Tilín, Tilán, Tilón, Tilén y su amiga Tilún

Había una vez un lugar mágico donde vivían unos seres realmente asombrosos.

En el aspecto físico se parecía mucho a tí y a mí: tenía pelo encima de la cabeza; ojos , nariz , boca y orejas; dos brazos y dos piernas. . . en fin, que a simple vista podían ser cualquiera de las personas con las que nos encontramos por la calle, en el colegio o en nuestra casa.

Sin embargo tenían algo que les hacía especiales, diferentes, únicos. Y es que: Tilín guiñaba un ojo y salía el sol; Tilán castañeteaba sus dientes y las nubes cubrían el cielo; Tilón al mover sus orejas llovía ; y cuando Tilén aleteaba su nariz soplaba el viento.

La pena era que no se conocía entre ellos. Cada uno iba a lo suyo y si se cruzaban alguna vez en el camino se hacían los despistados y pasaban de largo.

Hacía ya un tiempo que andaban todos preocupados por un mismo problema.

Resulta que en el centro de aquel lugar había un Árbol muy Generoso que les daba jugosos frutos para saciar su hambre y les proporcionaba una estupenda sombra donde cobijarse los días de calor.

Pero un día se empezó a secar, se le cayeron las hojas y ya no daba esos ricos frutos. Lo intentaron arreglar, cada uno por su lado, claro está:

-Tilín se acercó, guiñó un ojo y salió el sol que, al principio, hizo elevar sus ramas pero al cabo del rato las quemó.

-Tilán castañeteó sus dientes y las nubes cubríeron el cielo dejándolo todo oscuro y el árbol se asustó.

-Tilón movió sus orejas y empezó a llover, el árbol se puso contentísimo pero cuando pasaron unas horas se ahogaba de tanta agua que caía y volvió a entristecer.

-Tilén también quería probar suerte, aleteó su nariz y sopló un viento que mecía las hojas pero finalmente las hizo caer al suelo.

No conseguían nada y el pobre árbol empeoraba sin remedio.

Un buen día acertó a pasar por allí Tilún, una vecina de un lugar cercano, haciendo turismo por la zona. Vio, miró y se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo. ¡Ah! Tilún también era especial porque cuando frotaba sus manos producía unas hondas magnéticas que atraían hacia ella a todo aquel que se encontrase en su radio de acción. Enseguida se puso manos a la obra. Esperó, escondida tras una de las pocas ramas sanas que le quedaban al Árbol, a que pasaran por allá Tilín, Tilán, Tilén y Tilón y en el justo momento en que todos ellos andaban cerca frotó fuertemente sus manos y los cuatro se vieron arrastrados a su lado. Cuando los tuvo lo suficientemente cerca los miró fijamente y les pidió que cuando ella dijese sus nombres hiciesen eso que sólo ellos sabían hacer. Tilún empezó a cantar:

"Tilín, Tilín mira quien está ahí (y Tilín hizo que saliese el sol)

es Tilán, Tilán que te va a ayudar ( las nubes taparon al sol por un esquinita)

acércate Tilón y caerá un chaparrón (y llovió)

nos faltas tú Tilén mueve sus hojas y harás bien (el viento sopló suavemente)"

Tilún les dijo que cada día viniesen juntos y cantasen esta canción. Así lo hicieron y ¿ qué creéis que pasó? pues claro, al Árbol Generoso le volvieron a salir las hojas y los frutos y los cuatro amigos Tilín, Tilán , Tilón y Tilén descubrieron cuántas cosas podían hacer juntos.

En cuanto a Tilún, siguió su camino viajando por el mundo. Si algún día la veis dadle recuerdos de mi parte.

Lourdes Becerril

Tantaspulgas y Petite se conocen

La ciudad enciende todas sus luces. La luna sonríe tímida en el cielo y alumbra el escondrijo de Tantaspulgas. Tantaspulgas, un perrito chusco de buen corazón, se levanta y se sacude una que otra pulga, luego bosteza. En el piso, varias pulgas le gritan y le insultan @±#*®¥&√, por el violento desalojo.

Cruza la pista por las líneas blancas como un perro que aprobó educación vial. Se dirige a las latas de basura, aunque algunos perros ya se comieron las sobras más ricas. Huele, rebusca, jala, ladra, muerde, ¡crack! Una pepa de melocotón. -¡Diablos! Un colmillo menos, me malogra la sonrisa -dice Tantaspulgas. Debo apurarme o el camión de la basura me dejará sin cenar otra noche -piensa Tantaspulgas.

Tilin, tilin, tilin… el triángulo del basurero se escucha a dos cuadras de donde está Tantaspulgas.

- ¡Guau! ¡Guau!, esa lataza es mía -ladrihabla, avalanzándose sobre la lata que con su peso cae de la vereda.

En sus ojos se refleja un enorme hueso. De inmediato, lo coge con las patas y el hocico para jalarlo, pero algo lo retiene. Vuelve a la carga. Jala con más fuerza, vuelve a tirar y el hueso sale a la luz con una perrita algo asustada que lo tiene entre sus colmillos en el otro extremo. Tantaspulgas ladra, y suelta del todo el hueso, gruñe; enseña los colmillos, GGRRRRR… se eriza, sin embargo, la perrita permanece con el hueso en su hocico, sin ganas de soltarlo. El Tantas, como también se le conoce en el mundo perruno, se le acerca, la huele abriendo lo más posible los huequillos de la nariz y ladrihabla:

-¡Guau! ¡Guau!, tú no eres de aquí. Hueles a comida para perros comprada en supermercado de ricos. ¿De dónde eres? ¿Cómo te llamas?…Puedes soltar el hueso, no te haré daño -dice, mientras retrocede para darle confianza a la perrita.

Ella suelta el hueso y le contesta:

-Soy de Miramar y me llamo Petite. Tú, tú, ¿cómo te llamas?

-Tantaspulgas, pero puedes decirme Tantas con confianza…y, discúlpame por haberme comportado como un perro, perdón, quiero decir, como un canalla; y por haberte asustado…-dijo el Tantas con el rabo entre las piernas y las orejas caídas.

