«Amigo -le dijo-, yo no sé por qué
me has mirado siempre con odio y horror.
Tiénesme por malo; no lo soy, a fe.
Mi piel en invierno ¡qué abrigo no da!
Achaques humanos cura más de mil,
y otra cosa tiene, que seguro está
que la piquen pulgas ni otro insecto vil.
Mis uñas no trueco por las del tejón,
que contra el mal de ojo tienen gran virtud;
mis dientes ya sabes cuán útiles son,
y a cuántos con mi unto he dado salud».
El pastor responde: «¡Perverso animal!
¡Maldígate el cielo, maldígate, amén!
Después que estás harto de hacer tanto mal,
¿qué importa que puedas hacer algún bien?»
Al diablo los doy
tantos libros lobos como corren hoy.
Tomás de Iriarte