Martín, el arco iris

Por fin dejó de llover y es que a María de las Lluvias se le acabaron las lágrimas y paró de llorar. Entonces, el señor don Cielo ya estaba impaciente porque ahora, después del chaparrón, le tocaba el turno de salir a Martín el Arco Iris, que nunca llegaba tarde y sin hacerse esperar. ¡Martín apareció!

Estaba tan precioso luciendo su abanico de mágicos colores que las nubes al pronto, abrieron su gran cortina de espuma blanca para que Martín el Arco Iris hiciera su entrada triunfal en el hermoso escenario del cielo.

- ¡Mirad, mirad qué lindo está el Arco Iris! -decía una niña suspirando alegremente, mirando hacia arriba desde el portal de su casa.

Y otro niño exclamaba feliz contemplando a Martín: - ¡Veo el color rojo, y el naranja, también el amarillo y el verde y el azul . . .!

Pero un triste día ocurrió algo muy extraño. La Princesa del Amanecer se lo venía temiendo, por más que buscaba y rebuscaba a Martín, no conseguía encontrarlo. Esa misma mañana, la Princesa voló muy alto hasta llegar a las más altas montaña del universo y desde allí gritó con mucha fuerza:

- ¿Dónde te has metido Martín? ¡Ven aquí. . .!

Martín oyó la llamada de la Princesa como un eco lejano y fue a su encuentro. La Princesa del Amanecer se quedó pasmada al verlo llegar: ¡Todos los colores del Arco Iris de Martín habían desaparecido! Estaba muy delgaducho y apenas si podía volar. Apenada, le dijo:

- ¡Pobre Arco Iris...! ¿Qué te ha ocurrido? ¿Por qué ya no estás pintado de colores?

- No lo sé - respondió Martín destrozado de amargura. Y cuanto más triste se ponía, aún más se le oscurecía el feo color turbio como agua de jabón que manchaba su arquito.

La Princesa del Amanecer se acercó a él y muy tiernamente le abrazó para consolarlo mientras dulcemente le susurraba:

- ¡No te lamentes más Martín! Olvidemos los pesares y buscaremos una solución. ¡Ya lo sé!- La Princesa saltó de alegría y abrió sus hermosos ojos de caramelo. ¡Preguntaremos a la Diosa de los Vientos! Ella nos ayudará a encontrar tus colores perdidos.

Entonces, la Princesa cogió suavemente a Martín y lo acunó entre los rizos de sus largos cabellos de plata; lo tapó con el manto de estrellas para que no se resfriara y se fueron volando hasta la cueva de la diosa Viento. Cuando llegaron, la vieron en su enorme oficina trabajando muy atareada con sus ordenadores para controlar que todos los vientos del mundo soplaran en la dirección adecuada.

- ¡Llamando al Viento del Norte...! ¡Llamando al Viento del Sur! ¡Ya podéis soplar! Ordenaba Viento muy satisfecha, sentada frente al ordenador central, con su culo requetegordo y sus pelos azules de punta; en cada punta había una bombilla que se encendía cuando hablaba y se apagaba al callar.

La Princesa y Martín saludaron a la Diosa y le preguntaron si sabía dónde estaban los colores perdidos. La Diosa Viento dijo que sí con la cabeza; abrió su gran librote de "Los Sabios Consejos", regalo de su abuela en su último cumpleaños y les leyó en voz alta sin equivocarse en ninguna letra, como una maestra de escuela:

- ¡Martín ha perdido sus colores porque del Planeta Tierra sube por el aire mucha suciedad hacia el cielo! Y tanta porquería ha borrado los mágicos colores de su Arco Iris. Viento cerró el libro y miró por su telescopio para ver el Planeta Tierra mientras les comentaba a sus amigos: ¡uy, cuanta suciedad! ¡Asomaos para que la veáis!

- Sí, sí - decía la Princesa- ¡Qué asco, que horripilante se ve todo!

- ¿De dónde sale tanto humo? -preguntó Martín con angustiada sorpresa.

- La culpa de todo este polvo mugriento la tienen los hombres y mujeres del Planeta Tierra. Ensucian el aire puro con el humo de las chimeneas de sus fábricas; también echan a perder las aguas de los mares y ríos y entre ellos se pelean y se hacen la guerra luchando con negras bombas que explotan y suben por el aire y destruyen los lindos colores de Martín - respondió la Diosa Viento.

- ¡Con razón me he quedado así de pajizo! - se quejó Martín superfurioso.

- Por ello -continuó la Diosa Viento- si queréis recuperar los colores tendréis que encontrarlos sin perder tiempo. ¡Habréis de buscarlos por todos los lugares del mundo! Si no lo hacéis, Martín desaparecerá del todo: se hará invisible y los niños y niñas jamás lo volverán a ver.