-No te preocupes, -contesta Petite, toda sucia y con el pelambre desordenado, pero sin perder el brillo de mejores tiempos. -tú no me asustas. Me da risa tu sonrisa…Jijijijijijijijiji…

Sonríen, aúllan, brincan, se relamen entre ellos y posan sus miradas en el hueso.

-Te propongo algo que nos conviene -dice el Tantaspulgas.

-Qué- responde Petite, al mismo tiempo que pisa el hueso con su patita derecha por si se la quieran quitar.

-Darle una chupadita al hueso -contesta el Tantas, casi colorado -un ratito tú y un ratito yo…

-Petite sonríe y le dice que sí.

A lo lejos se ven dos perros que caminan felices, dan brincos, hacen piruetas y mueven la colita, porque intercambian un hueso cada dos cuadras.

Hernán Becerra Salazar

El elefante Fante

Hace muchos años, los elefantes tenían la trompa chiquita, es decir, eran ñatos. No tenían la larga trompa que se gastan ahora. Una vez el elefante Fante, quien tenía fama de miedoso, y ahora es papá de todos los elefantes, iba con otros elefantes jóvenes como él a beber agua del río. Como todos tenían la trompa chiquita sólo bebían hasta donde su ñata les permitiera. Bien se sabe que la sed de los elefantes es terrible, por eso el elefante Tito, el más travieso, chiquitín y orejón de todos, se adelantó dos pasos demás y cayó en el agua.

- ¡Auxilio!, no sé nadar, ¡me ahogo!...glup, glup, glup –gritó el elefante Tito.

- No te preocupes, yo te sacaré –dijo el elefante Fante, quien estiraba su trompita lo más que podía, mientras los demás elefantes lo miraban sorprendidos por su valentía.

- Glup, glup, glup –dijo el elefante Tito, bajo el agua y rodeado de burbujas.

De pronto, el elefante Tito glup, glup, glup estiró sus patas delanteras y glup, glup, glup se agarró de la nariz del elefante Fante glup, glup, glup, y gritó:

- ¡Sácame, compañero! glup, glup, glup ¡Pronto! glup, glup, glup.

El elefante Fante le contestó con voz muy extraña:

-Do de peocubes, gombañedo, ge odita de daco de agua.

Empezó a retroceder. A medida que lo hacía el elefante Tito salía del agua, pero la nariz del elefante Fante también crecía y crecía, se estiraba y se estiraba como un pedazo de goma, un tubo de caucho o un palo de jebe.

-¡Oh, mi naniz! –pensó el elefante Fante. Todos los elefantes le llamaban héroe, salvador, narigón valiente, sin dejar de mirarle la trompa. Desde ese día, los elefantes nacerían con una larga trompa que les recuerda el heroísmo del elefante Fante; el héroe, el salvador…el amigo narizotas…

Hernán Becerra Salazar

Guala, la perrita aventurera

Ésta es una historia que empieza al revés, termina al principio y sigue después. . .

En un pequeño pueblito vivía una hermosa perrita llamada Guala; ella era muy feliz de vivir en libertad y de poder correr por las montañas, los ríos y los lagos sin que nadie se lo prohibiera.

Guala era realmente un animal muy especial. Caminaba todo el día buscando nuevos amigos, aventuras y cosas nuevas para divertirse. Nunca se quedaba mucho tiempo en ningún lugar, porque enseguida se aburría. Para ella la vida era emoción, aventuras, magia, misterio. . .

Y ahora sí les contaré la historia que empezó al revés, terminó al principio y siguió después. . .

Una tarde de primavera Guala se fue a pasear por la plaza del pueblo y allí se encontró con sus amigas, "las perras vagabundas", con quienes jugó, corrió, saltó, se escondió y se divirtió mucho. Al llegar la noche se despidieron y Gualita se fue a dormir a su escondite preferido: un enorme hueco dentro de un tronco seco. Mientras dormía soñó que era un pájaro y le encantó sentirse pájaro. Antes había soñado que era un pez y también le había fascinado sentirse un pez. Algo empezó a inquietarla y decidió ir a visitar al duende Serafín, que vive en los bosques, seguramente él podría ayudarla.

Guala caminó durante tres días hasta que una tardecita debajo de un pino azul encontró al duende durmiendo una larga siesta. Muy preocupada le contó que ella ya no era feliz con sus amigas y que tenía muchísimas ganas de ser cualquier otro animal o de vivir en otro lugar, como por ejemplo en el cielo. Serafín, que era muy comprensible trató de ayudarla a pensar; pero ella insistía en que los bosques ya no la divertían y que los ríos ya no tenían misterios para ella.

El duende, no muy convencido, accedió a ayudarla y le concedió el deseo que Gualita le había pedido; pero le aclaró que no podría cambiar a cada rato de lugar y que si ella se mudaba ya no podría volver a su hogar. La perra muy convencida le dijo que aceptaba el desafío y que elegía vivir en el hermoso cielo junto a los pájaros, quienes la alegrarían con sus bellos cantos y que podría disfrutar así de la fascinante sensación de volar.

Serafín corrió a su casa y trajo un pequeño cascabel con el que tocó las patitas de la perrita y ésta comenzó a despegarse muy despacio del suelo; fue elevándose lentamente y subiendo hacia el cielo. Realmente Guala no lo podía creer; ahora sí se sentía muy feliz, pues podía ver todo su mundo desde arriba, mientras subía pudo ver a sus amigas corriendo en la plaza y a su amigo Juan jugando a las escondidas. Mientras se alejaba de la tierra saludaba al duende y daba saltos en el aire fascinada con el nuevo mundo que le esperaba.

Cuando llegó a la primera nube, se sentó a mirar hacia abajo, pues no podía creer lo que estaba viviendo. Al primer pájaro que pasó intentó saludarlo; pero éste se asustó tanto de ver una perra voladora que se escapó volando a toda velocidad. Luego pasó un gorrión, quien casi se desmaya al verla. Más tarde pasó una gaviota, quien al escuchar sus ladridos salió llorando del miedo.

