El cuento de las mentiras

Todos los días el hombre bajaba al río a pescar y luego vendía los pescados en el bazar; la ganancia alcanzaba para las comidas diarias. Pero una mañana el pescador se sintió mal y no quería levantarse.

–¿No irás a pescar hoy? –le preguntó entonces su mujer– ¿Y de qué viviremos? ¿Qué comeremos? ¡Levántate! Yo llevaré el canasto y la red.

De modo que ese día fueron los dos al río y pescaron un buen rato en los acantilados cercanos al palacio real. Casualmente el rey miró por una de las ventanas que daban al mar y vio a la mujer. Quedó asombrado y se enamoró perdidamente de ella. Llamó al visir y le dijo:

–¡Oh, visir! Vi a la mujer del pescador y me enamoré de ella. Es tan hermosa como la luna en su noche de plenitud. ¡Por Alá!, en todo mi palacio no hay ninguna que pueda competir con su belleza. ¡Debe ser mía!

–¿Y qué piensas hacer, oh rey? –preguntó el visir.

–Debemos hacer venir al pescador al palacio y matarlo –contestó el rey –. Así podré casarme con su mujer.

– ¡Por tu honor, oh rey! No puedes matar al pescador sin que haya cometido ningún crimen –objetó el visir–. Todos tus súbditos verían ese proceder con malos ojos. Te hago otra propuesta: mi padre posee un salón que es más o menos tres veces más grande que tu parque. Haremos venir al pescador y le diremos que el rey quiere una alfombra de una sola pieza para cubrir su piso. Le daremos tres días de plazo; si no cumple, morirá. De este modo tendrás un motivo para matarlo y tus súbditos no podrán decir nada.

Al día siguiente el visir llamó al pescador, lo condujo al salón y le ordenó lo que había tramado el rey. El pobre hombre protestó:

–¿Por qué me piden eso a mí? ¿Acaso yo negocio con alfombras? En lugar de la alfombra puedo traer peces de todo tamaño y color. Haré todo lo posible; trataré de conseguír los más extraños.

–No le sirve de nada discutir –lo interrumpió el visir–. El rey así lo ha ordenado.

Desesperado, el pescador fue corriendo a su casa.

–¿Qué es lo que te abruma? –le preguntó su mujer.

–Cállate y junta nuestras pocas cosas. Tenemos que irnos de aquí cuanto antes.

–¿Por qué? –preguntó ella sin comprender.

–El rey quiere matarme si en el término de tres días no le llevo una alfombra de cuatro mil metros cuadrados... ¡Y de una sola pieza!

–¿Es eso todo? Entonces no te hagas problemas; mañana tendrás la alfombra –dijo aliviada la mujer.

– ¡¿También tú estás tan loca como el visir?! –gritó el hombre–. ¡Somos pescadores, no comerciantes de alfombras!

Pero ella le dijo tranquila:

– Si ya la quieres tener hoy, tendrás que ir a buscarla tú mismo.

– Sí, sí, mejor me aseguro ahora. Pero dime, dime cómo debo hacer.

– Ve hasta la mezquita, sigue siempre derecho y en el tercer cruce encontrarás un aljibe debajo de un olivo. Asómate y di: "Badwia, tu hermana te pide el huso que dejó olvidado ayer porque debemos tejer una alfombra".

El pescador fue hasta el aljibe. Hizo lo que su mujer le había dicho y una voz le contestó desde la profundidad: "Toma el huso y haz la alfombra". Una mano salió del pozo y le alcanzó lo que pedía. El pescador tomó el huso y regresó a su casa. Cuando llegó le preguntó a su mujer:

–¿Y cómo voy a hacer semejante alfombra en tan poco tiempo y con tan poco hilo?

–Vé a ver al visir y pídele un martillo y un clavo. Clávalo en un rincón del salón, sujeta el hilo del huso al clavo y luego coloca la alfombra como tú quieras.

– ¡¿Acaso hay una alfombra dentro del huso?! ¿Quieres que me tomen por loco y que el rey me mate? –preguntó el pescador fuera de sí.

–Haz lo que te dije –le contestó con firmeza su mujer.

El hombre fue a casa del visir. Por el camino pensaba: "Hoy es mi último día en este mundo''. Cuando llegó, el rey y el visir le preguntaron burlones:

–¿Trajiste la alfombra, oh pescador?

Y como él asintiera, prosiguieron curiosos:

–¿Dónde la traes, oh pescador?

–Dentro de mi bolsillo, oh dueño del poder –respondió él.

Ahí rieron los otros de buena gana y burlándose más le preguntaron:

–¿Es acaso un ovillo?

–¿Qué importa? Dame un clavo y un martillo, oh visir, y colocaré la alfombra en tu salón.

El visir mandó llamar secretamente al verdugo y le dijo:

–No te muevas de esta puerta. Si el pescador no logra cubrir el piso con una alfombra desenvaina tu espada y córtale la cabeza.


Cuento popular egipcio