que el tío va poniendo en el bolsillo derecho de su pantalón.
Aunque no me lo diga, yo sé que anda en problemas con el asunto de su cocodrilo. Lo descubrí hace un tiempo, aquella vez que lo ayudé a lavar la bicicleta y el tío quiso recompensarme. Puso la mano en el bolsillo y tardó en sacar quince centavos. Vi que transpiraba. Mucho transpiraba. A lo mejor la bestia lo lastimó injustamente.
Pobre tío Coco. Lo doloroso que le debe resultar meter la mano en el bolsillo. Me temo que un día de éstos va a terminar enyesado. Seguro, si las cosas siguen así…
Debe ser duro luchar con un cocodrilo embolsillado.
Yo hago intentos por ayudarlo, le pido plata sólo para ver si se asoma el reptil. Espío, pero nada. El cocodrilo de mi tío no se deja ver. Por eso lo imagino. Africano, eso dicen que es. De fauces enormes y malhumorado. Es como una alcancía viviente.
¡Qué bronca que me da no ser Tarzán para agarrarlo de la cola y revolearlo! Sin embargo, no se crean que es tan sanito que digamos porque hace unos días, cuando el tío le trajo un regalo a la abuela, escuché que –entre risas– mi mamá decía que el cocodrilo se le había desmayado. Y la vez que lo cruzamos en el supermercado, decían que lo tenía en terapia intensiva.
Mi tío andaba con una cara de preocupado bárbaro, a él siempre le gustaron los animales, sería por eso que andaba tan desesperado.
“No hay derecho”, me dije. Mi tío es mío, así que esa misma tarde decidí ir a ver al veterinario del barrio para que me explique qué hacer.
—¿Un cocodrilo en estos pagos? —dijo casi enfurecido. Y habló del África, del tráfico de fauna y de restituir al cocodrilo a su lugar natal.
Me parece que se armó lío, porque ayer el veterinario fue a casa y salió con una cajita llena de agujeros. El tío quedó triste. Se quejó mucho. Le oí decir que iba camino a la ruina total. Esa misma tarde trajo regalos para todos. Sería la tristeza. ¿Tanto extrañaría a su mascota? Yo le recomendé comprarse un perro, pero no me hizo caso.
Anoche hubo una reunión familiar y el tío anunció su viaje a Corrientes. Me puse re-contento, seguro que Coco se iba a reponer con unos días de vacaciones. Pensé en las cosas que iría a traerme.
Hoy, antes de partir, el tío me acarició la cabeza y me dijo:
—Si tardo un poquito, no te preocupes, por ahí no vuelvo solo…
Me quedé pensando en la última frase que le alcancé a oír, mientras subía al micro:
—Querido sobrino, por suerte vivimos en el país de los yacarés.
Graciela Vega