¡Pobre Guali! Nadie la comprendía. Tanto se aburrió de no hablar con nadie que se quedó dormida. Al día siguiente al despertarse comenzó a buscar huesitos entre las nubes, pero no pudo hallar ninguno. Nuevamente intentó hacerse amiga de otro pájaro, pero en el cielo no están acostumbrados a ver perros, por lo tanto nadie quería acercársele porque le tenían terror.

Así pasó nuestra amiga sus días en el cielo: sola, triste, aburrida y muerta de hambre. Por fin se dio cuenta; ¡qué importante era ser perro!. Y ¡qué importante lo que uno es!. Sentadita en su nube lloró día y noche, noche y día, hasta que Serafín comprendió que Gualita había aprendido la lección y que ya no pretendería ser otro animal, y que le daría mucho valor a su mundo, cuidándolo y respetándolo como debe ser. Entonces el duende comenzó a bajar despacito la nube en donde estaba la perrita hasta que llegó a la tierra. Los dos tuvieron una larga charla; Guali le confesó haber estado equivocada con sus deseos y le auguró que lo que ella más quería en este mundo era ser perra y jugar con sus amigas como siempre lo había hecho. La aventura no fue fácil pero sirvió de mucho.

Y así termina esta historia que comenzó al revés contándoles el final al principio y la aventura después.

En un pequeño pueblito vivía una hermosa perra llamada Guala que muy feliz se encontraba con sus árboles, ríos y montañas. . .

Lucía Noemí Barbagallo

La pizarra que habla, juega y es tan divertida

Era la primera vez que iba a clase. No tenía demasiado miedo, pero aquella noche no pudo dormir demasiado. Estuvo pensando y pensando cómo sería su primer día, así que mientras no podía conciliar el sueño ideó una manera para que el tiempo pasara lo más rápido posible.

José Buenaventura creyó que lo más conveniente era imaginar cómo sería el día siguiente, aquella primera jornada frente a veinte chiquillos de entre cuatro y cinco años.

Éste sería su primer contacto directo con estos niños. Cuando él estudió le enseñaron y dieron muchos consejos de cómo debería tratar a los futuros alumnos, pero la realidad siempre se le hacía muy diferente.

En su cama soñaba despierto que todos los niños se mostraban ilusionados con lo que él enseñaba. Que lo hacía de modo agradable y que nadie se le distraía. De esta manera imaginándoselo se quedó dormido.

Al día siguiente, el despertador sonó antes de lo habitual, había que vestirse para la ocasión, por ello, la ropa bien planchada descansaba sobre la silla junto a la cama. Aquel día no se hizo el remolón, se levantó inmediatamente. Se dirigió al cuarto de baño, se aseó y afeitó, luego desayunó y se vistió. Hasta llegar al colegio sólo tuvo que caminar unos diez minutos, que se le pasaron volando, pues estaba muy nervioso.

Una vez allí saludó a sus nuevos compañeros, quienes se mostraron muy contentos con su llegada. Entre ellos murmuraban: ¡pobre maestro! En su clase no hay ni una simple pizarra.

José Buenaventura llegó a su aula y saludó a los pequeños: "Hola a todo el mundo". Pero éstos no le correspondieron. También para ellos era el primer día y no sabían frente a quién estaban y como podrían suceder las cosas. Sólo Norberto, un chico pelirrojo bastante despierto preguntó: "Aquí no hay pizarra". A lo que José Buenaventura respondió: "Ésta gran pantalla será nuestra pizarra y con este ordenador haremos todas las actividades".

Al parecer Norberto no había quedado muy satisfecho con la contestación y volvió a preguntar: "¿Y usted dónde se sentará?" En esta ocasión, el maestro sonrió y dijo que él siempre estaría de su lado. Al parecer la primera prueba con los alumnos no había salido del todo mal. No obstante, para ello tuvo que explicar lo que era una pizarra, pues creyó que la mayoría de los niños nunca habían visto una de éstas. Seguidamente, dijo algo sobre su nueva pizarra y por qué estaba enchufada a un ordenador.

Una vez todos se presentaron y mientras Norberto seguía haciendo preguntas de las suyas, José Buenaventura encendió el ordenador y la pantalla se iluminó. En principio resultó un poco fea pero, de repente, comenzó a hacer ruidos, emitir palabras y hasta tenía música. Había muchos colorines y luego aparecieron dibujitos que se movían, que charlaban entre ellos, que hacían preguntas…que invitaban a jugar.

Después de aquello, los chicos fueron al patio, jugaron con el resto de los amigos, corrieron y saltaron muchísimo. Otra vez en clase estuvieron trabajando sobre actividades que el maestro les mandó.

Los días fueron pasando y todos los alumnos estaban muy contentos con aquella nueva pizarra que hablaba, invitaba a jugar y casi sin querer enseñaba cosas muy bonitas. Cuando los pequeños se habían familiarizado con aquella herramienta, también jugaban directamente con ella. Todos disfrutaban mientras aprendían y José Buenaventura cada día estaba más ilusionado pues veía cómo todos participaban. Incluso Ramón, que tenía un problemita en las manitas, para él había una bola de color azul con la que podía jugar y hacer dibujos, o bien colorear en el ordenador.

Él traía a la clase discos que colocaba en el ordenador y todo el mundo jugaba. A veces, escribía algo y enseñaba juegos de otros países, pensados para los niños de cualquier lugar del mundo. También veían la televisión, sólo los programas infantiles y, de vez en cuando, mostraba lugares muy lejanos.

Un día, José Buenaventura dejó de venir al colegio. Nadie supo lo que le sucedió, quizá nadie quiso preguntar qué le había sucedido. Así que me pusieron en su lugar. Me extrañó muchísimo, el primer día que fui, que en la clase no hubiese pizarra, pero pronto me acostumbré. En la actualidad soy incapaz de enseñar sin la ayuda del ordenador y aquella pizarra que habla, juega y es tan divertida. ¡Ah! Lo había olvidado, José Buenaventura está en la Universidad, un lugar donde enseña a los mayores cosas sobre los niños y siempre que tengo alguna duda, acudo a él.

Víctor Amar

La araña y el gallo

La araña saludó al gallo haragán desde un rinconcito del jardín. ¿Qué haría el gallo ahí, pisando flores y mirándola con el pico abierto en un melódico quiquiriquí?

