Berni

A Berni no le gusta ir a la frutería. El frutero es viejo y gruñón. Sus manos son tan grandes que parecen unas palas.

Tiene una gran barba gris, y su espalda está encorvada: ya, casi, es una joroba. El frutero está así porque a lo largo de toda su vida ha tenido que cargar muchos sacos de patatas y cebollas, y muchas cajas de frutas y verduras.

Berni está delante de la frutería y no quiere entrar.

–Pero ¿qué te pasa? –le pregunta su madre.

Berni dice que tiene miedo.

–¿Del frutero? –pregunta la madre–.Pero ¿por qué?

–¡Porque es viejo y malo! –contesta Berni–.¡Todos los mayores son malos con los niños!

–¡Pero Berni!¡Eso no es verdad!

–Bueno... algunos –se corrige Berni–.Y el frutero es uno de ellos. A lo mejor me mete en un saco de cebollas, o en el tonel de las coles, o me hace cualquier cosa.

–¡Pero Berni, qué tontería! A lo mejor es totalmente distinto de como piensas. ¿Quién te ha dicho todo eso?

Berni se lo ha oído a los otros chicos. Todos tienen miedo del frutero y se lo han contagiado. Y eso que Berni preferiría no tener miedo: ni del cuarto oscuro, ni del agua fría, ni de los fruteros viejos...

–¿Hay personas que nunca, nunca, tienen miedo? –pregunta.

La madre piensa. Ella no cree que haya gente así. Más bien cree que todos han tenido miedo alguna vez.

–¡Menos los elefantes! –grita Berni–. Si yo fuera un elefante no le tendría miedo al frutero, ni a nadie.

–¿Tú crees?

La madre le mira y Berni comprende que ella no piensa lo mismo de los elefantes. Entonces le coge de la mano.

–Vamos, Berni. Las verduras pueden esperar. Vamos a darnos un paseo, y, mientras, te contaré un cuento. A Berni le encantan los cuentos.

–Érase una vez un elefantito que se llamaba..., que se llamaba...

–¡Berni! –grita Berni–.¡Se llamaba Berni, como yo!

–Eso, sí, señor; se llamaba Berni. Y ese Berni estaba con los demás elefantitos debajo del árbol de los monos. ¡Sé una nueva canción! –gritó el primer elefantito:

«Al malvado elefante viejo lo temen en todos los pueblos.

¡Qué susto, madre, qué miedo! Vete corriendo a tu casa, a ver si el susto se te pasa».

El elefante Berni estaba fuera del corro, y el primer elefantito volvió a empezar su canción:

«Al malvado elefante viejo lo temen en todos los pueblos. ¡Qué susto, madre, qué...!»

–Pero ¿cuántos años tenía? –preguntó el elefante Berni.

–¡Era superviejo! Trescientos... Quinientos años o así.

–Y ¿cómo era?

–¡Espantosamente grande!

Y el primer elefantito levantó la trompa para indicar cómo era de grande.

–¡Muuucho más grande! –gritó el segundo elefantito.

Y se levantó sobre las patas de atrás para que su trompa llegara aún más alto.

–¿Lo habéis visto alguna vez? –preguntó el elefante Berni.

Pues no, no lo habían visto nunca. Pero ellos lo sabían por sus tías elefantas. Y las tías elefantas lo sabían por sus amigos elefantes. Y sus amigos elefantes lo sabían todo acerca de él: que era muy grande y que llevaba un trozo de cadena en una pata. Porque, hacía mucho tiempo, lo habían atrapado los cazadores de elefantes y lo habían atado con una cadena de hierro. Pero él se había soltado y desde entonces llevaba ese trozo de cadena.

– Porque no sólo es el más grande –dijo el primer elefantito–, sino también el más fuerte. Es tan fuerte que rompe las cadenas y lanza los árboles como si nada.

– Sí, señor, unos árboles así de gordos –gritó el segundo elefantito. Y corrió haciendo un círculo, para indicar lo gordos que eran los árboles.

– ¡Muuucho más gordos! –chilló el tercero, y recorrió un círculo mayor.

– ¿De verdad? –preguntó el elefante Berni–.¿Habéis visto esos árboles?

No, no los habían visto.

Pero lo sabían por sus tías elefantas. Y las tías elefantas lo sabían por sus amigos elefantes. Y sus amigos elefantes lo sabían todo acerca de él: que era muy fuerte, y que siempre estaba escondido en el bosque porque no soportaba a los demás elefantes. ¡Sobre todo a los elefantitos! ¡Es que no los podía ni ver!

–Cuando encuentra uno en el camino –dijo el primer elefantito–, lo pasa tranquilamente por encima pateándolo.

–¡O lo agarra con la trompa –dijo el segundo– y lo lanza sobre la copa de los árboles, y ya nunca pueden bajar de allí!

–¡Qué divertido! –exclamó Berni– ¡ Todos los árboles llenos de elefantes!

–¡Nada de divertido! –dijeron los otros. ¡O te engancha con sus colmillos y te tira al pantano, donde viven los cocodrilos!

–O te come, así por las buenas.

Berni corrió donde las tías elefantas.

–¿Es verdad que el viejo elefante come elefantitos?

Las elefantas sacudieron sus grandes orejas:

Los elefantes sólo comen hierbas. Pero, de todas maneras, debes tener cuidado. Porque él es muy grande, muy fuerte y muy malo. Después se fueron todos a beber al manantial.

Mira Lobe