Sucedió una vez, lo que a continuación te voy a contar. Escucha con atención.
A los niños y niñas les gusta jugar con sus juguetes favoritos. En especial a unos amigos que vivían en un barrio de la gran ciudad. Eran muy unidos, una gran pandilla de cuates, que les gustaba divertirse y jugar con sus juguetes preferidos.Ellos eran: Carolina, Carlita, Jesús, Jorge, Raúl y Luisito.
A Carolina y Carlita les gustaba jugar con las muñecas, las cambiaban de ropa, de peinado e inventaban historias de amor donde el muñeco más guapo era el galán.
Jesús se entretenía jugando con su Nintendo, con las aventuras de Mario Broos tratando de no perder ninguna vida y llegar al último nivel.
Jorge no podía salir al parque sin su pelota de basquetbol y Raúl sin su patineta con la cual hacía piruetas en el aire.
A Luisito, el más pequeño de la pandilla, le encantaba jugar con sus carros de control remoto.
Ellos no podían salir a divertirse sin sus amigos inseparables: sus juguetes. Pero existía un problema con esta pandilla de amigos... no se prestaban sus juguetes. No querían que nadie más que ellos, sus propietarios, jugaran con ellos. Si Luisito tomaba la patineta de Raúl, éste se enojaba y le gritaba:
-¡Dámela! ¿Qué no sabes que la puedes romper?. ¡Juega con tus carritos, la patineta es para niños grandes como yo!-Así que Luisito se ponía a llorar.
¡Ah!, pero cuando Carolina le pedía prestado un carro para jugar con sus muñecas, le decía:
-¡Los carros son juguetes de niños, no de niñas!
Lo que no se imaginaban, era que no muy lejos de allí, en el País de las Ilusiones, donde se fabrican los juguetes, el duende mayor, llamado Igor, que era el encargado de la producción, los estaba observando con su telescopio, y éste se puso muy triste porque no compartían los juguetes, discutían en vez de jugar, peleaban y cada uno se iba a su casa, enojados, terminando el tiempo de jugar.
-De nada sirve que yo haga los juguetes con mucho amor para los niños, si éstos no tienen buenos sentimientos, como lo es el compartir. Estoy muy cansado, creo que me tomaré unas vacaciones, y me iré al país de los sueños, a descansar un poco y olvidar mi tristeza.
Y así fue, el duende Igor, se fue del País de las Ilusiones y dejó la fábrica de juguetes encargada a los pequeños duendecillos verdes, que eran muy traviesos y que no sabían cómo manejar las máquinas. Cometían muchos errores, por ejemplo, si hacían carros se les olvidaban las llantas; a las pelotas las hacían triangulares y no rebotaban; a las muñecas les ponían los cabellos de alambres, olvidando las piernas y los brazos.
Eso no era tan grave como cuando hacían los muñecos de acción, en especial, a los super héroes. A Batmán le cambiaban su cuerpo por el de
Era un tremendo lío en la fábrica. Por eso, cuando los juguetes pasaban por el control de calidad de la mega computadora que los supervisaba, ésta los devolvía y daba la orden de:-“Juguete con desperfectos. Debe destruirse”- Por lo tanto, la fábrica no producía ningún juguete. Pero eso no era todo el problema, había algo peor... terrible... espantoso. Existía en la fábrica un maleficio. Por cada juguete que la computadora destruía, desaparecerían juguetes que los niños del mundo tuvieran en su poder. Fue así como empezaron a desaparecer, como por arte de magia. ¡Zaz! ¡cataplum y el juguete se hacía invisible!
Como te has de imaginar, a los amigos de la pandilla les sucedió también el maleficio de los juguetes invisibles. Al primero que le pasó fue a Jorge, que estando jugando básquetbol, lanzó su pelota a la canasta y ... ¡desapareció!. Jorge la buscó por todos lados pero no la encontró y muy triste se fue a su casa, y su mamá lo regañó, creyendo que la había perdido.
Lo mismo le pasó a Carolina y a Carlita con sus muñecas. A Jesús con su Nintendo, cuando fue a buscarlo no lo encontró. Raúl buscó hasta por debajo de la cama y de la alfombra su patineta y Luisito, hasta los lentes de aumento de su papá se puso para buscar sus carros de control remoto.
Así, poco a poco, los juguetes se fueron extinguiendo, como los dinosaurios. Quizás con los años, sólo los verían en fotografías y en los museos. Los niños del mundo estaban tristes, porque ¿qué iban a hacer ahora que no tenían juguetes?
La pandilla de amigos, también empezó a preocuparse. Donde vivían, los niños y las niñas se la pasaban encerrados en sus recámaras y sólo veían televisión. Como eran vacaciones no iban a la escuela, así que tenían mucho tiempo libre. Por las mañanas la pandilla veía televisión, en las tardes también y por las noches, se reunían en el club para comentar lo que les pasaba.