Pues señor, el gallo se había vuelto a quedar dormido y lo echaron del gallinero en un revoleo de plumas y cacareos.

A la araña, sin embargo, le gustaba. El gallo, sí, el gallo. Era todo un galán, siempre con el piropo justo en el momento acertado.

Ella, tan trabajadora, deslumbrada por un haraganote. . . Bien dicen que el amor es ciego. . .

Pero hacían una buena pareja: ella chiquita y cazando alimentos como una leona y él cantando con alegría para darle fuerzas.

En verdad para el gallo se trataba de una amistad, una buena relación: él cantaba y ella saltaba rítmicamente por entre las telas como una bailarina. La arañita le conseguía todo tipo de insectos para enriquecer su pobre comida fuera del gallinero. Sería romántico eso de alimentarse con jazmines y claveles, pero esa comida de jardín le hacía entonar un quiquiriquí que a él no le gustaba nada. Al comer los insectos, en cambio, su canto era el de un tenor.

Decía el gallo:- Arañita, ¿cazaste más para mí?

Y la araña tenía siempre la misma respuesta:

- Sí, gallo, yo te alimentaré, te protegeré, te mimaré y . . . - ¡y se interrumpía emocionadísima!

-¡Qué buena amiga tengo! – pensaba el gallo.

Sí, sí, la araña era una verdadera amiga. Para él. Pero ella pensaba otra cosa: para la araña, el amor había llegado a su vida.

Ni bien la arañita empezó a soñar con ese romance imposible, se abrió la puerta del gallinero para el gallo, que de tanto verla trabajar, se había contagiado un poco, un poquito, un poquititito así.

Cuando la araña pasó del jardín al gallinero para ver a su amado . . . ¡Sorpresa! Su galán estaba al lado de una horrible gallina que empollaba unos espantosos huevos.

Tuvo muchas ganas de recurrir a su tía abuela la tarántula venenosa, pero justo en ese momento el gallo comentaba con su voz más sonora:

- Amigos del gallinero, vengan aquí que les voy a presentar a mi mejor amiga, la araña del jardín, que tanto me ayudó con su alegría para trabajar. . .

Tuvo que interrumpir las presentaciones porque un huevo empezó a romperse , y otro, y otro, y otro. . . ¡Qué pollitos tan lindos!

La araña se sintió tía y ahí nomás les tejió la ropa más hermosa que hubo en gallinero alguno.

Nuestra arañita fue muy feliz de poder compartir esa alegría con su amigo el gallo, ahora lo veía claro, el mejor amigo de toda su vida.

Elisabet Alcaide

Julián de la Risa

Julián era un niño diferente. Nunca reía. Vivía en su habitación y se negaba a salir de ella. Tenía un montón de libros y juguetes que llenaban los armarios…pero no se interesaba por nada.

Papá y mamá estaban muy preocupados, los médicos no sabían explicarles que le ocurría a Julián… Un día compraron un pequeño canario y lo dejaron en una jaula arrimada a la ventana de Julián para ver que sucedía. Por primera vez, el niño parecía interesarse por algo…pasaba horas enteras mirando al animal. En silencio, seguía todos los movimientos del pájaro en la jaula.

Pero el tiempo fue pasando y un día el canario enfermó. Desde una esquina de su jaula, apenas movía un ala o una pata. Julián también permanecía inmóvil por horas, .como si esa extraña enfermedad estuviese acabando con ambos. Fue entonces cuando la tía Aurora llegó de muy lejos.

Papá y mamá la llamaron: ella no era doctora, ni enfermera ni nada de eso pero era una persona muy especial: tenía un gran amor por los niños, los animales y las plantas. Algunos hasta decían que ella conocía el idioma secreto de la naturaleza.

La tía Aurora tomó al sobrino de la mano y sin más equipaje que la jaula, fue con él al campo a un lugar maravilloso con verde por todas partes. Y mucho sol. Y cielo. Y un tranquilo arroyo que corría entre flores y piedras. Primero ayudó al pequeño a deshacerse de sus ropas: zapatos, medias, camisas salieron volando con el viento.

Luego, abrió la jaula y depositó al canario casi yerto sobre la hierba: el sol lo fue calentando de a poquito, hasta que pudo incorporarse, después andar…saltar…¡volar!. Lo hizo primero en círculos pequeños, después por encima del arroyo hasta hacer un giro, como de despedida alrededor del hombro de su amigo…¡y cantó!

Julián nunca había oído algo así. Los sonidos para él habían sido siempre distantes o confusos. Pero éste era tan claro, tan puro, tan profundo, tan cercano a él…¡cielos! Dentro de si también oyó algo: un toc-toc que lo hizo estremecer. Primero, corrió del susto. Y después del puro gusto al percibir que cuando corría todo sonaba a su paso: las ramas de las plantas crujían, el viento silbaba, el agua también cantaba y hasta le hacía cosquillas en la piel…

Todo su cuerpo sonaba a un ritmo muy extraño que le crecía de dentro y hacía sacudir sus brazos, sus hombros, su pecho…ese sonido subía hasta el cuello y le obligaba a abrir la boca para escapar hacia fuera…¡Si!…era su propia risa la que estaba oyendo…y era tan clara, tan pura, tan profunda que todo el arroyo, las piedras, las plantas, las aves, el cielo y la misma tía Aurora, felices, rieron con él.

Susana A. Aguilar

Los Vecinos de la Casa Azul

Erase una vez, una ciudad en la ladera de una montaña. Era una ciudad pequeña, rodeada de jardines, con muchos árboles, donde las aves solían construir sus nidos, volar de árbol en árbol y piar peleando unos con otros.

En las noches calurosas de Verano, las familias acostumbraban a pasear y sentarse en los bancos de los jardines mientras los niños jugaban alegremente. Cerca de uno de esos jardines, había una casa azul con dos vecinos, el señor Zé Costica, que vivía en el bajo derecha y el señor Manuel Bicas, que vivía en el bajo izquierda. Al final de la tarde solían charlar desde sus ventanas y, permanecían horas y horas oyendo cantar a los pájaros que se posaban en los árboles del jardín que rodeaba la casa.

