Aunque parecía un enanito, no lo era en realidad. La primera vez lo vimos correr entre los matorrales y creímos que se trataba de un animal. Pero la segunda vez, cuando nos estuvimos quietos y escondidos detrás del gran pino, Babalú, que así se llamaba, se confió y volvió a salir de su escondrijo para ir a otro sitio.
- ¿Sabéis cómo iba vestido? Os lo voy a explicar. Llevaba unas botas muy grandes de color negro y un pantalón azul muy apretado que se metía dentro de las botas; encima una camiseta roja, que iba suelta por encima del pantalón y como era demasiado larga, se la sujetaba con un cinturón negro. En la cabeza llevaba un gorrito de muchos colores. Así fue como nos pareció un enanito, pero cuando nos acercamos y lo rodeamos, pudimos ver su extraña cara. Su color no era como el nuestro, sino verde y de la frente le salía un pequeño cuerno enroscado. Al vernos, se asustó y empezó a correr hacia un lado y hacia otro, hasta intentar subirse a un árbol pero resbaló y cayó al suelo. Inmediatamente oímos un extraño lamento y de sus ojos empezaron a salir lágrimas, también de color verde.
Sara fue la más decidida. Se acercó a él mostrando una ligera sonrisa de amistad. Babalú retrocedió arrastrándose pero su cara asustada empezó a cambiar cuando Sara le enseñó una flor y se la dio. Sólo entonces Babalú entendió que era una señal de amistad. Miramos su rodilla, tenía un gran chichón y estaba muy colorado. Pepe sabía dónde la señorita, antes de partir aquella mañana de excursión, había guardado el botiquín. Como era muy rápido corriendo no tardó en volver con una pomada y suavemente se la puso en la rodilla a Babalú. Rosa estaba muy nerviosa y no hacía más que preguntar a sus amigos: "¿quién será?, ¿de dónde vendrá?, ¿podrá hablar?, ¿será bueno o malo? ¿qué haremos con él?"
Empezaba a anochecer y la señorita empezó a llamar a los niños para regresar a casa. Entre los tres amigos decidieron ayudar a ese pequeño ser, pero para ello tenían que llevárselo a casa y cuidar de él.
- ¿Cómo lo haremos? -preguntó esta vez Pepe.
- ¡Ya sé! - dijo Rosa - lo esconderemos si él nos deja en tu mochila, que es la más grande de las tres y luego lo llevaremos a mi casa. En mi habitación tengo un baúl donde guardo mis muñecas, si las saco y las ordeno en otro sitio, mamá no se enterará. Pero, todo esto, si él nos deja, claro.
Sara se acercó de nuevo a él y le tendió la mano. Babalú la miró con ojos tristes, parecía muy asustado y sus manitas apretaban una y otra vez la dolorida rodilla. De pronto, oyeron como la señorita se acercaba para regañarles, pues ya estaban todos los niños, menos ellos, subidos en el autobús. Rápidamente, se pusieron uno al lado del otro, tapando a Babalú y le dijeron a la señorita que irían enseguida. Pero al darse la vuelta para coger sus mochilas cual no sería su sorpresa cuando vieron que había desaparecido. Lo buscaron entre los matorrales, miraron hacia arriba de los árboles, detrás de las piedras grandes, ¡buf! Por todas partes, ¡tenían que irse ya! La señorita les había dado el último aviso y empezaba a poner cara de perro malo. Cogieron las mochilas y empezaron a andar hacia el autobús.
-Pobrecito-, decía Sara, -tendría miedo y por eso ha huido.
-No sé, -comentaba Rosa -a lo mejor es mago y se ha vuelto invisible.
-Pues ni una cosa ni otra, -dijo Pepe en voz bajita -lo llevo en mi mochila, lo he sabido nada más cogerla, pues pesa más y noto cómo se mueve.
-¡Qué bien! Vamos a llevarlo a mi casa - dijo Rosa.