En las primeras semanas les agradó la idea de ver durante mucho tiempo la televisión, pero ya se sabían hasta los comerciales de memoria y no les causaba gracia ver los mismos programas. Sus ojos estaban irritados y les dolía la cabeza, además estaban engordando de tanto comer golosinas frente al televisor.
En una noche, en la que se reunieron en su club, Carolina, la más inquieta de todos, les dijo:
-Ya me aburrí de tanto ver televisión, quiero volver a jugar con ustedes, debemos de hacer algo.
-No podemos hacer nada sin los juguetes, le contestó Jesús.
-Yo sin mi patineta no me divierto- dijo Raúl.
-Extraño mis carritos!- lloriqueo Luisito.
-Recuerdo cuando encestaba la pelota en la canasta- dijo Jorge al momento de aventar un papel al cesto de la basura.
-¡Ya sé!- exclamó Carolina. Jorge, me has dado una idea genial.
-¿Qué idea?- le preguntaron todos a coro.
-No es necesario tener juguetes para jugar, podemos hacerlos con nuestra imaginación-, comentó entusiasmada Carolina, al momento de dirigirse a cada uno y les dijo:
-Jorge puedes jugar al básquetbol construyendo bolas de papel y con un bote, la canasta, en la que las arrojarías. En cambio, Jesús que es bueno para dibujar, puede diseñar sus propias aventuras de Mario Broos. Tú, Raúl, puedes hacer una patineta de madera, con la ayuda de un adulto, pues me has dicho que te gusta mucho la carpintería. Como Luisito es feliz jugando con tierra, que mejor que se imaginé una gran autopista y la haga con piedritas, hojitas y todo lo que encuentre a su lado, y los carritos puede construirlos con palitos de paleta. Y nosotras Carlita, podemos hacer las muñecas de papel y los muebles con corcholatas. ¡Ya ven que si podemos jugar si usamos nuestra imaginación!
-También podemos jugar al bote pateado, a las escondidas, a los encantados, a la peregrina, a brincar la cuerda- dijo Jorge emocionado.
Raúl se puso muy serio. Los demás le preguntaron, si no le había gustado la idea de hacer sus propios juguetes. A lo que Raúl les contestó:
- De nada sirve que hagamos nuestros propios juguetes, si no aprendemos a compartirlos. Los verdaderos amigos saben dar y recibir, se prestan sus juguetes, confían en los demás, se apoyan, no se burlan de otro porque éste sea diferente, porque sea gordo o flaco, use lentes, esté moreno o blanco. Los amigos sinceros se aceptan como son y se respetan. Nosotros no compartíamos nuestros juguetes preferidos y eso no era bueno. Propongo que entre todos, los construyamos, nos los prestemos y así nos divertiremos más.
-Tienes razón, de ahora en adelante compartiré mis juguetes con ustedes y ayudaré a quien me lo pida- dijo Carolina.
-¡Si!, ¡Para eso son los amigos!- gritó Luisito.
Y fue así como la pandilla de amigos se abrazaron y valoraron la importancia de la amistad. Como verás, muchos niños siguieron su ejemplo, hicieron sus propios juguetes y juegos, y sobre todo, aprendieron que era muy importante compartir, igual lo hicieron en la escuela, en la ciudad, etc., difundiéndose esta grandísima idea.
De todo esto se dio cuenta Igor, el duende mayor, que los había observado en su telescopio. Comprendió que había juzgado mal a los niños. Con gran alegría Igor volvió al País de las Ilusiones y arregló los desperfectos de la fábrica de juguetes y de la computadora. Enseñó a los duendecillos verdes a cómo manejarla, para posteriormente poder tomarse un tiempo para descansar y que los niños pudieran seguir disfrutando de sus juguetes.
Con el tiempo en la fábrica de juguetes la producción volvió a la normalidad y se surtieron juguetes a todas las tiendas y jugueterías del mundo, en el empaque se incluía una leyenda: “Este producto debe compartirse para que de mejores resultados”.
Nuevamente los juguetes que antes eran invisibles se hicieron visibles, ya los podían ver, tocar y jugar con ellos los niños. Los papás y mamás del mundo felices fueron a comprarles juguetes a su hijos, los niños ahora organizaban su tiempo de mejor manera: A veces jugando con sus muñecos, carros, pelotas, patinetas, Nintendos, y computadoras. Otras veces veían televisión, y en muchas ocasiones jugaban con su imaginación, creando sus propios juguetes y aventuras.
La idea de la pandilla del barrio favoreció a muchos que no tenían juguetes, pues comprendieron que para divertirse no necesariamente se debe de comprar muchos juguetes, o que sean muy caros, o ver sólo televisión o estar todo el día usando la computadora. Para jugar, sólo basta ser niño y usar la imaginación. Lo que importa más es el juego y no el juguete. Y sobre todo, comprendieron que los verdaderos amigos comparten lo que tienen.
El mayor tesoro que existe en nuestras vidas es la amistad.
Guadalupe Zamudio Tiznado