¡Pero... el tiempo pasó, y... he aquí que llegó el Otoño! Y con él llegaron los días grises, el viento frío, las noches cada vez más largas y la caída de las hojas que se llevó lejos a los pájaros de los jardines.

Durante algún tiempo, los vecinos, aún se miraban de vez en cuando desde sus ventanas, pero la marcha de los pájaros les fue dejando cada vez más tristes. El Señor Zé Costica tenía tanta nostalgia, tanta añoranza y vivía tan triste de no oír cantar a los pájaros que decidió comprarse una armónica y ponerse a tocarla para imitar su piar. Quedó tan animado con la idea, que se pasó todo el día tocando y no se dio cuanta de que la noche había caído.

En el bajo izquierda su vecino Manuel Bicas intentaba dormir, pero no lo conseguía. Irritado con el sonido que llegaba de la casa de al lado, comenzó a dar puñetazos en la pared.

El señor Zé Costica al oír los puñetazos en la pared, pensó que su vecino estaba encantado con el sonido de su armónica y animado continuó soplando cada vez con más fuerza. Tan pronto amaneció, el Señor Manuel Bicas fue a la tienda de música a comprar la mayor armónica que tuvieran y nada más entrar en casa empezó a soplar, a soplar con todas sus fuerzas. ¡Estaba decidido a no dejar dormir a su vecino!

Al oír la armónica del señor Manuel Bicas, el vecino Zé Costica arrugó el entrecejo en señal de desagrado, refunfuñó y salió de casa corriendo. Cuando volvió, traía consigo una caja de la que sacó un violín. Rápidamente y sin saber muy bien como tocarlo empezó inmediatamente, con movimientos descoordinados a tocar enloquecidamente. ¡Al otro lado, la respuesta no se hizo esperar. Las paredes de la casa temblaban al son de un violonchelo, que más parecía un serrucho de madera que lanzaba al aire sonidos inenarrables!

Durante algunas noches la desarmonía continuó. Cada noche se oían nuevos instrumentos. Clarinetes, tubas, tambores, platos, acordeones y flautas y cuando todos los instrumentos se agotaron en la tienda de música la vecindad se desesperaba sin saber lo que había que hacer para que el sosiego volviese.

El caso de los dos vecinos de la casa azul ya comenzaba a ser conocido en toda la ciudad y nadie encontraba la solución para que los dos volviesen a ser amigos.

Entonces, el Maestro Antonio que estaba de visita en la ciudad para dar un concierto, decidió pasarse por la calle de que todos hablaban... Su espanto fue tal al oír los sonidos que salían del bajo derecha y del bajo izquierda de la casa azul, que decidió hablar con los dos vecinos. Después de llamar muchas veces al timbre y de golpear fuertemente en las puertas el maestro por fin consiguió tener una conversación con los dos.

Esa noche, toda la vecindad consiguió dormir tranquilamente. ¿Qué habría ocurrido? ¿Se habría llevado el maestro todos los instrumentos? ¿Se habrían puesto enfermos los vecinos de tanto tocar? ¿Habrían finalmente hecho las paces? Algunos días después, un anuncio apareció por todas partes:

"Se invita a todos los interesados a tocar en la banda de música de la ciudad

y a acudir al salón MUNICIPAL a las nueve de la noche.

No es necesario traer instrumentos".

¡La curiosidad era tanta que al principio de la tarde la gente comenzó a llegar y, cuando dieron las nueve en el reloj de la torre ya podía verse a lo largo de la calle una larga fila, jóvenes, gordos, delgados, altos y bajos, todos querían entrar!

El Maestro Antonio comenzó por poner los instrumentos ordenados y afinados unos al lado de los otros, distribuyó a todos unas hojas con unos dibujos negros, redonditos, colgados en unas rayitas muy bien dibujaditas y, explicó como funcionaba aquello. En un rincón del salón Zé Costica y Manuel Bicas intercambiaban miraditas y sonrisitas de felicidad. La gente fue probando los instrumentos mientras el Maestro con su oído finísimo y preparado, lleno de semibreves, corcheas, fusas y semifusas iba colocando a la gente al lado de los instrumentos. Ya había amanecido cuando el maestro dio por terminada la tarea.

A partir de esa fecha, todas las tardes de Otoño, cuando las hojas caen y los pájaros parten hacía otros parajes, puede oírse en el jardín de la ciudad, muy cerca de la casa de Zé Costica y de Manuel Bicas, una banda de música que muy afinada hace compañía a todos los que la quieren oír... y, a veces, puede oírse aún a alguien contando la historia de una banda de música que nació del enfado de dos vecinos con nostalgia del cantar de los pájaros...

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

Francisca Cardoso

Vera María do Vale

El gato que no sabía que era un gato

Hace muchos, muchísimos años, cuando existían animales que sabían hablar, ocurrió que nació un gato cerca de la granja de Pepe. En aquella granja había muchos animales que Pepe, el granjero, cuidaba con la ayuda de su mujer, Teresa.

El pobre gatito tuvo la mala suerte de quedar tapado por una hoja que había caído de un árbol y, cuando su madre recogió a sus hermanos para llevarlos a un lugar más tranquilo y seguro, a él no lo vio; como los gatos nacen ciegos, él tampoco pudo ver a su madre y hermanos. Así, el gatito quedó solo en el mundo y pasó mucha hambre hasta que Pepe lo encontró al lado del camino que conducía a su casa, y se lo llevó con él para cuidarlo.

Cuando el gato por fin pudo empezar a andar por la casa, lo primero que escuchó fue a Teresa que llamaba: "¡Pepe, Pepe! ¡Ven aquí un momento!". Y el pobre gato fue corriendo porque pensó que Pepe era él. Y siempre que alguien llamaba a Pepe, allá iba él corriendo, pensando que lo llamaban.

Como no había conocido a nadie más que a Pepe, Teresa, el cartero y algunos hombres que trabajaban en la granja, el gatito pensó que él también era una persona. Pero pronto empezó a tener problemas en la casa: como creía que era un hombre, quería comer a la mesa con los granjeros y claro, ellos no lo dejaban. Tampoco le permitían dormir en una cama, y cada vez que intentaba ponerse un calcetín de Pepe, el granjero o Teresa le reñían. El gatito no entendía por qué.

