Hoy descubrí el libro mágico, me lo enseñó un niño que llegó a mí cansado de correr y me dijo:
–¿No conoces el libro mágico?–
–¡ No! – respondí.
Me desplegó una sonrisa de 7 años y desabotonó su camisa untada con tierra de juegos y sudor de alegría. De allí extrajo un cartón arrugado y mojado en forma de carpeta, que contenía dos hojas llenas de líneas, formas, manchas de grasa, con muchos colores.
Lo colocó sobre mi mesa y esperó a que lo viera bien.
Yo, sorprendida, tenía miedo de preguntar por qué era mágico, lo tomé, lo volteé y miré al niño que se había recostado en mi mesa apoyándose sobre sus codos y cubriendo el costado de su cara con sus manitas, esperaba una respuesta. Le dije entonces.
–Está bonito–
–¿Lo hiciste tú?
Él levantó la mirada hacia mí y me respondió. – No ves la magia ¿Verdad?–
–Lo siento hoy estoy algo torpe y no la puedo ver–
El se incorporó un poco para decirme, –¡Es que no ves bien!
–Colócate los anteojos y vuelve a mirar–
Coloque mis lentes ante mis ojos y pensé, ¿Qué magia será que él quiere que vea?. Los niños tienen una imaginación fructífera y no saben que a veces los adultos perdemos esa capacidad.
Mi cara de incertidumbre le decía que nada, la magia no era descubierta.
Entonces el niño tomo mi mano y la guió por el contorno de una supuesta figura y me dijo.
–Coloca el dedo sobre ésta línea y síguela y dime que ves–
Seguí sus intrucciones y con mucha lentitud seguí con mi dedo el contorno de una línea que a veces se hacía curva otras veces se hacía recta y otras veces se perdía.... Y le dije, por decir cualquier cosa.
–Bueno veo una casita–
El muy emocionado me dijo
–¡Es la escuela está allí!!!!!!
Quitó mi dedo y lo condujo hacia otro contorno.
–¿Y aquí que ves?–
–Un árbol–
–¡¡Es un árbol!!!! Dijo saltando de la emoción– ¿Viste la magia?–
–En éste libro puedo ver lo que yo quiera–
Y así sus manitas fueron trazando figuras de la imaginación en las líneas y las manchas, y diciendo.
–¡Esto es un perro! –¡Esto un gato!
–¡AH, aquí está el trompo con que jugamos ayer!–
–¡Esta es la maestra!
–¡Aquí está mi mamá!.
Y así fuimos construyendo personajes y paisajes de un grupo de líneas, colores y manchas. Él sonreía, sus ojos se iluminaban a cada nuevo descubrimiento imaginativo, hasta que yo le dije en tono de súplica.
–¿Préstame tu libro mágico?–
Me miró, sonrió, dobló su cartoncito lo guardó dentro de su camisa y corrió hacia la puerta diciéndome,
–¡Noooooooo, haz el tuyo!!!!!!!–
Y lo vi alejarse, corriendo hacia el mismo lugar de donde había venido, desapareció en el pasillo dejando una estela de colores que se confundían con los rayos inclementes del sol.
Descubrí que la magia era él, su esperanza, su ilusión y sus sueños.
Arminda Goncalvez