Julián de la Risa

Julián era un niño diferente. Nunca reía. Vivía en su habitación y se negaba a salir de ella. Tenía un montón de libros y juguetes que llenaban los armarios…pero no se interesaba por nada.

Papá y mamá estaban muy preocupados, los médicos no sabían explicarles que le ocurría a Julián… Un día compraron un pequeño canario y lo dejaron en una jaula arrimada a la ventana de Julián para ver que sucedía. Por primera vez, el niño parecía interesarse por algo…pasaba horas enteras mirando al animal. En silencio, seguía todos los movimientos del pájaro en la jaula.

Pero el tiempo fue pasando y un día el canario enfermó. Desde una esquina de su jaula, apenas movía un ala o una pata. Julián también permanecía inmóvil por horas, .como si esa extraña enfermedad estuviese acabando con ambos. Fue entonces cuando la tía Aurora llegó de muy lejos.

Papá y mamá la llamaron: ella no era doctora, ni enfermera ni nada de eso pero era una persona muy especial: tenía un gran amor por los niños, los animales y las plantas. Algunos hasta decían que ella conocía el idioma secreto de la naturaleza.

La tía Aurora tomó al sobrino de la mano y sin más equipaje que la jaula, fue con él al campo a un lugar maravilloso con verde por todas partes. Y mucho sol. Y cielo. Y un tranquilo arroyo que corría entre flores y piedras. Primero ayudó al pequeño a deshacerse de sus ropas: zapatos, medias, camisas salieron volando con el viento.

Luego, abrió la jaula y depositó al canario casi yerto sobre la hierba: el sol lo fue calentando de a poquito, hasta que pudo incorporarse, después andar…saltar…¡volar!. Lo hizo primero en círculos pequeños, después por encima del arroyo hasta hacer un giro, como de despedida alrededor del hombro de su amigo…¡y cantó!

Julián nunca había oído algo así. Los sonidos para él habían sido siempre distantes o confusos. Pero éste era tan claro, tan puro, tan profundo, tan cercano a él…¡cielos! Dentro de si también oyó algo: un toc-toc que lo hizo estremecer. Primero, corrió del susto. Y después del puro gusto al percibir que cuando corría todo sonaba a su paso: las ramas de las plantas crujían, el viento silbaba, el agua también cantaba y hasta le hacía cosquillas en la piel…

Todo su cuerpo sonaba a un ritmo muy extraño que le crecía de dentro y hacía sacudir sus brazos, sus hombros, su pecho…ese sonido subía hasta el cuello y le obligaba a abrir la boca para escapar hacia fuera…¡Si!…era su propia risa la que estaba oyendo…y era tan clara, tan pura, tan profunda que todo el arroyo, las piedras, las plantas, las aves, el cielo y la misma tía Aurora, felices, rieron con él.

Susana A. Aguilar