Hasta que un día se vio reflejado en un espejo. Él ya sabía lo que era un espejo porque había visto a Pepe y Teresa usarlo para mirarse cuando se peinaban, para ver si iban bien arreglados... pero nunca se había visto a sí mismo reflejado en uno. Cuando por fin se vio, comprendió que no era una persona. Pero, ¿qué sería? Se miró y remiró largamente en el espejo: tenía cuatro patas y no pies y manos como la gente, un rabo muy largo y el cuerpo cubierto de pelo. . . No, decididamente nunca había visto a nadie como él.

Así fue como el gatito decidió ir a dar un paseo por la granja para ver si se encontraba por allí con alguien que se le pareciera.

Nada más salir de la casa, lo primero que vio fue a un cuervo, negro como la noche, que venía volando y se posaba en la rama de un árbol. Le pareció estupendo aquello que había hecho en el aire y desde el suelo le preguntó:

- ¡Eh tu!, ¿Quién eres?

- Yo soy Jacinto, el cuervo. Soy un pájaro. ¿Y tu?

- ¿Yo? Yo soy Pepe y soy un cuervo también.

Naturalmente, a Jacinto le entró un ataque de risa. Había visto muchos pájaros en su vida y algunos muy raros, pero ninguno que se pareciera tanto a un gato.

- ¿Estás seguro de que eres un cuervo?

- ¡Claro! - contestó Pepe que en realidad no estaba nada seguro.

- Pues ven aquí y volaremos juntos un rato.

Pepe, el gatito, salió corriendo y subió al árbol, porque los gatos si saben subir por los troncos de los árboles. Pero cuando intentó volar por encima del tejado de la granja, haciendo lo que Jacinto le había explicado, ¡PLOFF!, se cayó con las cuatro patas en el suelo. Jacinto, en la rama del árbol se moría de risa y a Pepe le dio tanta rabia que se marchó de allí muy enojado, con el rabo muy tieso.

Evidentemente, tampoco era un cuervo, ni ningún otro pájaro, porque no tenía alas, que era con lo que volaban según le había dicho Jacinto. Así que siguió andando, intentando encontrar a alguien que se le pareciera. Al poco tiempo, al pie de otro árbol, había un animalito con algo en la boca. Pepe se acercó muy contento. Tenía cuatro patas y una cola muy larga.

- ¡Hola!, ¿Quién eres? - preguntó Pepe.

- Hola. Soy Fina, la ardilla, ¿y tú?

- Yo soy Pepe... y también soy una ardilla.

- ¿Estás seguro de ser una ardilla?

- ¡Pues claro!

- Entonces, ayúdame a llevar esta comida hasta mi casa. Es el agujero del tronco de ese árbol. Luego, si quieres, te invito a merendar conmigo.

Pepe y la ardilla cogieron las nueces y castañas con la boca y las llevaron hasta la casa de la ardilla. Cuando llegaron arriba, Fina dijo que ya podían empezar a merendar y se puso a comer castañas. Pepe quiso hacer lo mismo pero, claro, los gatos no comen castañas y mucho menos nueces, y se lastimó los dientes y no le gustó nada aquella comida.

- ¡Puaj! ¡Qué asco!

- ¿Cómo que qué asco? ¡Es comida!

- ¡Pues a mi no me gusta nada esta comida!

- Porque yo no me creo que tu seas una ardilla. Desde luego, eres muy raro. Y si no te gusta mi comida, ya te puedes marchar de mi casa y dejarme comer tranquila - respondió Fina muy enfadada.

Pepe bajó del árbol. No sabía muy bien qué hacer. No era una persona y no podía vivir como la gente, no era un pájaro y no podía vivir en un nido, no era una ardilla y no podía vivir en el tronco de un árbol...

Un poco más adelante, Pepe se encontró con otro animal que hacía unos ruidos muy extraños y metía la boca en el suelo, como buscando algo. Pepe se acercó a él y le preguntó:

- ¿Quién eres tú?

- Soy Tucho, el cerdo, ¿y tú?

- Yo soy Pepe, y soy un cerdo también.

- ¿Tú un cerdo? ¡Eres un cerdo bien raro! ¿Quieres venir conmigo a ensuciarte en el barro?

- ¡Vamos! - dijo Pepe que no tenía ni idea de lo que era lo que quería hacer el cerdo.

Pero los gatos, aunque no les gusta demasiado el agua, son muy limpios, y lo que menos les gusta es ensuciarse de barro. Así que al llegar a la charca particular de Tucho, Pepe metió la puntita de una pata en el lodo y le dio muchísimo asco. Cuando Tucho lo salpicó con las patas y el hocico, de la repugnancia que le dio se le pusieron de punta los pelos del lomo y el rabo tieso.

- ¡Vamos, Pepe! ¡No seas un cerdo tan limpio! ¡Ven a bañarte!

- No, Tucho, lo siento. No sería capaz de meterme en el barro contigo. Perdona, creo que no soy un cerdo tan cochino como tú.

- A mí ya me parecía que tú no eras un cerdo. Adiós, Pepe. Y si cambias de idea y decides ponerte bien sucio, ya sabes donde hay una buena charca.

- Sí, Tucho. Muchas gracias. Adiós.

Pepe continuó buscando por la granja. Un poco más adelante se encontró con un animal muy grande, muy negro y muy fuerte. A Pepe le pareció precioso y se acercó a él.

- ¡Hola! ¿Quién eres?

- Soy Pedro, el toro. ¿Quién eres tú?

- Yo soy Pepe y soy un toro también.

- ¿Tú, un toro? - preguntó Pedro echándose a reír.

