La liebre y la tortuga (Fabula)

No llega más pronto quien más corre: lo que importa es partir a buena hora. Ejemplo son de esta verdad la liebre y la tortuga. “Apostemos, dijo ésta, a que no llegarás tan pronto como yo a aquel mojón- ¿Qué no llegaré tan pronto como tú? ¿Estas loca?- Contestó la liebre .Tendrás que purgarte, antes de emprender la carrera.-Loca o no loca, mantengo la apuesta.” Apostaron, pues, y pusieron junto al mojón lo apostado; saber lo que era, no importa a nuestro caso, ni tampoco quién fue juez e la contienda.

Nuestra liebre no tenía que dar más que cuatro saltos; digo cuatro, refiriéndome a los saltos desesperados que da, cuando la siguen ya de cera los perros, y ella los envía enhoramala y les hace devorar el yermo y la pradera. Teniendo, pues, tiempo de sobra para pacer, para dormir y para olfatear el viento, deja a la tortuga a paso de canónigo. Parte el pesado reptil, esfúerzase cuanto puede, se apresura lentamente; la liebre desdeña una fácil victoria, tiene en poco a su contrincante y juzga que importa a su decoro, no emprender la carrera hasta la ultima hora . Regodéase paciendo la fresca hierba, y se entretiene atenta a cualquier cosa, menos la apuesta. Cuando ve que la tortuga llega, ya a la meta, parte como un rayo; pero sus bríos son ya inútiles: llega primero su rival. “¿Qué te parece? Dícele ésta: ¿Tenía o no tenía razón? ¿De que te sirve tu agilidad?” ¡Vencida por mí! ¿Qué te pasaría, si llevases, como yo, la casa a cuestas?

La Fontaine