Pero, ¡ay! ¡ay! ¡ay!, que al llegar a casa de Rosa, su madre la estaba esperado en la puerta y nada más verla empezó a gritar:
-¡Qué tarde es! Estaba preocupada, pero, ¿qué pinta llevas?, ¡mírate el pelo! ¡Si pareces la bruja Pirulí! ¿Y la cara? ¡Llena de chocolate! Te voy a meter en la bañera, pasa, pasa dentro que te voy a frotar hasta dentro de las orejas.
Y dicho esto, la cogió de un pellizco y la entró dentro de su casa. Sara y Pepe se quedaron solos, no sabían a dónde ir. Tenían que pensar algo rápidamente, pues el enanito hacía rato que estaba dentro de la mochila y tenían que cuidarlo. Pepe se rascó la nariz y dijo:
-¡Idea! Lo llevaremos a mi cabaña, está un poco lejos del pueblo, es un lugar secreto que sólo conozco yo y voy allí a jugar los días de fiesta.
Se fueron corriendo. Se hacía tarde y tenían que llegar a sus casas antes de que se hiciera de noche, pues sus papás estarían muy preocupados. Una vez allí, abrieron la mochila y vieron a Babalú enrolladito como un gusano, tenía miedo. Lo cogieron y lo pusieron sobre un montón de tierra blandita. Luego, le dejaron dos camisetas para que se tapara si tenía frío, aunque suponían que estaría bien ya que era primavera y faltaban muy pocos días para que llegara el verano. También le dejaron una naranja y un plátano pues no sabían que podía comer y era lo único que tenían. Y como no sabían si les iba a entender, trataron de explicarle con un beso que eran sus amigos y prometieron que al día siguiente volverían a buscarle.
Llegaron corriendo a sus casas. Estaban muy contentos por lo que les había sucedido aquel maravilloso día de excursión y no dejaban de pensar en Babalú. Tenían prisa por acostarse y descansar para que amaneciera pronto y con la luz de un nuevo día pudieran ir a verlo otra vez. Era sábado cuando despertaron. No había colegio. Tenían mucho tiempo. Habían quedado para ir juntos a la cabaña a las diez de la mañana en la plaza del pueblo, y los tres fueron muy puntuales.
Empezaron a andar bastante rápido. Tenían prisa por llegar. La cabaña estaba vacía. -¿Dónde estará?- se preguntaron. - ¡Mirad, se ha comido el plátano y la naranja!
-¡Aquí estoy! -oyeron detrás de ellos- soy Babalú.
-¡Oh! -dijeron los tres - ¡puede hablar!
-Sí, pero gracias a mi gorro mágico, él me sirve de intérprete y puedo hablar cualquier lengua si aprieto esta pequeña bola. -¿Pero eres mago? ¿qué haces aquí? -preguntó Sara.
-No soy mago, pero tengo un gorro mágico con el que puedo hacer muchas cosas, como saltar muy alto, leer y aprender cosas muy rápido, tener mucha fuerza y más cosas que ya os enseñaré.
-¿De verdad? ¡Qué bien! Sería estupendo que nosotros también tuviéramos un gorro tan especial. Pero, ¿quién eres? Y ¿de dónde vienes? Por favor, cuéntanos, nosotros somos tus amigos -volvió a insistir Sara.
- Soy Babalú y vengo de las estrellas. De una muy lejana que se llama Lucero. Soy un mensajero espacial y vengo en busca de mi hermano Tarascón. Hace mucho tiempo que vino a este planeta a buscar pájaros porque en nuestro planeta no hay ninguno, y mientras un día viajaba en su nave los vio y nos contó lo maravillosos que eran con sus plumas, alas, cómo volaban y formaban nidos con sus piquitos buscando ramitas de aquí y de allí. Así que vino solo en su nave espacial y nadie tenía que verlo pero unos niños lo capturaron y lo hicieron prisionero; nos envió un mensaje a través de su gorro mágico, antes de que se lo quitaran y nos dijo que estaba en una cueva muy cerca de un cementerio. Yo estaba buscando cuando aparecisteis vosotros.