Pepe ya estaba harto de no saber quién era y de andar de acá para allá y de que todo el mundo se riera de él. Así que le dijo a Pedro que estaba completamente seguro de que era un toro. El toro Pedro, muy serio, le dijo: "¿Ah, sí?, Pues ¡intenta hacer esto!", y salió corriendo a toda velocidad por el prado dándole con los cuernos un golpe terrible a un árbol, que quedó moviéndose de un lado a otro. Pepe ni lo pensó. Salió también corriendo y golpeó al árbol... ¡y se dio un topetazo tremendo en la cabeza! El toro Pedro se partía de risa. Entonces le explicó que aquello que tenía en la cabeza, además de un chichón que se acababa de hacer, eran dos orejas, no dos cuernos. Además los toros comen hierba y seguro que a él no le gustaba. Era cierto, sólo la comía cuando tenía la lengua llena de pelos, después de lavarse, o cuando le dolía la tripa, pero comer hierba no le gustaba. Así que tampoco era un toro... Pepe se despidió de Pedro muy triste, porque le habría encantado ser un toro grande, fuerte y negro como él, y se marchó de allí.

Pepe ya no sabía que hacer. Empezaba a pensar que era un bicho raro y que nunca encontraría a nadie que se le pareciera. Pero cuando ya pensaba que tendría que acostumbrarse a la idea de vivir solo, oyó que alguien decía cerca de él:

- Miau, miau. . .

- ¿Quién eres?

- Soy la gata Calixta. ¿Tú, cómo te llamas?

- Yo, yo... yo soy Pepe, el gato.

Y Calixta no se echó a reír, ni lo miró como a un bicho raro como habían hecho los demás animales. Entonces, Pepe miró bien a la gata. Tenía cuatro patas, el cuerpo cubierto de pelo, los ojos almendrados, una cola larga y hablaba exactamente igual que él. Todo igual que él. Entonces sí, entonces él era un gato.

Calixta y Pepe decidieron quedarse a vivir juntos en la granja y tener muchos gatitos. Y cuando los gatitos crecieron y salían de paseo por la granja y los otros animales les preguntaban quiénes eran, ellos contestaban lo que su papá les había enseñado:

"Somos Tino, Catalina, Claudio y Camila y somos gatos".

Mª Isabel Horro González

Historias del Bosque Musical

-De cómo la brujita Adelaida conquistó el reino de las palabras-

En el bosque musical donde vivía la Brujita Adelaida, las palabras cansadas de hacer silencio se fueron poco a poco a otro lugar. Al principio nadie se dio cuenta, tan ocupado estaba el bosque y sus habitantes inventando sonidos, construyendo instrumentos de viento, de lluvia, de truenos y relámpagos, que las palabras se fueron sin despedirse.

Una mañana la brujita se levantó y quiso llamar a su gato pero se había olvidado su nombre porque no le salió ni una palabra de la boca, tuvo que silbar para encontrarlo, luego se fue a su taller a trabajar en unas nuevas fórmulas mágicas que llenarían de distintos sonidos a las hojas de los árboles. Era una buena idea y ella estaba orgullosa con su invento. Cada hoja tendría su sonido y al caer en otoño los árboles entregarían al bosque una hermosa canción, también tenía una fórmula musical para la primavera cuando las hojitas comenzaran a crecer y estaba trabajando una complicadísima magia para el invierno.

Adelaida habia escrito sus conjuros en un cuaderno y cuando se disponía a leerlas abre la tapa y ¡Oh, gran sorpresa!!, el cuaderno está vacío, las hojas en blanco, sin ninguna letra escrita. Quiso pedir auxilio a la Bruja Madre que se llamaba Esmeralda, pero nada, había perdido las palabras, seguramente se habían fugado una tras otra, de letra en letra haciendo fila india como las hormigas y traviesas se habían escondido en algún hoyo.

Ese día todos los habitantes del bosque se dieron cuenta, a medida que despertaban y daban sus tres bostezos, como era su costumbre, que no podían comunicarse porque las palabras se habían ido para siempre de sus bocas.

Sorprendidos y asustados se encontraron todos en la plaza del pueblo que era el lugar donde siempre se reunían para resolver los grandes problemas. El intendente, con un gesto, hizo tocar la trompeta a la banda municipal para anunciar que iba a iniciar un discurso. El intendente era muy distraído y no recordaba que el motivo de la reunión era solucionar el problema de las letras que se habían escapado no sólo de sus bocas, sino de todos los libros, cuadernos y cuanta cosa escrita hubiera en el bosque musical. Entonces señaló a todos los presentes con el dedo, se tocó la boca, negó tres veces con la cabeza, como diciendo no tengo palabras, no tengo palabras, no tengo palabras y a continuación se encongió de hombros.

Todos se enojaron, si bien era cierto que el intendente era un plomo que siempre daba laaaaaaargooooos discursos, no era justo que él también se quedara sin palabras en este momento, entonces cada uno de los habitantes del bosque comenzó a tocar un instrumento, cacerolas, tachos, violines, guitarras, tambores, cornetas, flautas y cualquier objeto que sonara y se armó un batifondo bárbaro. Tanto ruido hicieron que las letras, que siempre habían sido muy curiosas salieron una a una de su escondite y se asomaron por los huequitos de los árboles, primero timidamente y después de cuerpo entero, se posaron en cada rama como si fueran pajaritos.

La brujita Adelaida que era muy inteligente las vió y en puntillas de pie recogió dos redecillas de cazar mariposas y las fue atrapando, las letras no tuvieron tiempo de nada, porque todos los niños, los papás, las mamás y hasta los abuelos más viejitos se dedicaron a atrapar letras en sus redes de mariposas.

Una vez que las atraparon a todas, la brujita se señaló el pecho como diciendo yo, hizo un gesto con la mano como si sostuviera un lápiz sobre una hoja invisible, como diciendo escribiré, giró la mano dos veces esto quería decir de vuelta y luego abrió los brazos como abarcando al mundo entero afirmando Todo.

¿Ella iba a realizar la difícil tarea de escribir de vuelta toooodo lo que estaba escrito?

Formaría nuevamente cada palabra, sacando las letras rebeldes de cada red y juntándolas como corresponde y ¿quién la ayudaría ? : la brujita señaló a dos nenas muy inteligentes y trabajadoras que se llamaban Erika e Ivana, y todo el pueblo las aplaudió y les deseó buenas suerte haciendo gestos con las manos: unos levantaban el pulgar, otros hacían la V de la victoria y así terminó ese día , pero todavía la brujita Adelaida y sus ayudantes no habían conquistado el reino de las palabras.