- ¿Pero dónde están los colores, Viento. . .? preguntó confuso Martín- ¡El mundo es muy grande, no lo encontraremos jamás! -La Diosa Viento lo miró fijamente y le contestó con dulzura acariciando su arquito:

- Encontrarás tus colores si los buscas con fe. No lo olvides Martín, con fe. Los colores están en todas partes, esperando que los rescates.

Sin perder un minuto, Martín y la Princesa se despidieron de Viento, dándole las gracias y volaron días y noches seguidos sin desfallecer, a la búsqueda de los colores perdidos. Así, llegaron a un lugar maravillo llamado AFRICA. Allí les recibieron con aplausos todos los animales de la selva: leones, jirafas, monos, cebras. Una elefanta les saludó moviendo su larga trompa y les llevó hasta lo alto de los Montes Mitumba, donde vieron al sol cómo se alejaba en su atardecer pintando todo el cielo de colores rojos y naranjas. Martín brincó loco de contento: "¡Son mis colores! ; ¡están ahí, son mis colores!" Rápido como un cohete, se bañó en ese fantástico colorido, ¡Y al momento una parte de su arquito quedó pintada de rojo y naranja!

- ¡Qué guapo estás Martín! -le dijo feliz la Princesa- ¡Ya has recuperado dos colores! ¡Vamos rápido a buscar los que te faltan!

Y siguieron volando y volando hasta llegar a otro fantástico lugar: ¡AMERICA! Desde su cielo, Martín y la Princesa contemplaban los grandes lagos y las Montañas Rocosas: pasaron veloces por inmensos campos de algodón, de café y de caña de azúcar, también pararon un ratito a comer bananas. Luego se bañaron en un espléndido río; ¡el gran Amazonas! Un pájaro de fuego de nombre Quetzal, de larguísimas plumas verde esmeralda saltó de las aguas como un brote de flor en primavera, se posó en Martín ¡y al momento saltó una chispa mágica que pintó su arco iris de verdes maravillosos!

- ¡Mira Princesa! - Martín bailaba rebosando sonrisas - ¡Ya tengo mi color verde! Ya lo tengo. ¡Vayamos a buscar los que me faltan!

Continuaron el vuelo hasta llegar a otra tierra: EUROPA. Allí les recibió trotando un elegante caballo blanco que cabalgaba por las olas de las playas del hermoso Mar Mediterráneo. Juguetearon en su arena y al pronto, ¡el azul de las olas besó al azul del cielo y nacieron miles de globos azulados! Martín, emocionado, cogió uno. ¡Ya tengo mi color azul, ya lo tengo! Y al instante se pintó otra franja de su arquito.

Y otra vez volaron mientras abajo en las aguas del Océano los delfines nadaban con simpáticas piruetas. A lo lejos, resplandecía ASIA, cuando una luz brillante les deslumbró: "Mira Princesa, ¡es mi color amarillo!" -¡Oh, su amarillo dorado, por fin lo encontró! Vieron a un osito retozando en los jardines del Templo Sagrado que rodeaban las Montañas del Himalaya. Bajaron hasta allí, había miles de flores con pétalos de sol. Martín olió su perfume ¡y al instante se pintó de amarillo!

- ¡Ya tengo mi color dorado! ¡Vamos Princesa! ¡Sólo me falta un color para tener mi Arco Iris!

- Es cierto Martín, ya sólo te queda un color que buscar, pero tendrás que ir tú solo -le advirtió, desolada la Princesa- Yo no puedo ir contigo. Empieza a anochecer y debo irme; no olvides que soy la Princesa del Amanecer y la oscuridad de la noche me pone enferma. La Princesa se marchó y Martín se quedó solo. ¡Tenía tanto miedo que lloró! "¡Ay, pobre de mí, me haré invisible! Pero recordó lo que le dijo la Diosa Viento: "¡Tienes que luchar con fe, Martín!" Entonces, se espabiló al pronto, remontó el vuelo como un águila real y cantó fuerte: "¡no quiero hacerme invisible, no quiero, no!" Ya nada ni nadie lo hubiera podido detener.

Un corro de niñas y niños lo estaban esperando en el suelo de OCEANIA. Llevaban en las manos racimos de algas color violeta que habían cogido de los Mares de Coral. ¡El color que le faltaba, su color violeta! Ahí estaba chispeando su luz como fuego de cristal.

- ¡Gracias, amigas y amigos! ¡Ya no me haré invisible! ¡He completado todos mis colores!

Clareaba el día y la Princesa del Amanecer volvió de nuevo. Abrazó a Martín por haber sido tan valiente. Los dos se elevaron por los aires como cometas saltarinas, mientras a los niños y las niñas les decían:

- ¡Cuidad el Planeta Tierra: no lo ensuciéis jamás!

- ¡Estudiad y trabajad para la paz!

- ¡Sed valientes: tened fe como Martín! ¡Cada uno lleva pintado en su corazón un arco iris!

Rafaela Pérez Ocaña