Mi nombre es Tomás. Me dicen príncipe, mono, nene, Tomi. ¡Ya ni sé cuándo están llamándome…! ¡Qué confusión!
Y adivinen cuáles frases aprendí a distinguir primero, desde que estaba más chiquito:
—¡No, Tomás! ¡Tomás, no!
Todavía a cada rato las oigo. No sé por qué la gente grande siempre tiene un “NO” en la punta de la lengua… Así, no son los niños…
Soy feliz cuando salgo del baño y me perfuman. Todo el mundo quiere acariciarme, puedo subirme a donde yo quiera. Pero cuando estoy medio sucio y tengo el olorcito… de nuevo oigo su frase predilecta:
—¡No, Tomás!… ¡Tomás, no!
A mis papás no les gusta que duerma en su cama. Y la mía no es igual, es mejor la de ellos. Entonces, allá llego. Pero, vuelven a llevarme a mi habitación y ésta es distinta a la de Juanita, que tiene muñecos. Claro, es niña. Ellos quieren que tenga sólo una pelota. ¡Qué fastidio!
No sé hablar, pero me entienden. Finjo que lloro y enseguida corren a ver qué pasa. Cuando hago cara de triste y no molesto, todos se preocupan. Soy celoso. No permito que en mi presencia acaricien a otro como yo.
Sueño con galletas, que hay montañas de ellas, que juego con muchas, que como todo el día. Pero, sólo me dan una cuando me llevan a dormir. ¡Qué desilusión!
Detesto comer solo, prefiero que alguien esté conmigo. Eso sí, ¡hago un reguero…! Tampoco admito estar untado de agua, ni de alimento, si no me limpian después, uso los cubre-lechos o los tapetes de servilleta… Y ahí sí… quién dijo miedo:
—Tomás… ¡Noooo!
¿Qué por qué hago eso? Bueno, es que gateo, como dicen los adultos, Juanita también camina en cuatro patas (dos rodillas y dos manos), y no puedo tomar nada para limpiarme. Además, ¿cuándo han visto un perro con manos?
Porque me llamo Tomás y soy un perro labrador dorado, a sus órdenes.
Texto: María Eugenia Pereyra
Imagen: Gustavo Stenta