Adelaida entró a la casa con Erika e Ivana, silbó para llamar a su gato Bola Blanca que era redondito y blanco como un copo de algodón o como un helado de crema americana. Golpeó las manos para indicarles a las nenas que fueran a dormir que mañana sería otro día sin palabras y que había que trabajar mucho para volverlas a armar. Escondió las bolsas de letras en un gran baúl y luego las encerró con un candado.

A la mañana siguiente Erika e Ivana tomaron su desayuno con Adelaida y Bola Blanca que tenía su platito con leche tibia y comenzaron a trabajar.

Adelaida dibujando una letra en el aire le indicó a Erika que buscara todas las palabras que empezaran con E y a Ivana todas las que empezaran con O , ella buscaría las áes y las íes y solo quedaban para el final las úes que en realidad eran muy poquitas, pensaba la brujita.

Erika había logrado formar una hilera enorme de palabras con E, empecemos por la más grande:

ELE-ANTE ELEGANTE ENTERO ESPATULA ESTUPIDO ESPARRAGO ENCONTRAR ELEGIR ENSAYAR EMILIA ESTEBAN ELENA . . .

Ivana también formó muchas palabras con O:

OSO ORUGA OLA O-USCADO O-ERTA OCRE ORRIPILANTE OSCURO OSCAR O-ELIA OSAMENTA ORO OMAR . . .

Y Adelaida con í :

IDIOTA IN-ELIZ INGRATA IRMA IRENE IVANA y con a AMIGA AL-AL-A ALELÍ AMARILLO AZUL ALEGRIA ARMADURA ANTIGUO ALMIDÓN ANANÁ ALELÍ AMOR . . .

Y así sucesivamente..... pero...¿ no notan algo raro chicas ?

Adelaida, que para darse cuenta de las cosas era una bruja verdadera, sí lo notó y les señaló la primer palabra . Entonces Erika se dió cuenta que le fataba una letra la F de Elefante y ¿a qué otras palabras le falta la F?

Las tres la empezaron a buscar por toda la casa pero no la encontraron y ahora ¿qué iban a hacer? a Erica y a Ivana se les ocurrió una idea brillante agarraron una E y le quitaron el tercer palito y entonces quedó una F y se la pusieron primero al Elefante y luego a todas las otras palabras. Total, aunque quedaran menos E, de ahora en más todo el pueblo ahorraría la E, por ejemplo si se quieren reír nada de JEJEJE, nos reíremos JAJAJAJA o JIJIJIJI hasta podemos reir JOJOJO como Papá Noel y en lugar de Epa!!! diremos Upa! o Ajá! y no diremos nene sino chico o niño y nada de bebé que lleva dos e, diremos ......niño diminuto o algo por el estilo, nada de sos mi bebé, sino sos mi amorcito, cariñito o alguna otra palabra mimosa.

Y bueno pensaron cosas por el estilo para usar pocas E en todas las palabras, pero Erika protestó un poquito porque no quería llamarse Rika, ella no ahorraría la E de su nombre, entonces Adelaida le dijo que los nombres no se cambiarían porque sería un lío que la gente se llamara de otra manera y que ella también tenía una E y ni loca pensaba sacársela para llamarse ADLAIDA se le trabaría la lengua cada vez que pronunciara su nombre. ¿no?

De todas maneras, la F es una letra muuuuuuy importante y vale la pena perder algunas E. Si a Erika y a Ivana no se les hubiera ocurrido eso, los chicos no podrían cantar más el Felíz cumpleaños, ni decir Felíz Navidad ni la maestra les escribiría a los chicos en el cuaderno Felicitado, piensen chicos qué lío se armaría sin la F. se perdería para siempre en el bosque la Felicidad.

Bueno, después de este contratiempo siguieron trabajando todo el día, hasta escribir todas las palabras que recordaban, las palabras que servían para contar cuentos, para escribir recetas de cocina, para poner letreros en los negocios, para que la brujita Adelaida pudiera escribir sus fórmulas mágicas. Y muy cansadas las tres, cuando la luna finita dibujaba una sonrisa en el cielo, se durmieron en silencio.

Mientras dormían las letras traviesas, orgullosas de ser tan necesarias para la gente que sin ellas no podían hablar, decirse cosas lindas, pelearse, llamar a las cosas por su nombre, etc. etc., decidieron suspender su enojo y volvieron a juntarse.

En un santiamén se metieron en los libros, se encendieron en los letreros de los negocios, en la guía telefónica, en los diccionarios, en fín, volvieron a todos los lugares donde antes estaban y le dejaron un mensaje a la brujita Adelaida que decía así:

Nosotras las letras que formamos todas las palabras hemos decidido perdonar a los habitantes del bosque musical y volver a ser una familia, nos encontrarás en tus libros y en todos los lugares que antes frecuentábamos y como fuiste tan astuta que nos atrapaste y les dimos tanto trabajo a vos y a tus asistentes Erika e Ivana te dejamos esta fórmula mágica para que la gente pueda volver a nombrarnos: Abra la palabra con pata de cabra, todos en la plaza verán lo que pasa, la gente contenta reirá a pierna suelta por que volverán a hablar sin parar. Bueno estás son las palabras mágicas pero una vez que las digas en la plaza se borrarán para siempre de tu mente y de la de tu pueblo. Porque la próxima vez que se olviden de nosotras no volveremos más. Por ahora Adelaida nos has conquistado.

Al día siguiente cuando Adelaida tocó la corneta en la plaza, todo el pueblo se reunió y ella tomando su varita golpeó tres veces el aire y dijo las palabras:

Abra la palabra con pata de cabra todos en la plaza verán lo que pasa la gente contenta reirá a pierna suelta porque volverán a hablar sin parar . Y ni bien terminó todos hablaron, entonces vino el intendente y quiso dar un laaaaaaargo discurso pero la gente le tiró tomates, huevos y pepinos por la cabeza y eligieron como nuevo intendente a la brujita Adelaida y dos ayudantes Erika e Ivana y las tres gobernaron desde ese día el bosque musical.

Adriana B. Agrelo