El papá armadillo era campesino y muy tímido; jamás había bajado al pueblo; pero, ¿para qué quería él recorrer mundo cuando tenía una cueva tan bonita debajo de las raíces de una ceiba, tapizada con musgo y tan espaciosa que a no ser por la falta de luz, se hubiera creído un palacio? La familia vivía holgada y doña Armadilla, en compañía de sus hijas Armadilla–Melada y Armadillita–Gris, había hermoseado la cueva con flores, festones y plumas recogidos en el monte. Todo era paz en aquella casita hasta el día en que al otro lado del árbol vino a vivir
A poco llegó de visita a casa de la familia y con muchas zalemas empezó a alabar el orden, el aseo y el buen gusto de la señora; a los armadillitos les dijo que eran primorosos, que la concha que tenían en el lomo debía ser de carey cuando menos, según era de fina, que eran, además, los niños más bien educados que ella conocía. La mamá halagada, la invitó a almorzar, y por la tarde a dar un paseo. Desde entonces, la entremetida Comadreja no dejó a la familia ni a sol ni a sombra.
– Que haga el favor de prestarme un poco de sal; que su cedazo para cernir la guayaba; que un asiento para una visita que me llega; que Armadillita–Gris para que me traiga un poco de agua. A estas molestias continuas se agregaron los chismes.
– Estoy furiosa –decía la hipócrita– porque
La casa se volvió un infierno y ya el papá no iba sino a horas de comida; los niños se salían a corretear mientras mamá recibía la visita de la vecina y Armadilla-Melada aprovechaba para ir a la huerta a conversar con Armadillo-Negro, su novio. La señora Armadilla estaba desesperada y no encontraba medio de salir de su importuna amiga.
La familia tuvo una junta para idear el medio de salir de la chismosa. Después de muchas cavilaciones, el Armadillo más pequeño, como quien dice el nene de la casa y a quien
– Como al único animal que teme
– ¡Magnífica idea! –repuso papá–; pero ¿dónde conseguirlo?
– Eso es cosa mía –contestó el avispado Armadillito y salió corriendo hasta la cueva de un conejo amigo y le dijo:
– Necesito que me pongas en relaciones con un perro cazador.
– Tú sabes –replicó el otro– que no cultivo relaciones con gentes de esa clase. Desde hace muchos siglos la familia de los conejos y la de los perros son enemigas; pero como quiero prestarte ayuda, le hablaré a una lora amiga para que ella te consiga lo que desees.
– Amita doña Perra: si usted fuera tan amable y se acercara un momento, pues tengo grandes deseos de saludarla y de paso tratarle un negocio.
– ¡Hola! amiga Lorita; ¿cómo estás? ¿En qué puedo ser-virte?
Esta, como buena charlatana que era, le echó de una vez todo el cuento de
– Yo voy a la casa de la familia Armadillo durante ocho días y me comprometo a sacar de en medio a
– ¡Ay!, don Armadillo; qué hueso más delicioso; hoy como que hay banquete en su casa, ¿no convida?
– Por supuesto, señorita –contestó el malicioso viejo–, queda invitada.
– Muchas gracias. No faltaré.
Llegó muy peripuesta con cinta en la cabeza y gafas de oro. Estaban tomando la sopa cuando golpearon a la puerta. Armadillito fue presuroso a abrir y abrazando a
– ¡Mi querida maestra! Cuánto tiempo sin verla; qué gusto nos da viniendo a casa; ¿se quedará algunos días con nosotros, verdad?
– Ya lo creo, queridito, estuve mala y el médico me aconsejó los aires de la montaña y pensé que con nadie mejor que con ustedes podría estar, y aquí me tienen.
– Ustedes van a perdonar que me retire, pero recuerdo en este momento que me llega un pariente. Pero sigan, tengan la bondad. Nadie se levante, no faltaba más, que pasen feliz día –y salió disparada.
Después de almorzar fueron todos a dar un paseo menos mamá que tenía que lavar la vajilla. Vino entonces
M a r í a E a s t m a n