-¡Relámpagos!- dijo Pepe -tenemos que ayudarle, pobrecito, debe estar muy asustado. -Y dicho esto pensaron que lo mejor sería ir al pueblo a coger las bicicletas, pues el sitio donde habían encontrado a Babalú estaba un poco lejos y ellos habían ido el día anterior con autobús.
Tardaron un poco en llegar. Babalú iba dentro de la mochila de Pepe. Una vez allí empezaron a buscar la cueva. De pronto, Sara dijo: -¡Chuss!, acercaros y mirad, hay dos niños que van andando hacia esa cueva. ¡Vamos a seguirles!
-¡Caramba! Son cinco niños los que están hablando delante de esa cueva. ¡Seguro que es allí! Vamos a esperar a ver si vemos a Tarascón.
Pasó el rato, sólo hablaban y hablaban en voz bajita y no se les podía oír. Pero, al final, uno se levantó y dijo: -¡Es un mentiroso! No nos quiere decir dónde está su nave, ya me he cansado, ahora se va a enterar de quién soy yo.- Y dicho ésto, entró muy enfadado con un palo hacia dentro de la cueva.
-¡No podemos esperar! Hay que rescatarle, le están haciendo daño.- De pronto, el cuerno de Babalú empezó a girar y girar dando muchas vueltas, su color verde empezó a parecer muy oscuro, dijo unas palabras muy extrañas mirando hacia su gorro y tocó una bola de colores. Dicho ésto, empezó a dar grandes saltos y con su cuerno que daba muchas vueltas empezó a pinchar a los niños malos que habían apresado a Tarascón. Rosa, Sara y Pepe le ayudaron tirando piedras y gritando. Parecían un batallón de locos y los niños malos empezaron a correr asustados. Babalú pilló a uno y no lo soltó hasta que le dio las llaves de la jaula, luego huyó gritando: -¡Un demonio verde!, ¡socorro!
Por fin, salió Tarascón de la cueva y Babalú y él se abrazaron y se dieron muchos besos en las manos. Era su forma de demostrar que estaban muy contentos. Tarascón, aún muy asustado, le dijo a Babalú: -Tenemos que irnos pronto, estos niños pueden contarlo en el pueblo y venir mucha más gente por nosotros. -Sí, tienes razón, pero ¿y los pájaros? - Los tengo en una pequeña jaula escondida encima de un pino enorme, en ella hay una pareja que es de color blanco. - ¡Ah! ¡palomas! -dijeron los niños.
-Otra pareja bastante más pequeña y de colores muy intensos como el color amarillo-.
-¡Canarios!- exclamaron los chicos-.
Bueno, y tres parejas más que en este mismo momento no sabría como describirlas. De momento, ya tenemos bastantes para que críen y se reproduzcan y podamos repoblar nuestro planeta con pájaros, más adelante podemos volver y con ayuda de tus amigos buscar más. -¡Vale! -contestó Babalú.
Cogieron los pájaros enjaulados y encendieron una gran hoguera. Babalú les explicó que tenían que cantar y bailar una pequeña danza para que la nave les viera y pudiera aterrizar donde ellos estuvieran. Así que todos contentos, pero también un poco intranquilos por si la nave tardaba en llegar, y en el pueblo posiblemente ya hubiera dado la voz de alarma y no tardarían en llegar, se pusieron a cantar y bailar esta danza:
"Soy Babalú y vengo de las estrellas. Bailo sin parar siguiendo este compás. La mano derecha saluda a las estrellas. La mano izquierda aquí les guiará, aquí les guiará".
Estuvieron un rato bailando y cantando cuando, de pronto, vieron aparecer por detrás de una pequeña loma una nave que más bien parecía una seta gigante. Se paró muy cerca de ellos. Babalú y Tarascón les dieron a Sara, Rosa y pepe muchas veces las gracias y les dijeron que pronto volverían a verlos. Como prueba de ello, Babalú les dejó su gorro mágico, aún no saben cómo funciona pero creo que es otra larga historia.
Ana Talens Masanet